No parecía consciente de que estaba saltándose los modales reglamentarios.
Laurence hizo una mueca para sí al notar las miradas perplejas y un tanto ofendidas provocadas por las palabras de Chenery, no sólo en Gardner, sino también en su ayudante y los demás capitanes. Aunque al mismo tiempo se sintió aliviado por Nitidus. Sin embargo, la comida ya había empezado con un incidente embarazoso, y así continuó.
Era obvio que el almirante se sentía agobiado pensando en su tarea, de modo que hacía largas pausas entre comentario y comentario. En la mesa habría reinado un espeso silencio de no ser porque Chenery se comportaba de su forma habitual. Con su buen humor y su facilidad para trabar diálogo, hablaba con toda libertad, saltándose las convenciones navales que reservaban a lord Gardner la iniciativa de la conversación.
Cuando Chenery les dirigía la palabra, los oficiales navales hacían una pausa intencionada, le respondían por fin de la forma más escueta posible y enseguida abandonaban el tema. Al principio Laurence se sintió incómodo por Chenery, pero después empezó a sentirse enojado. Debería estar claro, incluso para el más quisquilloso, que Chenery desconocía aquellas normas y que los temas que elegía eran inofensivos. A Laurence le parecía que asentarse en aquel silencio tétrico y acusador era una falta de educación mucho más grave.
Chenery no pudo evitar reparar en la fría respuesta que recibían sus palabras. No obstante, parecía más perplejo que ofendido, aunque aquello no podía durar. Cuando, inasequible al desaliento, probó a iniciar una nueva conversación, Laurence le respondió de forma deliberada. Los dos discutieron entre ellos durante varios minutos, hasta que Gardner, apartando por un momento sus escrúpulos, levantó la mirada y aportó un comentario. De este modo, la conversación recibió su bendición, y los demás oficiales se unieron por fin a ella. Laurence hizo un gran esfuerzo y mantuvo el tema vivo durante el resto de la comida.
Lo que debería haber sido un placer se convirtió así en un trabajo. Laurence se sintió aliviado cuando quitaron la mesa y se les invitó a subir a cubierta para tomar café y fumar unos puros. Tomando su taza, se acercó a la borda de estribor para disfrutar de mejor vista de la plataforma flotante. Temerario dormía plácidamente, con el sol reflejándose en sus escamas, una de las patas delanteras colgando sobre el agua, y Nitidus y Dulcia recostados sobre él.
Bedford se le acercó y miró a los dragones en lo que Laurence consideró una silenciosa muestra de camaradería. Pero, tras unos instantes, dijo:
—Supongo que es un animal muy valioso y que hemos de estar contentos por tenerlo con nosotros, pero es abrumador pensar que está encadenado a una vida y a una compa?ía como ésas.
Durante unos momentos, a Laurence le faltó la elocuencia necesaria para contestar a aquel comentario tan pre?ado de lástima. Media docena de respuestas se agolparon en sus labios. Respiró hondo con tal intensidad que la garganta le tembló, y después dijo con voz baja y brutal:
—Se?or, no permitiré que me hable en esos términos, ya sea refiriéndose a Temerario o a mis colegas. Me asombra que piense usted que esa forma de hablar es aceptable.
Su vehemencia hizo que Bedford diera un paso atrás. Laurence se volvió y dejó su taza de café tintineando sobre la bandeja del camarero.
—Se?or, creo que debemos partir —le dijo a Gardner, controlando el tono de su voz—. Como ésta es la primera vez que Temerario vuela siguiendo este rumbo, es mejor que volvamos antes de que oscurezca.
—Desde luego —repuso Gardner, tendiéndole la mano—. Vaya con Dios, capitán. Espero volver a verle pronto.
Pese a las excusas de Laurence, no estuvieron de vuelta en la base hasta después de anochecer. Tras ver cómo Temerario atrapaba unos cuantos atunes de gran tama?o, Nitidus y Dulcia manifestaron deseos de probar también ellos con la pesca, mientras que Temerario se mostraba más que contento de proseguir con su exhibición. Los tripulantes más jóvenes no estaban del todo preparados para la experiencia de ir a bordo de un dragón en plena cacería. Pero después de la primera bajada en picado se acostumbraron a la sensación, cesaron en sus gritos de pavor y no tardaron en tomarse todo aquello como un juego.
Laurence descubrió que ni su mal humor era capaz de sobreponerse al entusiasmo de los muchachos, que gritaban como locos cada vez que Temerario levantaba el vuelo con otro atún retorciéndose entre sus garras. Algunos de ellos incluso le pidieron permiso para descolgarse por los costados del dragón y así zambullirse cuando Temerario capturaba a su presa.
El vuelo de regreso a la costa fue algo más lento, pues Temerario se había atiborrado de atún. Mientras canturreaba feliz y satisfecho, volvió la cabeza y, con un brillo de agradecimiento en los ojos, le dijo a Laurence: