—Siempre me ha gustado el queso cheddar —dijo finalmente. Tan cerca, sus ojos eran más azules y verdes que grises, y se volvían más oscuros y tormentosos cuanto más los miraba. Me pregunté si podría ver su futuro en sus ojos, qué clase de hombre sería dentro de siete a?os, pero todo lo que vi fue a un veintea?ero un poco perdido en una nueva ciudad, esperando a ser la persona en la que se convertiría.
Si le gustaba el queso cheddar, ?también le gustaba lo seguro y aburrido? ?Yo? No, me estaba dejando llevar. Por supuesto que no se refería a eso, pero seguía tan cerca de mí, y el calor que sentía en su cuerpo me erizaba la piel. Sus ojos volvieron a posarse en mis labios, como debatiéndose entre correr el riesgo o no.
Y entonces preguntó, su voz apenas por encima de un susurro, un secreto: —?Puedo besarte?
Respiré hondo. Quería y no debía y probablemente era la peor decisión del mundo y…
Asentí con la cabeza.
Se inclinó sobre la mesa y apretó sus labios contra los míos. Luego nos separamos —solo un instante, una respiración agitada— y volvimos a juntar nuestras bocas. Enrosqué los dedos en la parte delantera de su camisa de vestir y tiré de su corbata, que ya estaba floja. Me agarró la cara con las manos y me absorbió. Me derretí en él más rápido que un helado en una acera caliente. Me besó como si quisiera saborearme.
—Me temo que, en efecto, me he hecho una idea equivocada —murmuró cuando por fin nos separamos, sus palabras calientes contra mis labios, la voz profunda y ronca—. A pesar de mis esfuerzos.
Me sentía hambrienta, la chica salvaje que quería ser pero nunca llegué a ser, la que ansiaba devorar el mundo, sensación a sensación. La suavidad de sus labios, su hambre. Enrollé su corbata alrededor de mi mano, atrayéndolo hacia mí, y él emitió un ruido en la garganta mientras yo tiraba de él.
—Puede que los dos nos hayamos hecho una idea equivocada —coincidí—. Sin embargo, me gusta. ?Podríamos intentarlo de nuevo?
Sus ojos se oscurecieron como un huracán en el horizonte y, cuando tiré de él hacia mí, se corrió de buena gana y me besó más fuerte en la boca, enredando los dedos en mi pelo. Su lengua jugueteaba con mi labio inferior, burlona, y sabía a tarta de limón, dulce y veraniega. El vientre me ardía, me dolía, mientras su pulgar se deslizaba por la línea de mi mandíbula, bajando lentamente hacia mi cuello. Su tacto era ligero y suave, y las callosidades de sus dedos, ásperas contra mi piel, me ponían la carne de gallina. Me estremecí. Y olía de maravilla, como a loción de afeitar, detergente y corteza de galleta.
No me di cuenta de lo hambrienta que estaba de contacto, de algo bueno, algo cálido y dulce, hasta que lo probé.
?Nunca te enamores en este apartamento?, me había advertido mi tía, pero esto no era amor. No era, no era, no era…
La forma en que me besó, tan a fondo que lo sentí en los dedos de los pies, la forma en que tiré de él hacia mí, mi mano envolviendo su corbata, la forma en que pensé en si era tan bueno con la lengua ahora, cuánto mejor sería dentro de unos a?os.
No, esto no era amor.
Al fin y al cabo, no sabía lo que era el amor, el amor romántico, el amor de pies y manos. Entonces, ?cómo podía enamorarme?
No era esto. No podía serlo.
—Besas como bailas —murmuró contra mi boca.
Me separé, repentinamente horrorizada.
—?Terriblemente?
Se rio, pero fue bajo y profundo en su garganta, medio gru?ido, mientras volvía a robarle otro beso.
—Como alguien que espera que se lo pidan. Puedes bailar, Lemon. Puedes tomar la iniciativa.
—?Y me seguirás?
—Hasta la luna y de regreso —respondió, y yo me incliné hacia delante, con las manos apoyadas en su duro pecho, y volví a besarlo. Más fuerte. Sobre la tarta de limón. Mi interior parecía un Pop Rocks, efervescente y brillante. Hizo un ruido contra mi boca, un gru?ido que retumbó en su pecho mientras sus largos dedos se enroscaban aún más en mi pelo, sus dientes me mordisqueaban el labio inferior…
De repente, apartó la tarta de limón, las copas de vino repiquetearon al chocar contra la pared, y yo puse una rodilla en la mesa, a medio camino sobre ella, solo para acercarme un poco más. Solo un poco más. Quería apretarme contra él. Quería perderme en su olor, en su tacto calloso, en su forma de pintar las palabras como si fueran poesía.
El romance no estaba en el chocolate, sino en la respiración entrecortada al tomar aire. Estaba en la forma en que me acunaba la cara, en el modo en que yo pasaba el dedo por la marca de nacimiento en forma de media luna de su clavícula. Estaba en la forma en que murmuraba lo hermosa que era, la forma en que hizo que mi corazón se disparara. Estaba en el modo en que quería saberlo todo sobre él: sus canciones favoritas, adivinar por fin su color favorito. Su boca migró hacia mi cuello, sintiendo mi pulso rápido y fuerte en mi garganta. Me dio un beso bajo la oreja.
?Nunca se quedará, mi querida Clementine?, oí decir a mi tía, con claridad cristalina en mi cabeza. Podía verla sentada en su sillón, recordando a Vera. ?Nadie se queda?.
—Espera —jadeé, separándome de él. El corazón me latía rápido y fuerte—. Espera, ?es esto inteligente? ?Lo hacemos? Podría ser una mala idea.
Se quedó inmóvil.
—?Qué?
—Esto podría ser una mala idea —repetí, dejando que mi mano se soltara de su corbata. Sentía los labios sensibles y las mejillas sonrojadas.
Parpadeó, mordiéndose el labio inferior, con la mirada aún embriagada por nuestros besos.
—Nunca podrías ser una mala idea, Lemon.
?Pero, ?y si lo eres??, pensé, mordiéndome el interior del labio. Porque allí estaba yo, tambaleándome sobre el precipicio de algo. Podía volcar y no volver a ver la cima, o podía permanecer perfectamente equilibrada donde estaba.
Y entonces miré sus ojos azul grisáceo y supe exactamente cómo los pintaría: los pintaría como la luna. Capas blancas que se oscurecían gradualmente, con sombras azules. Ahora, sin embargo, eran como nubes de tormenta en el mar a la luz dorada del atardecer…
Y yo era una tonta.
—… ?Lemon? Vuelves a tener esa mirada —dijo preocupado. Salí de mis pensamientos, con la vergüenza inundándome las mejillas. Había dado la vuelta a la mesa y se había arrodillado frente a mí, con la mano en la rodilla y el pulgar frotando círculos suavemente—. ?Lemon?
—Lo siento. —Apreté las manos contra mi cara—. Lo siento mucho.
—No, no, está bien. —Suavemente, me apartó las manos de la cara, mirándome con preocupación. Qué hombre tan encantador. Me hundí contra él y hundí la cara en su hombro, donde encajaba perfectamente. Era tan cálido y confortable, y odiaba que me encantara—. Lo siento —volví a repetir, porque no sabía de qué otra forma expresarlo: lo mucho que quería esto, lo mucho que lo quería a él, pero había cosas que mi corazón ya no podía soportar, todavía frágil y peque?o, roto por algo que no podía quedarse.
Estaba rota, y estaba sola, y deseaba que él me hubiera encontrado hace siete a?os, en su lugar.
—Lo siento. Lo siento…