No podía estropearlo.
Fiona miró a Rhonda mientras se marchaba con su mezcla para el desayuno matutino y susurró: —Está de buen humor… eso me hace sospechar.
—Suele estar de buen humor —le contesté, y Fiona me miró inexpresiva—. ?Cómo? Siempre lo está. Será mejor que te vayas antes de que cambie.
—?Espera, no he terminado de interrogarte!
—Más tarde —prometí, y rápidamente me preparé una taza de café, dejé el bolso junto al escritorio y tomé mi cuaderno y mi bolígrafo antes de salir corriendo por el pasillo y entrar en la sala de reuniones.
Cuando todos tomamos asiento, Rhonda aprovechó la oportunidad para empezar.
—Acabo de pasar un fin de semana estupendo y espero que todos ustedes también. Lo que me lleva a mi primer asunto… —Empezó con el dise?o de marketing: comprobar el estado de los anuncios, si el nuevo vídeo que se emitiría delante de Entertainment Weekly estaba listo, si habían corregido la errata en uno de los anuncios de Google, etcétera.
Pensé en buscar a Iwan en Google para ver si seguía trabajando en aquel restaurante francés, fuera el que fuera. Quizá podría darle una sorpresa. Tal vez sería ayudante ahora. Tal vez había ganado premios.
O tal vez había vuelto a casa.
—… ?Clementine? ?Me has oído?
Me senté un poco más alta en mi silla giratoria, mortificada por haber estado en mi propia cabeza.
—Lo siento. ?Qué?
Rhonda me miró con curiosidad.
—He preguntado por la presencia en los medios de los libros de Mallory Grey. No queremos que se tope con la última novela de Ann Nichols de Falcon House.
—Claro, sí. —Eché un vistazo a mis notas e intenté sacarme a Iwan de la cabeza. El resto de la reunión fue un rápido repaso del trabajo de la semana. Los libros que salían el martes, las campa?as que teníamos en marcha, las promociones en las que debíamos centrarnos, las novedades sobre los clubes de lectura… pero en el fondo de mi mente persistía la pregunta…
?Dónde estaba ahora?
Capítulo 14
Siete a?os tarde
Pensé que esa tarde podría buscar a Iwan en Google, pero apenas tuve un segundo para mear porque una caja de libros de suscripción para adultos decidió presentar una de nuestras memorias de famosos junto a una pastilla de jabón con forma de innombrable, completa con una ventosa en la parte de atrás para pegarla a la pared del ba?o, y me pasé toda la tarde apagando ese fuego.
Para cuando dieron las seis, Fiona tuvo que apartarme a rastras del ordenador antes de que enviara otro acalorado correo electrónico a la empresa de cajas de libros, absolutamente a punto de firmarlo con ?Ten el día que te mereces?. Caminamos juntas hasta el metro, ya que ambas nos dirigíamos a la parte alta de la ciudad (ella tenía una cita y a Drew le dio una migra?a a mitad del día, así que decidió irse a casa temprano), y se sentó a mi lado en un banco mientras esperábamos el metro. Un hombre con un acordeón y una batería a sus pies tocaba una versión jazzística de Piano Man de Billy Joel, y a unos metros, una rata mordisqueaba un trozo de pizza.
Dios, me encantaba Nueva York. Incluso los clichés.
Fiona dijo, sin mirarme:
—Algo más pasó este fin de semana, ?no? Me doy cuenta.
—?Qué? No. Yo solo… te lo dije.
—Sí, has pintado y no has mirado el celular en todo el fin de semana, dos cosas que nunca haces.
Tenía razón. Me mordí el interior del labio, debatiéndome entre decírselo o no. Si conocía a Fiona, sabía que no dejaría de preguntar hasta averiguarlo, y era increíblemente perspicaz.
—Bien, no te asustes —empecé, y respiré hondo—, pero creo que he conocido a alguien este fin de semana.
Eso la sorprendió. Levantó la vista de su teléfono.
—?En el Monroe?
—Está viviendo en el edificio durante el verano. —No era del todo mentira—. Está en la ciudad por un trabajo, y acabamos de empezar a hablar y… es agradable. Hablar con él es agradable.
Parpadeó varias veces. Reiniciando su cerebro.
—Lo siento, ?dijiste que conociste a alguien? ?Por tu propia voluntad? ?Se ha caído el cielo? —a?adió, perpleja.
Resoplé una carcajada.
—Oh, vamos, puedo conocer gente a veces.
—Sí, cuando Drew y yo te obligamos.
Puse los ojos en blanco. El tren entró en la estación con un chirrido de frenos, nos levantamos y entramos en el vagón.
—?Lo has besado? ?Pasaron la noche? —preguntó Fiona, siguiéndome. Me dirigí a dos asientos vacíos, pero un joven con traje de negocios se abalanzó sobre nosotras antes de que pudiéramos ocuparlos, abrió las piernas y empezó a jugar a un juego en su teléfono.
Lo fulminé con la mirada.
—Cuéntamelo todo. ?Es guapo? —Fiona continuó, ajena.
Seguí fulminando al hombre con la mirada hasta que por fin levantó la vista, con un gru?ido en los labios, y vio a la mujer embarazada que estaba a mi lado. Y a los demás pasajeros que lo miraban con reproche. Se metió el teléfono en el bolsillo y cerró las piernas, y yo guié a Fiona hasta el asiento de al lado.
—?Qué aspecto tiene? —preguntó—. ?Cómo se llama?
—Iwan —respondí, agarrándome a la barra por encima de ella—, y acabamos de cenar juntos… todo el fin de semana.
Se abanicó con las manos, parpadeando lágrimas falsas.
—?Dios mío! ?Mi peque?a Clementine por fin está creciendo! ?Realmente podría enamorarse!
No quería pensar en ello.
—Bien, es suficiente.
—?Y si se casan? ?Y si es tu alma gemela? —jadeó, inclinándose hacia mí—. ?Cuál es su apellido?
—Es… —Me quedé helada. El tren avanzaba a sacudidas. Y me di cuenta, en ese momento, de que no sabía su apellido—. Um…
Me miró fijamente.
—?En serio pasaste todo el fin de semana con él y no conseguiste su apellido?
El Sr. Piernas abiertas, a su lado, sonrió satisfecho, y yo le lancé otra mirada fulminante.
—Lo conseguiré esta noche. ?sta es tu parada —a?adí.
Parecía a punto de saltarse la parada para seguir acosándome, pero decidió no hacerlo y recogió su bolso.
—Tienes que contármelo todo ma?ana, incluido su nombre —me dijo solemnemente, pero ni le prometí ni le negué que lo haría mientras salía, me se?alaba desde el andén y me decía—: Lo digo en serio —mientras el tren se alejaba.
Me despedí de ella con la mano, sabiendo que no había forma de evitarlo, y fui a sentarme en su sitio, pero el tipo ya se había dispersado de nuevo. Fruncí el ce?o, me dirigí hacia la puerta y esperé a salir en la estación de la calle Ochenta y Seis.