Sin una palabra

Se guardó el teléfono.

 

—Le han encontrado —me informó—. Está registrado en el HoJo's.

 

Yo estaba a punto de abrir la puerta del coche.

 

—?Mierda! —exclamé—. Te seguiré.

 

—Olvídate de tu coche —dijo Vince dando gas de nuevo y pasando junto a mi coche a toda velocidad.

 

Se dirigió hacia la I-95. No era la ruta más directa, pero sí probablemente la más rápida, puesto que el hotel Howard Johnson estaba en la otra punta de la ciudad, al final de una salida de la I-95. Salió disparado por la calle y para cuando nos sumergimos en el tráfico iba a ciento treinta por hora.

 

El tráfico era fluido en la interestatal, y en sólo unos minutos estuvimos en el otro extremo de la ciudad. Cuando tomamos la salida Vince tuvo que pisar a fondo los frenos, aunque aún iba a ciento diez por hora cuando vi el semáforo frente a nosotros. Giró una vez a la derecha y luego otra, y nos encontramos en el aparcamiento del HoJo. El cuatro por cuatro en el que me habían llevado antes estaba aparcado frente a las puertas de la recepción, y cuando Rubito nos vio se acercó corriendo a la ventana de Vince. éste la bajó.

 

Rubito le dio un número de habitación, y nos dijo que si subíamos la colina y luego la bajábamos por el otro lado, era una de ésas en las que se podía entrar directamente. Vince dio marcha atrás, se detuvo, puso el cambio automático en posición D y ascendió por un sendero largo y serpenteante que llegaba hasta la parte de atrás del complejo. El camino describía una curva cerrada hacia la izquierda y se nivelaba frente a una hilera de habitaciones cuyas puertas daban a un porche.

 

—Aquí es —dijo Vince aparcando el coche.

 

—Quiero hablar con él —le pedí—. No hagas ninguna locura.

 

Vince, que ya había bajado de la ranchera, me hizo un gesto despectivo sin mirarme. Se dirigió a una puerta, se paró un momento, se dio cuenta de que ya estaba abierta y golpeó con los nudillos.

 

—?Se?or Sloan? —preguntó.

 

Unas puertas más abajo, una mujer de la limpieza que acababa de dejar su carrito frente a otra puerta miró en nuestra dirección.

 

—?Se?or Sloan! —exclamó Vince abriendo más la puerta—. Soy el encargado. Tenemos un peque?o problema; necesito hablar con usted.

 

Yo me quedé lejos de la puerta y la ventana, para que si miraba hacia fuera no pudiera verme. Si él era el hombre que yo había visto rondar nuestra casa aquella noche, tal vez me reconociera.

 

—Se ha ido —dijo la limpiadora lo suficientemente alto para que la oyéramos.

 

—?Qué? —preguntó Vince.

 

—Hace unos minutos que ha pagado la factura.

 

—?Se ha ido? —inquirió él—. ?Y no volverá?

 

La mujer negó con la cabeza.

 

Vince abrió la puerta de par en par e irrumpió en la habitación.

 

—No pueden entrar ahí —nos gritó ella.

 

Pero incluso yo me incliné por no hacerle caso, y seguí a Vince al interior del cuarto.

 

La cama estaba sin hacer, y el ba?o era un desorden de toallas húmedas; sin embargo, todo indicaba que ya no había nadie allí: no había artículos de higiene personal ni ninguna maleta.

 

Uno de los secuaces de Vince, Calvito, apareció en la puerta.

 

—?Está aquí?

 

Vince dio unos cuantos pasos, luego se dirigió a Calvito y lo lanzó contra la pared.

 

—?Cuánto hace que habéis descubierto que estaba aquí?

 

—Te llamamos en cuanto nos enteramos.

 

—?Ah sí? ?Y entonces qué? ?Os quedasteis sentados en el jodido coche y me esperasteis cuando deberías haber estado vigilando? El tipo se ha marchado.

 

—?No sabíamos qué aspecto tenía! ?Qué querías que hiciéramos?

 

Vince lo apartó de un empujón, salió fuera y casi se dio de bruces con la mujer de la limpieza.

 

—No pueden…

 

—?Cuánto hace? —preguntó Vince mientras sacaba un billete de veinte de su cartera y se lo alargaba.

 

Ella lo deslizó en el bolsillo de su uniforme.

 

—?Unos diez minutos?

 

—?Qué coche conducía? —inquirí.

 

Ella se encogió de hombros.

 

—No lo sé. Sólo era un coche. Marrón. Y tenía los cristales oscuros.

 

—?Le dijo alguna cosa, como si se marchaba a su casa o algo así? —pregunté.

 

—No me dijo nada.

 

—Gracias —dijo Vince.

 

Hizo un gesto con la cabeza hacia su ranchera y ambos nos dirigimos hacia allí.

 

—?Mierda! —exclamó Vince—. Mierda.

 

—?Y ahora qué? —pregunté.

 

No tenía ninguna idea. Vince se quedó en silencio un momento.

 

—?Necesitas hacer la bolsa? —preguntó él.

 

—?Hacer la bolsa?

 

—Me parece que te vas a Youngstown. Se puede ir y volver en un solo día.

 

Consideré lo que estaba diciendo.

 

—Si ha pagado la factura —reflexioné— lo más probable es que se haya ido a casa.

 

—Y aunque no se haya ido allí, me parece que en este momento es el único lugar en el que puedes conseguir algunas respuestas.