Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)

—Solo te diré que te vas a sentir mejor —a?adió al final.

Le creí. La verdad era que en el estado en el que estaba hubiera creído hasta a un perro si hubiera decidido hablarme. Me acerqué un poco, le di vueltas a la idea durante menos de un segundo y empecé a sacarme el vestido. Sentí el peso de la mirada de Adrik, pero no me importó. Deslicé el vestido por mi cintura y me lo quité con una sacudida de piernas.

Tomé aire y lo arrojé al fuego. No pude evitar sonreír. Sí me hacía sentir bien. Era como mandar a la mierda todo lo que había sucedido esa noche, como liberarme de la fiesta.

—Anda, el collar también —me propuso Adrik.

—Pero debe de ser caro... —dije con cierta duda.

—A la mierda cuánto cueste —soltó sin la más mínima preocupación o culpabilidad.

Pues si él lo decía... Me lo quité y lo lancé a las llamas. Nos quedamos mirando el fuego. Mientras crecía y ondeaba con fuerza, la ropa se quemaba poco a poco. No sabía si desaparecería por completo, pero el hecho de que el fuego la cubriera ya era suficiente para mí.

Cuando me atreví a girar la cabeza, la piel de Adrik estaba ba?ada por el naranja y el amarillo de las llamas. Su reflejo ondeaba sobre su silueta como sombras. Su cabello apuntaba en todas las direcciones. Sus labios parecían frescos y tenían un tenue tono rosado debido al contacto con la botella. Sus ojos parecían más oscuros y brillantes, quizá por el alcohol, pero resultaban hipnotizadores.

Descubrió que lo miraba y volvió su atención hacia mí. Durante un instante, la piel me quemó y no por el fuego. Adrik tenía una manera de mirar que te removía por dentro. Parecía tan indescifrable, tan enigmático, que incluso podías llegar a creer que le habían concedido el don de saber qué pensabas. Y yo ahora estaba pensando cosas nuevas sobre él... Cosas que no debía... Cosas...

—Jude —dijo, rompiendo el silencio.

El estúpido corazón se me aceleró y me pregunté si iba a sufrir un infarto o qué...

—?Sí? —pregunté sin aliento, nerviosa por lo que fuera a decir.

—Ahora tengo frío —soltó con cierta aflicción.

Me reí. La risa me salió de golpe, extra?a, nerviosa, y me sentía aliviada al mismo tiempo. ?Qué había esperado que dijera? ?Qué?

—No hemos pensado en eso —admití, rascándome la cabeza—. ?No deberíamos regresar?

Ambos miramos hacia la lejanía. Las luces y la música parecían ecos de un mundo al que, al menos yo, no pertenecía. Estuve más que segura de que estar ahí, en medio de la oscuridad, casi desnuda, era muchísimo mejor. Y poder ver a Adrik en bóxeres por supuesto era mejor todavía.

—Si te atreves a pasar así y que todos te vean... —respondió él, encogiéndose de hombros.

—?No hay otra entrada?

Negó con la cabeza.

—Solo por delante y por la cocina. Pero por ambos lados hay mucha gente. No se irán hasta ma?ana.

Exhalé.

—La verdad es que justo ahora no tengo lo que se necesita para ver la cara de alguno de esos hipócritas —admití. Pensar en lo sucedido me llenaba de rabia, pero decidí alejar el recuerdo—. Mucho menos la de Aegan.

—Mejor subamos a la casita de nuevo —propuso él.

Dejé que Adrik subiera primero porque me daba algo de vergüenza. Lo único que llevaba encima eran las bragas (que en realidad no eran muy atractivas, más bien eran de esas que te pones cuando tienes la menstruación) y el sujetador. Y no combinaban. Bueno, es que no combinas la ropa interior si nadie te va a ver con ella puesta, y a ser sincera nunca imaginé terminar en esta situación. Confié en la oscuridad y en la ebriedad de Adrik para que no se diera cuenta de esos detalles.

Ya en la casita, se movió en cuclillas de un lado a otro. Desapareció en la oscuridad y luego me llamó. Intenté seguir su voz hasta que me golpeé la frente contra la madera de una pared. Solté un quejido fuerte junto a una grosería mientras me palpaba con la mano en el lugar del impacto.

—Procura no romperte el cráneo —comentó Adrik.

—Jajá imbécil.

Apenas mis ojos se acostumbraron de nuevo a la oscuridad, descubrí que había un montón de cojines en una esquina. También había pósteres de superhéroes en las paredes, un cajón, un estante con un montón de juguetes viejos y algunos cables y cosas desperdigados por el suelo.

—Podemos quedarnos aquí —dijo, se?alando los cojines.

Juntos formamos una cama. Resultó que había suficientes cojines para crear un enorme cuadro y echarnos los dos, uno al lado del otro. él se acostó boca arriba y yo boca abajo.

Pasamos unos minutos en silencio, pero como no lograba dormirme (y mantenerme callada no es algo que yo sepa hacer durante mucho tiempo), lo rompí con una pregunta:

—?Esta casa era tuya?

—Mía y de Aleixandre —respondió con voz baja y apática.

—Imagino que a Aegan no le gustaba.

—Siempre hizo cosas más serias. Mientras Aleixandre y yo jugábamos, él quería estar con papá y aprender cosas de su trabajo.

—?Aegan siempre se mantuvo distante con ustedes?

Lo escuché soltar una exhalación.

—Jude, estoy entrando en esa fase en la que no quiero oírte —me cortó.

—Siempre estás en esa fase —susurré, entornando los ojos—. Me callaré entonces.

Quería que Adrik me siguiera respondiendo, pero fui consciente de que ya me había dicho muchas cosas esa noche y que no debía presionarlo. Entonces de repente me pregunté: ?hasta qué punto estaría implicado Adrik en lo del club nocturno?, ?aprobaba las cosas ilegales que se estaban haciendo en Tagus?, ?iba al club nocturno y hacía lo mismo que los demás?

Me removí inquieta sobre los cojines y apoyé la cabeza de lado, de modo que logré ver el perfil de Adrik. Tenía los ojos cerrados y la expresión tranquila. Su pecho desnudo subía y bajaba en una respiración pacífica. Admití que podría mirarlo durante mucho rato. Hasta podía... hasta podía...

?Joder, ?qué demonios estoy pensando??

Bueno, no tenía ni idea. El alcohol todavía me dominaba. Me quedé así, intentando no hacer nada que no debiera hacer. En cierto momento comencé a sentir frío de nuevo y me pregunté como una tonta por qué no nos habíamos quedado abajo, al lado de la fogata.

La verdad es que sí éramos bastante estúpidos...

—Deja de mirarme —me rugió Adrik de pronto.

—?No te estoy mirando! —me defendí, rugiendo también—. Estoy mirando a la nada y resulta que tú estás en medio de esa nada. Además, tengo... tengo frío.

—Busca en aquel cajón. —Se?aló el cajón de la esquina sin abrir los ojos, como si supiera con exactitud dónde se ubicaba cada cosa ahí dentro—. Debe de haber una manta o algo.

Me levanté de mala gana, abrí el cajón y rebusqué. Había juguetes, revistas de autos, cómics y... algo que parecía de tela. Lo saqué, lo estiré y descubrí que era bastante grande, como una manta. La olí. Bien, no tenía un olor extra?o.

—?Cuánto lleva esto aquí? —pregunté, desconfiada.

—No lo sé, sacúdelo y ya está.

Lo sacudí tanto como pude hasta que ya no salió nada de polvo. Luego volví a echarme sobre los cojines y, con incomodidad, me cubrí.

—Espero que esto no esté lleno de pulgas, Adrik, porque si no... —le advertí.

—Calla y duerme —zanjó.

Bueno, al menos daba calor. Nada me picó, nada me atacó... Me removí un poco y cerré los ojos, pero lo siguiente lo solté sin pensar:

—Lo haré, romperé con él. Ya no quiero seguir soportando esto.

Pasó un buen rato. Entré en un estado de somnolencia, pero todavía no me había dormido del todo. Más bien, mi cerebro trabajaba a mil, pensando en muchas cosas: en Aegan, en cómo usar toda la información que había conseguido, de qué manera proceder, en cuáles serían las consecuencias...

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