—Ay, gracias, no serlo tanto es muchísimo mejor que serlo del todo —repliqué, entornando los ojos.
—Me refiero a que me di cuenta de lo que eras capaz el día que te sentaste en aquella mesa y retaste a Aegan —agregó, de nuevo, asombrándome. Dudó unos segundos, pero luego a?adió—: Fue interesante. Lo mejoraste en el comedor cuando le dijiste que no querías salir con él. Pensé que tenías cerebro hasta que los empecé a ver juntos.
De acuerdo, hacerme la estúpida delante de él acababa de dejar de ser divertido porque se había dado cuenta de que en realidad no lo era.
—No sé qué es peor, que nunca hables o que empieces a soltarlo todo —resoplé, y le quité la botella cuando él acabó de beber—. Lamento decepcionarte entonces, idiota.
—Para decepcionar está la gente.
Eché la cabeza hacia atrás y la giré para mirarlo. Me asombré a mí misma al admitir que me agradaban las opiniones de Adrik. Eran realistas.
—?Hay al menos una cosa que nos guste al uno del otro? —No supe por qué pregunté eso.
Adrik también echó la cabeza hacia atrás y me miró. Sentí el peso de esos ojos parecidos a la nostalgia. Tenía una sonrisa escasa.
—Dímelo tú.
—Bueno, sabes dejarme callada, y eso es bastante difícil —confesé. Fue como: ?Oh, nooo, acabo de entrar en la fase de sinceridad, y ya no puedo parar?—: Tienes unos argumentos muy buenos.
—Uno debe nacer con algún talento —contestó, y alzó la botella como si fuera un brindis.
Nos reímos, yo con más confianza y él apenas demostrando que se reía un poco.
—Dime tú ahora —le exigí, removiéndome en mi sitio, ansiosa por escucharlo.
Adrik se pasó la mano por el cabello y se lo despeinó a propósito. Se quedó un momento mirando el vacío, quizá pensando, quizá preguntándose por qué la Tierra daba vueltas o quizá solo existiendo, y luego dijo:
—Es complicado porque no tienes nada que deba gustarme.
—?Quééé? —emití en un tono agudo, impactada—. ?Por qué no?
Se encogió de hombros.
—Porque no eres guapa, no llamas la atención cuando llegas a un sitio, no eres dulce ni amigable y tampoco tienes ninguna cualidad que resalte. De hecho, eres torpe, entrometida, insufrible, apareces en los momentos menos indicados, crees saberlo todo cuando no sabes nada, y a veces eres arisca y aburrida. Sin olvidar que tienes un pésimo gusto para la lectura y que siempre parece que tuvieras una escoba por cabello.
Lo dijo todo con tanta naturalidad y simpleza que ni siquiera parecieron insultos. Me quedé boquiabierta, pero fui incapaz de sentirme enfadada, solo mal. Sabía que decía la verdad. Yo era todo eso e incluso más, de modo que no me quedó otra que cerrar la boca, echarme un trago y callarme.
No me esperaba lo que agregó de repente:
—Pero es eso lo que me gusta.
Lo miré con rapidez, estupefacta.
él siguió:
—Que no eres nada de lo que deberías ser, nada de lo que este sitio te exige que seas. Solo eres como eres, y aunque toda tu existencia es insoportable, no te esmeras en ocultarla. Eres algo así como un interesante desastre. Por eso sigo sin entender qué haces saliendo con un bruto, malintencionado e idiota como Aegan.
?En serio creía que Aegan me gustaba de verdad? Guau, entonces mi actuación era bastante buena.
De todos modos, me concentré en lo que había dicho. Era la primera vez que me soltaban mis verdades con tanta naturalidad y sin tono u intención de ofender. Eso me hizo sentir como Rafa de Los Simpson: feliz y enojada.
—Adrik —empecé a decir, parpadeando como una tonta por el asombro—, si tenía un poquito de autoestima, me la acabas de fulminar.
Para mi sorpresa, a él le hizo gracia mi comentario y se echó a reír. Entonces, entre las risas se le escapó un eructo grotesco y sonoro que desató en mí un ataque de carcajadas.
Nos reímos como dos estúpidos hasta que pasé a la siguiente fase del alcohol: la rabia.
—No, joder, no sé de qué demonios me estoy riendo —solté, sacudiendo la cabeza de un lado a otro con furia y ebriedad—. Odio esto. ?Odio lo que fingí ser en esa maldita fiesta! ?Odio este estúpido maquillaje! ?Odio este jodido vestido!
Adrik se terminaba un trago. Apenas apartó la botella de su boca dijo sin más:
—Quémalo.
Me detuve. El cabello se me quedó pegado a la cara.
—?Qué? —emití en un tono poco estable.
—No hablo en chino, Jude, ya me has oído.
—Sí, pero ?cómo voy a quemarlo?
Adrik intentó levantarse. Yo lo miré entre confundida y desorientada. Le costó un poco e incluso se balanceó sobre sus pies, pero al final sus hombros llegaron al techo. Se quedó encorvado, pero, aún sosteniendo la botella, logró acercarse a la entrada y poner un pie en el tablón de la escalera.
—Ven —me dijo.
Como mi cerebro estaba frito por el alcohol, no apliqué ni la lógica ni el sentido común a nada, e intenté bajar las escaleras también. Ambos estuvimos a punto de caernos como mierda al suelo, pero por suerte logramos pisar tierra ilesos.
Adrik rodeó el enorme árbol. Solo cuando la débil y lejana iluminación de la casa y de la luna me permitió verlo mejor, me di cuenta de que todo el rato había estado sin camisa. Lo único que llevaba encima era la corbata blanca del traje y el pantalón con el que había saltado a la piscina, ahora húmedo, arrugado y sucio.
Tragué saliva como una tonta y él desapareció por detrás del árbol.
—Ven, Jude, no te quedes ahí —dijo desde algún lugar.
Mis piernas se movieron sin que yo les diera muchas órdenes. Rodeé el árbol y vi que Adrik había empezado a reunir un montón de ramas junto a algunas tablas viejas sobrantes de la construcción de la casita del árbol que nadie nunca se había preocupado de quitar.
Mientras él hacía eso, yo estuve mirándolo. Lo vi con unos ojos más adolescentes y vulnerables. Estaba muy guapo con el pelo despeinado y el torso torneado desnudo. Lo mejor era que si apartabas el hecho de que estaba bueno, notabas que era diferente.
Adrik no hablaba de manera pretenciosa, no alzaba la cara con suficiencia, no reía como si tuviera al mundo cogido por el cuello. Era sencillo, natural. Sí, algo chocante. Sí, algo odioso. Sí, muy sarcástico e indiferente; pero sospeché que debía de tener sus buenas razones para actuar con tanta frialdad ante el resto.
Incluso me pregunte qué era lo que tanto lo enojaba. ?En verdad era Aegan? ?En verdad era solo eso?
Parpadeé con fuerza y abandoné mis extra?os pensamientos cuando él echó un chorro de alcohol de la botella sobre las ramas, la madera y las hojas. Luego se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un encendedor. Encendió una hoja y la dejó sobre el montón.
Poco a poco se formó un fuego. él lo ayudó a crecer y crecer hasta que las llamas se hicieron lo suficientemente grandes para... ?para qué?
—Bueno, quítatelo —me ordenó Adrik.
—?Eh? —dije sin comprender, alternando la mirada entre él y las llamas.
—El vestido —contestó—. Quítatelo para quemarlo.
—??Cómo lo voy a quemar?! —pregunté, estupefacta.
—Acabas de decir que lo odias, ?no? Bueno, a mí tampoco me gusta este maldito traje, así que...
Dejó la botella en el suelo y comenzó a desabrocharse el pantalón. En un momento se lo quitó y se quedó únicamente con unos bóxeres blancos. Jamás había visto que unos bóxeres le quedaran tan bien a nadie. Hasta ese momento, jamás unos bóxeres me habían parecido mucho más que bóxeres. No sé, era como si lo hubiesen hecho para ser modelo de Calvin Klein.
Salí de mis pensamientos cuando él arrojó el pantalón al fuego. Y a continuación se quitó la corbata y también la arrojó. Luego se sacó los zapatos, los calcetines y los lanzó a las llamas, que crepitaban y crecían.
Ya no tenía nada más para arrojar. Estaba en ropa interior. Por un momento llegué a pensar que también se la quitaría, pero no lo hizo.