Y entonces sentí que algo temblaba junto a mí. Giré la cabeza, ce?uda. Durante unos segundos, no supe qué era hasta que entendí que se trataba de Adrik, que estaba tiritando. Temblaba de frío y no decía nada. Me di cuenta de que no podía. Debía de estar profundamente dormido, y muriéndose de frío.
Dudé un momento: ?debía ofrecer parte de mi manta a mi enemigo?
Bueno, ahora no tenía claro que fuera mi enemigo. Las cosas parecían un poco distintas. Con todo lo que había dicho, con lo de la fogata... No sé. Desde el principio Adrik me había parecido muy diferente a sus hermanos, pero no quise aceptarlo. Sin embargo, era algo evidente por muchas cosas: su aspecto, su comportamiento, lo que hacía y decía en clase de Literatura, cómo evitaba las situaciones que a Aegan le encantaban...
Pero tampoco podía confiar en él.
No podía confiar en nadie.
No podía asegurar que uno de los Perfectos mentirosos no era en realidad tan mentiroso...
No obstante, me había salvado de la doble humillación de Aegan, me había ayudado a quemar ese maldito vestido, habíamos compartido nuestro deseo de estar lejos de la fiesta, me había acompa?ado en medio de aquella oscuridad y no se había comportado como un idiota a pesar de estar borracho...
Y por todo eso hice lo correcto.
Me deslicé con sumo cuidado hacia él y le eché el resto de la manta por encima. Se removió, pero no abrió los ojos. Soltó un leve gru?ido y luego se quedó quieto. De manera inevitable, mi piel hizo contacto con la suya. Fue un contacto caliente y suave. Me dejó paralizada y envió una rara corriente a mi cuerpo. Me sorprendió tanto que me obligué a mí misma a dormirme de una maldita vez.
Y entonces él se giró. Fue un movimiento rápido, producto de su sue?o y su búsqueda de comodidad. Se quedó de lado y lanzó su enorme brazo por encima de mí. Abrí los ojos desmesuradamente porque en tan solo un segundo tuve su rostro a escasos centímetros del mío. Mi rigidez se acentuó. Esa cercanía era tan nueva y tan abrupta que mi cerebro casi dio error.
—Adrik, ??qué demonios...?! —chillé.
él dijo algo incomprensible, todavía dormido. El alcohol lo había dejado frito. Ni siquiera se apartó. Ni siquiera sabía que era yo a la que estaba aplastando como un sándwich. No supe qué rayos hacer. Intenté quitarme de encima su brazo, pero me presionó más con él, molesto.
Visto desde lejos hasta habría parecido que me abrazaba, pero la verdad era que estaba rendido, el condenado. Percibí el olor de su colonia mezclada con el del alcohol. La mezcla me resultó agradable, a lo mejor porque mis sentidos tampoco estaban en condiciones.
Solté aire por la nariz. Observé cada centímetro de su cara con una perplejidad nerviosa. Sus labios ligeramente entreabiertos, la mandíbula afeitada, sus pesta?as masculinas, los mechones de pelo sobre la frente... Durante una fracción de segundo incluso quise colocar la mano sobre su mejilla, como si eso pudiera confirmarme que todo lo que me había contado gracias al alcohol era cierto.
Pero fui incapaz. Nuestros cuerpos estaban muy cerca. Si movía una pierna, aunque solo fuera un poco, chocaría con la suya. Mi peor temor, sin embargo, fue hacer contacto con... con cierta parte que solo estaba cubierta por cierta tela blanca...
Mierda.
Cerré los ojos. Me fijé como objetivo no moverme, pero contra lo que en verdad luché durante toda la noche fue con la peligrosa sensación de que era agradable tener a Adrik Cash a mi lado.
Y con las ganas de querer besarlo.
Mal, muy mal.
17
No todos los mensajes son de texto
Cuando me desperté, me sentía como si alguien me hubiera taladrado la cabeza. Tenía los ojos lega?osos, el cuerpo cansado y la resaca palpitándome en las sienes. Solté unos quejidos, parpadeé mucho hasta que mi visión se esclareció y entendí el mundo a mi alrededor.
Me encontraba recostada sobre los cojines dentro de la casita del árbol.
El sol brillaba con una intensidad fastidiosa.
Y Adrik no estaba por ningún lado.
Durante un segundo me pregunté si había so?ado lo de la noche anterior, pero las pruebas lo decían todo: seguía en ropa interior; y cuando bajé los tablones procurando no caerme de bruces al suelo, vi los restos del fuego.
Los zapatos de Adrik y una parte del resto de la ropa ni siquiera se había desintegrado, lo cual me causó cierta risa. Probablemente, el viento y el frío habían apagado las llamas más rápido de lo que pensamos. También quedaba un trocito de su corbata, quemado en los bordes, pero blanco satín en el centro. A lo mejor se me habían chamuscado todas las neuronas por el alcohol, pero lo cogí y decidí quedármelo.
Luego tomé bastante aire y reuní valor. Así, descalza y semidesnuda caminé de regreso a la casa de campo de los Cash.
Come on, girl!
Atravesé la puerta trasera y descubrí que los que quedaban de la fiesta habían decidido desayunar en el jardín. En una mesita muy de pícnic, estaban sentados Aegan, Aleixandre, su tapadera/cita Laila, Artie, Owen y su chica de la fiesta.
Me detuve un momento y los miré con mi más esplendorosa cara de palo. Ellos me observaron fijamente, entre sorprendidos y desconcertados. Aegan me repasó sorprendido. Incluso Aleixandre masticó lentamente, como si estuviera tratando de imaginar una historia que justificara mi aspecto.
Sí, debían de estar pensando que habían subestimado mi locura, que en realidad estaba mucho más loca, pero como a esas alturas me importaba tres hectáreas de excremento lo que ellos pensaran, me acerqué a la mesita. Los ojos llameantes de consternación de Aegan me siguieron hasta que cogí una tostada de la cesta que había en el centro.
—Buenos días —les dije a todos, asentí y seguí caminando hacia el interior de la casa.
Pensé que había salido bastante bien hasta que Aegan me alcanzó justo cuando llegaba a las escaleras. Me tomó del codo y me dio la vuelta con algo de brusquedad.
—?Qué te ha pasado? —soltó, ce?udo y aparentemente disgustado—. ?Dónde estuviste?
Sacudí con rabia el brazo para que me soltara. Lo miré con ira y desprecio. El recuerdo de lo que había sucedido amenazó con llenarme de una furia capaz de hacerme escupir una ópera de barbaridades.
—No vuelvas a tocarme nunca más en tu asquerosa vida —le advertí.
Sus oscuras cejas se hundieron todavía más. Por un instante, incluso pareció confundido por mis palabras, pero después eso desapareció. Sus ojos adoptaron un brillo que denotaba satisfacción, como si esa fuera la reacción que él esperaba.
—?Por qué no? —dijo.
No pretendía explicarle nada. Mi paciencia en ese momento estaba en menos cero (- 0).
—?Cómo averiguaste lo de mi madre? —le pregunté—. ?Es uno de tus caprichos investigar a todas tus novias?
Aegan alzó las cejas, falsamente sorprendido.
—?Por qué lo preguntas tan enfadada?
—?Respóndeme! —le grité.
Se encogió de hombros con una encantadora indiferencia.
—Si algo me sobra son contactos —alardeó—. Digamos que me gusta saber a qué me enfrento.
Di un paso adelante, alzándome para demostrarle que no me intimidaba.
—?Una madre enferma parece peligrosa para ti? —rebatí—. ?Temiste que se levantara de la cama y viniera a poner en duda tu superioridad?
Mira, esa era una de las cosas que más odié de Aegan siempre: su asombrosa capacidad para decir algo con ironía, descaro y falsa inocencia al mismo tiempo.
—Mi intención es demostrarte que estoy dispuesto a ayudarte en lo que sea —mintió, y usó la carta de ?mosquita muerta? en ese momento.
Le dediqué una sonrisa que por dentro era furia pura.
—Me conmueve tu bondad. Pero ?qué tal si me ayudas manteniéndola lejos de todo esto?
Aegan alzó otra vez las cejas y fingió asombro. Le quedaban bastante bien las expresiones teatrales.
—?Llamas ?esto? a nuestra increíble relación? —replicó con una falsa nota de sufrimiento—. Por Dios, Jude, debo admitir que me duele. No soy más que un novio preocupado.
—Novio —repetí en un resoplido absurdo y amargo. La palabra había sonado espantosa en su boca, como un castigo, una tortura, lo que únicamente le desearías a tu peor enemigo—. Mira, Aegan, lo de anoche fue la gota que colmó el vaso; ya no quiero...