Esa ma?ana todo el alumnado estaba superatareado. Artie, Dash, Kiana, yo e incluso se notaba que el resto estaba ocupado tratando de acabar tareas y yendo de una clase a otra para entregar trabajos. Las semanas pasadas habían sido solo un calentamiento. A partir de ahora, el semestre comenzaría a ponerse lanzar golpes como Manny Pacquiao.
Aunque tener tantos asuntos académicos pendientes tuvo sus ventajas. La primera: que nadie tenía tiempo para mirarme mal por lo de mi madre. La segunda y más importante: que no vi a Aegan ese día, ni el martes ni el miércoles. Lo único que supe de él me lo contó Dash, quien iba a algunas clases con él, cuando nos reunimos después del almuerzo en el Bat-Fit. Según me dijo, tenían tantos trabajos, exposiciones, exámenes sorpresa y proyectos que Aegan no levantaba la cabeza de los libros, porque los Cash podían ser idiotas, pero tenían un promedio académico excelente.
Pero sabemos que las mentes más crueles han sido bastante inteligentes.
Le mencioné a Dash algo de lo que quería hablar.
—Ayer conocí a un amigo de los Cash, Owen. Nunca me habían hablado de él.
Dash alzó las cejas, sorprendido. Fue curioso su asombro.
—Pensé que ya no volvería a estudiar aquí —dijo.
—?Qué sabes de él? —pregunté.
Dash miró alrededor y luego se inclinó hacia delante para contarme el chisme:
—Lo expulsaron por acostarse con una profesora el a?o pasado. Fue todo un escándalo porque ella estaba casada con el profesor de Idiomas, ?sabes? Ese calvo.
—?Tal vez lo han perdonado?
—Tal vez su padre ha intervenido —me corrigió él con una risa algo... ?amarga?—. Su familia son los Santors, igual de importantes y amenazantes que los Cash y amigos desde siempre.
—Compinches de poder.
—Owen es muy amigo de los tres hermanos Cash desde peque?os, pero sobre todo es amigo de Aleixandre.
Hum..., entonces Owen era lo más cercano a un mejor amigo de los Cash que existía en Tagus. Debía vigilarlo también, aunque aparentemente no se parecía en nada a ellos. Me había dado una impresión más relajada y menos problemática.
Me fijé de repente en que junto a los libros de Dash había una cajita dorada.
—?Qué es eso? —le pregunté, se?alando la cajita.
—Un regalo —respondió al tiempo que volvía a escribir en su cuaderno—. Los compró un amigo para aligerar el día.
Me incliné hacia delante, cogí la cajita y la abrí. Dentro había varios palillos largos y oscuros. Desprendían un aroma interesante.
—?Es incienso? —pregunté, intentando descubrir qué eran en realidad.
—Sí, es terapéutico. Suelen usarse para momentos de estrés o ansiedad. Puedes coger uno si quieres.
?Disminuir mi estrés? Sí, por favor, porque la cabeza ya comenzaba a darme vueltas con tantas cosas: las tareas que todavía no había terminado, todo lo que aún debía organizar para llevar a cabo mi plan, lo que no me encajaba de la desaparición de Eli...
— Lo usaré esta tarde con Artie —dije, y tomé un incienso de la cajita para luego guardarlo en mi mochila.
—Por cierto, ?dónde está? —quiso saber Kiana.
—No lo sé. —Dash alzó los hombros—. A veces sale y se pierde durante unas horas.
?Artie todavía se veía con el chico de Informática?
Ese día tuve clase de Literatura. Adrik llegó como siempre llegaba Adrik a un sitio: serio, algo apático y silencioso. Su cabello apuntaba en todas las direcciones en un perfecto y atractivo desorden. Era como si se acabara de levantar de un largo sue?o o como si de verdad todo le importara tres hectáreas de mierda.
Ya no podía verlo sin recordar la noche de la casita del árbol. Me venía a la mente cómo nos habíamos reído, cómo nos habíamos sincerado, esa estupidez de quemar la ropa y luego esas sensaciones tan extra?as que experimenté cuando pensó que yo era su almohada y casi me aplastó. Pero alejé esos pensamientos tan rápido como llegaron y me sentí algo incómoda.
él se sentó oliendo a loción para afeitar, colocó los antebrazos sobre la mesa y se quedó inmóvil mirando la nada con una expresión de ?no me hables nunca?.
Pero yo sí le hablé, claro; tú ya sabes cómo soy.
—Adrik —dije, mirándolo con extra?eza. No se movió. Parecía que ni siquiera respiraba—. ?Adrik? —pregunté de nuevo, pero nada, era como una estatua, como un maniquí—. ??Adrik?! —insistí con fuerza.
Al fin reaccionó. Inspiró hondo con fastidio y giró la cabeza. Apoyó la barbilla en su mano y me observó con esos ojos plomizos, perezosos.
—Parece que es mentira eso de que si no te mueves no se te ve —suspiró, resignado.
Fruncí el ce?o y puse mi mejor mueca de rareza.
—?Qué? ?Qué rayos estabas haciendo? ?Pensabas que no te hablaría si me ignorabas? —Sacudí la cabeza, todavía sorprendida por su estupidez—. ?Esa técnica se aplicaba para los dinosaurios!
—Explícame la diferencia entre tú y un dinosaurio —respondió, indiferente y odioso. Abrí la boca para hablar, pero la verdad es que ese tipo siempre me sorprendía—. Exacto, no la hay —agregó ante mi silencio.
—?En qué demonios me parezco yo a un dinosaurio, según tú? —me quejé.
—Ambos son irritables y agresivos, para empezar.
Desvié la mirada y decidí mirar hacia la ventana. Es que, si lo pensaba bien, me resultaba raro discutir con él al recordar cómo habíamos dormido juntos en ropa interior. ?él se acordaría?
—No quiero oír el resto de las similitudes, que seguro son bastante buenas —resoplé. Dudé un momento, pero luego lo dije—: ?Te acuerdas que pasamos la noche de la fiesta en la casita del árbol?
—Sí —afirmó.
Me giré con rapidez para mirarlo. No lo había negado. Eso era bueno. ?Era bueno? Supuse que sí.
—?Y...? —Esperaba que dijera algo sobre las estupideces que habíamos hecho.
—?Y qué? ?Debo acordarme de algo en específico? —preguntó.
El modo en que lo dijo se interpretaba como un: ?Esa noche no sucedió nada relevante?. Y si él quería eso, bien.
—No —me limité a decir.
Unos segundos después, la profesora llegó, comenzó a dar la clase y Adrik y yo no cruzamos palabra, excepto para lo que era necesario. Mencionarle algo más sobre la casita del árbol no tenía sentido. ?Para qué? Simplemente, debía olvidarlo. Lo único bueno de aquella noche fue la información que me había dado.
—Así que lo que harán hoy será esto —decía la profesora, ya casi terminando la hora—. Escogerán un libro según el género acordado en la clase anterior. Se reunirán con su compa?ero y cada uno leerá en voz alta tres páginas al otro. Quiero que lo graben en vídeo y me lo entreguen ma?ana en la segunda parte. No la próxima clase, sino ma?ana mismo. Estaré en la biblioteca.
El timbre sonó y todos comenzaron a dejar el aula. Yo empecé a guardar mis cosas en la mochila. Adrik cogió la suya, se levantó y lo dijo claro, seco y sin derecho a protesta:
—Estaré a las tres en tu apartamento.
Exhalé con cansancio.
Mis días libres de los Cash habían terminado.
Mis días de descubrir cosas, no.
De pronto me llegó un mensaje de Artie a mi móvil:
Jud, ?recuerdas la zona del bosque de Tagus de la que te habló Dash el otro día? Nos vemos los cuatro allí dentro de media hora. Te envío la ubicación
Busqué una bicicleta en uno de los puestos de alquiler y me puse en marcha. La zona indicada por Artie estaba en las profundidades del campus, hacia donde dejaba de haber edificios y empezaban los árboles y los bosques que rodeaban la universidad. Se podía ir allí, pero no se recomendaba mucho hacerlo solo porque la gente corría el riesgo de perderse. De todos modos, era tan hermoso que a veces en grupo se planeaba ir allí a pasar el rato. Supuse que para eso me estaba invitando.
Me tomó como diez minutos llegar siguiendo el GPS. Pasé un cartel de advertencia y luego seguí por un sendero. El camino de repente desapareció, así que me bajé de la bicicleta y caminé mientras la conducía. Sí era hermoso, todo verde, repleto de árboles y algunos arbustos. Cuando llegué al punto final, no vi a nadie.
Eh, ?y Artie, Dash y Kiana?