Esbocé mi más ancha y perfecta sonrisa al mundo hipócrita y cruel de Tagus.
—La noche apenas acaba de empezar, pero quiero hacer una pausa para anunciar algo muy importante —comenzó a decir Aegan con esa voz poderosa, elocuente, embelesadora. Sus ojos brillaban de malicia, pero como él siempre era así, no le di importancia y me hinché como una novia orgullosa de estar a su lado. La gente escuchaba, expectante, ansiosa—. Esta fiesta es para recaudar fondos para la fundación de personas sin hogar que dirige mi padre, pero hace poco decidí que beberíamos y lo pasaríamos bien juntos para ayudar también a otra causa. Por eso he traído varias botellas de mi colección personal de vino para venderlas en esta fiesta. No me ha resultado fácil tomar esta decisión, pero me satisface saber que el dinero recaudado con cada una de estas botellas irá a una nueva causa que ya considero muy especial para mí.
Todos estallaron en aplausos. Incluso a mí me sorprendió. ?él haciendo caridad con sus valiosas cosas personales? Bueno, estaba bien. Considerando que era un imbécil, donar era lo mínimo que podía hacer por el mundo.
Aegan pidió que disminuyeran los aplausos. En pocos segundos cesaron y él arrojó la bomba:
—Ese dinero irá en beneficio del Hospital San Francis y costeará todos los tratamientos de mi suegra, Elein Derry, la madre de mi novia, Jude Derry. Este tema me toca en lo más profundo porque Elein padece las consecuencias del VIH.
Cuando Aegan se volvió hacia mí con la copa en alto, yo estaba paralizada.
A eso se había referido con ?si después de la fiesta todavía quieres?. Me había insinuado que tenía algo preparado. Algo tan cruel que me superó por mucho.
En un primer momento fue como si todo se hubiese detenido en el segundo en el que había dicho ?VIH?. Todo a mi alrededor desapareció. Pausa. Una pausa por el impacto. Y luego, de forma abrupta, todo se reanudó. Todo volvió a adquirir movimiento y entendí lo que Aegan acababa de hacer.
Acababa de decirle a todo Tagus, a los que se reían de mí, a los que ma?ana y pasado comentarían aquello como un cotilleo, que era cierto, no obstante, que en casa mi madre estaba enferma desde hacía seis a?os. Era un tema serio, privado, doloroso y, aun así, Aegan lo había soltado sin más, delante de todo el mundo, como si no fuera más que un chisme.
Cuando me atreví a mirar hacia los lados, vi que todos se mantenían en un silencio expectante, pero en sus rostros había expresiones y miradas que no disimulaban lo que estaban pensando sobre mi madre, sobre cómo se había podido contagiar, sobre si yo había nacido con la enfermedad o no...
—Salud —dijo Aegan de pronto, y todos se le unieron en un coro:
—Salud.
Yo no alcé la copa. Seguí inmóvil porque todo se me había congelado, incluso la vida.
Aegan bebió de su copa, luego tragó, frunció el ce?o en un gesto fingido y me dijo:
—Jude, ?quieres decir algo? ?Quieres contarnos cómo está Elein?
Entreabrí los labios. En verdad intenté decir algo para no quedar peor, pero nada salió de mi garganta. Algo caliente me recorrió el cuerpo y se agrupó en mis ojos, venciendo toda mi dureza y mi valentía. Quise... quise llorar como una estúpida, pero me contuve, y toda la fuerza se me fue en eso. Ni siquiera me sentía capaz de rebatirle como se lo merecía, de mostrarme fuerte.
Todos esperaban.
Me miraban.
Murmuraban.
—Y-yo... —logré pronunciar. El mundo daba vueltas. Tenía la boca seca, quería vomitar—. Bueno, ella...
—?Ella...? —me animó Aegan con descaro.
—Es que... ella... pues...
Entonces, antes de que me saliera otra palabra o tal vez un acceso de vómito, de forma inesperada un grito me interrumpió:
—???Chúpamela, Aegan!!!
Fue tan repentino que la atención de todos se dirigió hacia la terraza de la casa. En cuanto lo vi, no lo pude creer. Adrik estaba de pie en el borde. Sostenía una botella de whisky. ?Qué demonios estaba haciendo? Ni siquiera nos dio tiempo de buscar una respuesta porque se lanzó de cabeza a la piscina. Voló por los aires hasta que la caída hizo saltar el agua. Se hundió, salió y cogió aire. Después, con la botella en alto, soltó un grito potente:
—???GUAUUU!!!
En un segundo, la música volvió a sonar más alta y animada que nunca. Y todo el mundo estalló en gritos de GUAAAUUU para conseguir que la fiesta fuera finalmente divertida.
Al girarme hacia Aegan, descubrí que estaba mirando a Adrik con una furia incontenible. Adrik, por su parte, flotó en la piscina con los ojos entornados, desafiantes y fijos en su hermano.
Para mejorar la noche, más gente comenzó a lanzarse al agua, motivados, olvidando lo del brindis al menos por esas horas.
Sentí una mano en el hombro. Era Artie. Me dedicó una mirada que incluso me pareció de lástima. No lo supe. Quizá quería darme su apoyo, pero no lo necesitaba en ese momento. No necesitaba nada de esa mierda.
Me aparté y me alejé de ahí lo más rápido posible, humillada, pero sobre todo aguantando el mar de llanto y rabia que prometía derrumbarme.
Si había creído estar un paso por delante de Aegan Cash, me acababa de lanzar por un pozo.
Incluso pude oírlo en mi cabeza:
?Yo siempre tendré un plan mejor?.
16
La oscuridad puede ser un buen refugio,
pero cuidado con el monstruo que vive en ella
Me alejé de la fiesta hasta que oí la música lo suficientemente lejana. Y ahí tuve mi ataque de furia.
Me quité los estúpidos tacones y los arrojé lejos con fuerza. Me pasé la mano por la cara como si así pudiera quitarme todo ese ridículo maquillaje. Incluso solté un extra?o grito/grosería/gru?ido de rabia. Fue todo tan explosivo, tan colmado de ira, que al final me quedé quieta, agitada y derrotada, pensando, procesando que lo que acababa de pasar había sido peligroso e inesperado.
?Cómo se había atrevido a contarle a todo el mundo que mi madre estaba enferma? Ese tema siempre fue delicado para nosotros y nos tenía constantemente preocupados. Mi madre estaba bien un día y al otro no. Era impredecible: dolores, infecciones repentinas, debilidad, depresión... Su enfermedad me había roto por dentro. Que Aegan hubiera hablado de ello ante todos, en tono burlón, como si fuera parte de sus juegos, me había dejado claro que era el ser más miserable del mundo, que era lo más despreciable que había conocido nunca.
Y que no se detendría. Mientras yo lo retara, mientras siguiera atacando su imagen, seguiría siendo cruel, seguiría tratando de hundirme. Escarbaría en mi vida, esperando el momento en el que me equivocara. Lo peor: yo no le había temido a nada de lo que pudiera hacerme, a pesar de que aquella noche, en el auto, me había advertido que contaba con todos los recursos necesarios para una guerra.
En ese momento, tras demostrarme que no le importaba cuán malvadas fueran las medidas para derrumbarme, me pregunté si debía seguir con el plan.
Y no pude darme una respuesta clara porque la cabeza me daba vueltas. Me arrepentía mucho de no haber cogido alguna botella antes de huir de la fiesta.
Me quedé en medio de la oscuridad, sentada sobre una piedra. Lloré un rato para desahogarme y no guardarme nada que quisiera salir después... Oye, llorar es bueno. Si quieres llorar como las protagonistas de las novelas de época, hazlo, pero después está en cualquier constitución que seques las lágrimas y te levantes.
Yo me sequé las lágrimas con decisión, pero me quedé inmóvil, mirando el vacío, tratando de equilibrar mi rabia. El enfado era normal, pero demasiado enfado solo llevaba a errores. Tenía que calmarme.