—?Yo y quién? —preguntó Adrik, repentinamente confundido.
?Se había perdido pensando en la inmortalidad del cangrejo y acababa de prestarle atención a la conversación o qué?
—Eh, yo soy Artemis —le aclaró Artie, un poco descolocada.
Artie era por Artemis, pero Adrik no lo sabía, así que la observó como si no hubiera reparado en ella hasta ese momento. Asintió con lentitud en un gesto cordial, igual de forzado que mi sonrisa. Luego nos miró a Aegan y a mí.
—Me parece que no —rechazó, aburrido.
Avanzó hacia la puerta con toda la intención de irse de la misma forma que se iría alguien a quien no le importaba un pepino el resto de la humanidad.
Y... ya sabes que todos tenemos un lado cruel, ?no? Solo que no siempre le dejamos que nos domine. Pero en esos tiempos mi lado cruel y yo simpatizábamos mucho por razones que te explicaré después, así que mientras Adrik se iba en cámara lenta, las palabras de Dash sonaron en mi mente: ?Si se trata de una rebelión, Jude pudo aceptar salir una noche con él y luego rechazarlo. Habría herido su ego. Más simple y menos peligroso, ?no??.
Aceptar y rechazar. Herir su ego. Eran razones muy válidas, y la oportunidad me pareció perfecta para una peque?a venganza.
Intercepté a Adrik y lo detuve frente a mí. Su altura sombría me intimidó un poco, pero no se lo demostré.
—No seas tonto, Driki, salir todos no es tan mala idea —le dije, dando un énfasis burlón a su apodo.
—No me llames Driki —contestó él, con su habilidad para sonar sereno y odioso al mismo tiempo.
Y deslizó la mirada obstinada de mí hacia su hermano. Le transmitió reproche, quizá por haber revelado el apodo.
—Puedes escoger la comida —intenté mediar.
—No, no puede —rio Aegan, disimulando su necesidad de control.
—Tengo cosas que hacer —dijo Adrik, con tono de ?NO rotundo?.
—Nadie tiene cosas que hacer a estas horas —rebatí, como si lo que acababa de decir fuera ridículo.
—Yo sí —enfatizó él de manera odiosa—. Tengo que ir a meter un tenedor en un enchufe. En pocas palabras: tengo algo mejor que hacer.
—Pues eso del tenedor lo puedes dejar para más tarde —resoplé—. Iremos todos a cenar.
Me encaminé hacia la puerta, pero Aegan me arrojó la pregunta para detenerme antes de poner la mano en la manija:
—Espera, ?irás así? —dijo, incrédulo. No entendí qué era ?así? hasta que me hizo un serio y analítico repaso.
—Así ?cómo? —quise saber.
Volvió a observarme de arriba abajo con el ce?o ligeramente hundido. Hubo una chispa crítica en los ojos que disimuló con una inocente extra?eza.
—Como si te acabara de sacar de un basurero —soltó directo, pero con una falsa y experta voz de confusión inocente.
Le dediqué una mirada que habría atravesado los sesos de alguien como una bala.
Bueno, en realidad había olvidado que me faltaban los zapatos, pero me dio la impresión de que para Aegan eso era lo de menos. Lo que le sorprendía era que mi ropa no se ajustaba a lo que usaban para salir las chicas de Tagus, que siempre iban bien arregladas, maquilladas y prolijas, sobre todo si iban a salir con él. Además, hasta el propio Aegan se vestía exageradamente bien y demostraba que el aspecto era muy importante en su estilo de vida. Ropa de dise?o, zapatos a la medida, corte de pelo impecable. Un chico con un sentido de la moda marcado y masculino, ?eh? ?Qué era? ?El Chuck Bass del 2019?
—Esperen un momento —dije, y corrí hacia mi habitación.
Cogí las botas trenzadas y me las calcé. Me miré en el espejo y me solté el cabello. No me parecía que me viera mal, es decir, al menos esa ropa no estaba vieja y gastada. Pero Aegan estaba acostumbrado a ver tacones, cabellos peinados, bolsos colgando del brazo y perfumes caros. Y yo no iba a darle nada de eso. No tenía ningún interés en complacerlo ni en cumplir estereotipos.
Y si lo que quería era hacer algo más que solo molestarlo, tenía que emplearme a fondo. De hecho, iba a darle tan duro que rompería ese cascarón de chico perfecto y sacaría al verdadero animal que tenía dentro, ese que yo sospechaba que se esmeraba en ocultar.
Volví a la sala.
—Ahora sí —anuncié.
Aegan casi ladeó la cabeza y volvió a hacerme un repaso, tratando de encontrar lo que me había cambiado de mi atuendo. Me aproximé a él y fruncí el ce?o. En ese instante se me ocurrió una idea para hacer más divertida la noche: le seguiría su falso jueguecito a mi sarcástico modo.
—?Hay algún problema? —pregunté con falsa incredulidad.
Aegan entornó los ojos, pero luego relajó la expresión.
—No, vamos.
Artie, que había permanecido en estado de shock todo el rato, me siguió cuando salí primero. Comenzamos a bajar las escaleras varios pasos por delante. Con disimulo, se me acercó y me preguntó entre dientes:
—?Qué estás haciendo? ?Qué está pasando?
—Solo sígueme la corriente —le respondí en un susurro.
Aegan quería una cita, ?no?
Mi respuesta mental era:
?Acepto, y nos conoceremos, Aegan, de verdad?.
7
Una cita con un Cash es un sue?o de magia y amor...
Hasta que te despiertas
Fuimos a un restaurante japonés del campus, y no dejé de analizar a Aegan en todo el camino.
Primer rasgo detectado: controlador.
En serio, no podía ser normal. Tenía que ser patológico porque no le encontraba otra explicación. Le encantaba tener el mando. Primero dijo que todos iríamos en su auto, y no, no lo propuso, sino que nos dio una orden irrefutable, lo cual obligó a que Adrik, que había llegado en su camioneta, tuviera que dejarla aparcada frente a nuestro edificio.
Después escogió lo que comeríamos. Al llegar al restaurante, tras sentarnos alrededor de una elegante barra en forma de ?U? que rodeaba una reluciente plancha en la que un chef cocinaría para nosotros, Aegan dijo:
—Lo de siempre.
No nos dieron el menú ni posibilidad de elegir. A Artie no le molestó y a Adrik tampoco, aunque, ahora que menciono a Adrik, qué raro era ese tipo, ?eh? Había pasado todo el trayecto dentro del vehículo con cara de culo, ?sabes lo que es la cara de culo? Cara de fastidio, medio arrugada, como la de un ni?o al que habían obligado a ir a un sitio que no quería.
En fin, mi intención con esa salida era que el verdadero Aegan se manifestara. No quería ver al caballero sonriente de hoyuelos endemoniadamente encantadores y cara de póster político. Para conseguir mi objetivo, se me ocurrió que, además de fingir que me gustaba estar allí con ellos, podía refutar inteligentemente cada una de sus órdenes.
La pesadilla de un controlador, ?no crees?
—?Qué es lo de siempre? —pregunté con mi voz más agradable al chef.
—Fideos, rollos de salmón y cangrejo —contestó Aegan sin apartar la vista de mí.
Demonios, sonaba tan bien que consideré cambiar de estrategia y aceptar encantada su propuesta.
Pero Artie me salvó el día sin saberlo.
—Yo soy alérgica al salmón —dijo, y su voz sonó extra?a, afectada e incluso temerosa.
Pensé que Aegan le diría al chef que no preparara salmón porque no queríamos ver a Artie inflarse hasta explotar, pero se limitó a observarla, medio ce?udo, con cara de ??Y qué esperas que haga yo??, porque no le preocupaba en lo absoluto que ella fuera alérgica.
Otro rasgo descubierto: Aegan no era empático.
—Escoge algo diferente —sugirió Adrik con la perezosa simpleza de alguien que resolvía las cosas de la forma más rápida, sin molestarse. Me asombró un poco que eso saliera de él.
—No importa, los fideos y el cangrejo estarán bien para mí —asintió ella en un tono más bajo.
Artie desvió la mirada y me di cuenta de que tan solo unas horas atrás estaba preocupada por la ropa con la que la vería Adrik, y que ahora parecía querer meterse debajo del subsuelo con aire afligido y desanimado. Sospeché que también había notado la indiferencia de Aegan.