—Pues aquí es donde estamos.
—?Hoy?
—Sí, pero no sé a qué hora.
—???Dios santo!!! —gritó de repente.
Entonces corrió hacia su habitación como si tuviera que solucionar una urgencia y empecé a escuchar cómo abría cajones de golpe, buscando cosas en uno y en otro con desesperación mientras decía:
—?No puedo estar así! ?Qué debo ponerme? ?Qué me puse ayer? ?Dios, tengo tan poca ropa!
Se ocupó en revolver hasta el más mínimo rincón de su habitación, tratando de decidir qué ponerse. Yo, mientras tanto, atendí mi móvil, que sonó de repente. En la pantalla vi que era una llamada de Tina, desde casa, donde también estaba mi madre. Bueno, desde lo más cercano a ella.
—Hola, Tina —saludé con alegría al contestar.
—?Cómo estás, guapa? —saludó también—. ?Qué tal es el asombroso Tagus?
Tina hablaba como si fuera una gran amiga y no una madrastra. Nunca se andaba con rodeos si necesitaba decirte algo. Lo mejor que le había pasado a mi madre había sido conocerla en su grupo de apoyo y enamorarse de ella. Ambas habían sufrido mucho, y aun así Tina había dejado su vida, se había mudado con nosotras y había reunido la paciencia necesaria para cuidar de mi madre.
—Genial, es todo deslumbrante por aquí —admití, jugando con mi boli—. Te puedes desplazar en carritos de golf.
—Procura no atropellar a nadie que no lo merezca, por favor.
Reí por su comentario.
—?Cómo has estado? ?Cómo está mamá? —pregunté, ya entrando en el tema en el que, por más que no quisiéramos, siempre debíamos entrar—. ?Ha... progresado?
—La verdad, sí está bien y sí ha progresado; mejor de lo que creerías. —En su voz se escuchó cierta alegría—. Hemos convertido tu habitación en una sala de cine y esta noche nos veremos una maratón de Rocky.
Eso me gustaba. Me gustaba cualquier idea que la ayudase.
—?Aún tiene reservas? —pregunté, yendo directa a lo que me importaba saber.
—Sí, no te preocupes por eso.
—Claro que me preocupo —repliqué en un suspiro.
Tras un peque?o silencio, a?adió:
—?No has cambiado de idea? Todavía puedes...
—No.
Me moví hacia la ventana para alejarme lo más posible de la habitación de Artie antes de seguir hablando:
—No volveré a explicar por qué, ?de acuerdo?
Por detrás de mí, Artie gritó con entusiasmo:
—?He encontrado un chaleco que no uso desde hace mucho tiempo!
Tina soltó un suspiro al otro lado.
—Te dejaré para que sigas con lo tuyo —se despidió, de nuevo decepcionada—. Textéame cuando puedas. Y vuelve a pensarlo, ?sí? Tu madre y yo... te estaremos esperando siempre.
—Adiós.
?Esperarme? Era lo que menos debían hacer.
Me quedé pensando en que debía guardar muy bien los dos mil dólares y el reloj que había ganado jugando al póquer porque me ayudarían mucho después, hasta que Artie salió de su habitación, agitada.
—?Listo! —exclamó con entusiasmo, mostrándome su outfit de tejanos ajustados, camisa blanca y chaleco azul—. Ahora mejoraré un poco mi pelo.
Bueno, al menos ella no tenía problemas con recibir a un Cash en el apartamento.
Yo me dediqué a hacer mis tareas porque necesitaba ocupar mi mente sí o sí. Funcionó. Pasé toda la tarde lidiando con un trabajo. Para cuando llamaron a la puerta, a diferencia de Artie, yo estaba hecha un lío. Llevaba un boli en la oreja y unas mallas negras. Iba descalza y no parecía una persona de la que alguien en Tagus quisiera hacerse amigo.
O una persona preparada para lo que vi al abrir la puerta.
Adrik, con su cara obstinada y somnolienta.
Y a su lado, Aegan, alto, imponente, rebosante de energía y carisma.
Ni siquiera tuve tiempo de procesar su obviamente inesperada aparición porque ambos entraron en el apartamento como si una odiosa voz que solo ellos escucharon hubiese gritado: ??Adelante, chicos, son bienvenidos!?.
—No sé por qué tenía la idea de que todos los apartamentos en Tagus eran iguales —comentó Aegan mientras se movía por la salita y lo miraba todo con curiosidad—. Ya veo que no.
Además de que nadie lo había invitado, estaba criticando mi apartamento. Qué descaro.
—?Qué haces aquí? —le solté, sin saludar. Quería dejarle claro que me habría esperado antes el apocalipsis que su presencia en mi casa.
—Supe que Driki iba a venir a traerte unos libros y decidí acompa?arlo —contestó tranquilamente, como si no necesitara explicar nada más.
?Driki? Oh, por Dios. ?Llamaba Driki a Adrik? Al desviar la vista hacia Adrik y comprobar que no se había inmutado, lo confirmé. Pude haberme reído con lágrimas, mocos y todo, pero eso habría arruinado mi postura de ?lárgate?, así que me mantuve seria. El único sonido que se escuchó fue la pila de libros que Adrik, alias Driki, dejó caer sobre el escritorio. Aterrizaron de forma odiosa.
—Aquí están —dijo.
—?Eso es todo? —repliqué, porque en realidad me había imaginado más opciones del maestro de la fantasía y solo había tres libros.
—He seleccionado los más ligeros para ti —contestó.
Y eso me tomó por sorpresa. Mucha sorpresa. Tanta sorpresa que balbuceé:
—Ah..., ?en serio? Pues gracias, supongo, no me lo espera...
—Los escogí porque los otros son muy valiosos, y no quiero que los toques —me interrumpió con los ojos algo entornados, al darse cuenta de que yo lo había malinterpretado—. No me gusta prestarlos a nadie. Además, aquí cualquiera puede comprarse sus propios libros.
Y la sorpresa desapareció.
Claro, así tenía sentido. Obviamente, Adrik no iba a seleccionar libros de forma especial para una desconocida. ?Qué me había creído yo?
Para salvar aquel momento tan raro, Artie salió de su habitación. Fue chistoso porque pasó de avanzar hacia nosotros muy animada a detenerse de golpe. Como no llevaba las gafas, la expresión de asombro por lo que vio ante ella fue notable.
—Hola, Adrik —saludó en un tono perplejo—. Hola..., Aegan.
Luego me miró como diciendo: ?Joder, no me dijiste que serían dos?.
Los hermanos hicieron un gesto muy similar e indiferente con la mano para saludarla. Me di cuenta de que eran curiosamente distintos, porque los rasgos de Aegan no se parecían mucho a los de Adrik, excepto por los detalles básicos que sí compartían: el pelo azabache, la altura, los ojos grises y el tono de piel. Por lo demás, habrían pasado fácilmente como solo primos. Pero la genética es rara, ?no? A veces no nos parecemos a nuestros hermanos.
Aegan miró el costoso reloj que tenía en la mu?eca derecha.
—Bueno, hecha la entrega, hay que ir a cenar —soltó animoso, y alzó la mirada hacia mí—. ?Estás lista?
Era increíble. ?Por qué quería que saliéramos juntos? Debía de tener un plan. Estaba muy segura de que yo no le atraía de verdad. De hecho, estaba demasiado segura de que todo él era falso. El Aegan real todavía no salía. El papel de Aegan sonriente, caballeroso y perfecto formaba parte de una estratagema.
—Te dije que no pensaba salir contigo —le recordé.
—Solos —puntualizó él de forma inteligente—. Y lo respeto.
—Entonces, ?por qué tanta insistencia? —me atreví a preguntar, y me crucé de brazos con una sonrisa ladina y suspicaz—. ?Es que acaso te he impresionado?
Aegan ensanchó la sonrisa del Grinch. Nada podía quitarle el aire de personaje malvado con planes perversos y ocultos, en serio.
Se reservó, sospechosamente, la respuesta a mi última pregunta.
—Será solo una cena para limar asperezas —dijo—. Por alguna razón, todos creen que nos odiamos, y yo no tengo nada contra ti, y tú no tienes nada contra mí, ?no?
El silencio alrededor de esas palabras fue tenso, de ese que ocultaba verdades.
—Claro que no, eso sería estúpido —mentí con una sonrisa.
—Entonces... —Aegan extendió los brazos en un gesto de obviedad y lanzó su propuesta—, ?por qué no vamos tú, yo, Adrik y Artemis a cenar?