—Ya nos llevamos mal —le solté sin rodeos—. No me creo tu teatrito de chico caballeroso. Estás fingiendo.
Sus comisuras se extendieron un poco en una sonrisa maliciosa, pero misteriosa. Pudo haber sido un ?Ups, me has descubierto? o un ?Hum, ?de verdad lo crees?, pero no estuve segura. Esperé que dijera algo, pero no lo hizo, y eso mismo fue la confirmación de mis palabras. Fingía. Ahora, la pregunta era: ?por qué?
—?Por qué estás haciendo esto? —le pregunté.
—Porque me gusta cumplir ciertas reglas en mis relaciones —contestó, mostrándose sorprendido por mi incomprensión—. ?Qué problema hay?
—No me refiero a esa estupidez de reglas e indicaciones al estilo Christian Grey. Me refiero a escogerme, a querer salir conmigo.
—?Quieres que te diga que eres especial y todo eso?
—No, quiero que me digas cuál es tu plan —exigí—, porque sé que tienes uno.
Estábamos de lado sobre los asientos, encarándonos. Aegan entornó los ojos. Y vi en ellos un brillo astuto y peligroso.
—?Has escuchado la frase ?Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca?? —susurró—. Es parte de mi filosofía de vida, preciosa.
—El ?preciosa? te lo puedes meter como un supositorio —escupí.
Soltó un resoplido de alivio.
—Qué bien, ya me estaba fastidiando tener que usar contigo una palabra que no te va para nada.
Ahí estaba. Ese era el Aegan real: cruel, odioso, como una versión menos sangrienta del Joker.
—?Por fin! —me mofé—. No eres el Aegan caballeroso y bueno que quieres aparentar.
él endureció el gesto.
—?Y tú quién eres? —replicó, desafiante y al mismo tiempo burlón—. Porque sales de la nada y luego andas por ahí insultando mi nombre. Pensé que lo estaba malinterpretando, pero cada vez me queda más claro que quieres empezar una guerra, y me preocupa cómo eso puede terminar para ti.
?Para mí? Vaya, ?en serio? Oh, vaya... Aegan confiaba en que, fuera lo que fuera que ocurriera con nosotros, él iba a ganar.
—Si crees que me das miedo, estás equivocado —sentí que debía aclararle—. Los tipos como tú no me intimidan.
Negó con la cabeza y luego sonrió con una satisfacción macabra.
—No intento darte miedo. Intento decirte la verdad. —Habló lentamente y en tono amenazador—: No empieces una pelea que no vas a ganar, Jude Derry.
—?Estás muy seguro de eso? —le reté.
—Yo tengo los medios para luchar, y tú, por lo que veo, no tienes nada.
Me hizo un repaso muy sutil, de esos despectivos y superiores, quizá como una estrategia para que yo me acobardara. ?Usaba esa táctica con los demás? Tal vez le funcionara con otros. Conmigo, no.
—Tengo algo que es suficiente para estar en tu mismo nivel —le aseguré con una sonrisa amarga—. Se llama valor. Fue lo que me hizo sentarme en esa mesa la noche de los juegos para dejarte como un imbécil y es lo que tendré para enfrentar cualquiera de tus ataques si es que te atreves a llevarlos a cabo, porque si me buscas me vas a encontrar. Siempre.
Abrí la puerta, bajé del coche y me alejé a grandes zancadas por el caminillo. Mientras avanzaba, escuché detrás de mí:
—?Te pasaré a buscar para ir a clase por la ma?ana! ?Buenas noches, preciosa!
Cuando llegué al apartamento, cerré la puerta y me apoyé en ella. Solté un montón de aire.
Oh, por todos los dioses... El corazón me latía nervioso, pero con una adrenalina de valor. Acababa de decirle a Aegan Cash que me enfrentaría a cualquiera de sus ataques; que si quería guerra, la tendría, como si en verdad tuviera los mismos medios que él, cosa que obviamente no era cierta. Porque sí, el valor era importante, pero Harry Potter no había destruido a Voldemort solo con valor. Había requerido mucho más.
Aun así, no estaba arrepentida. Le había dejado claro que no me intimidaba. Eso serviría para que al menos entendiera que conmigo no la tendría fácil.
En medio de mi caos mental, recordé a Artie. Fui y llamé a la puerta de su habitación porque estaba cerrada. Recordaba haberla oído discutir con Aegan, y cómo él la había mandado callar. En el auto, él no le había devuelto la despedida, y le había importado un comino si ella se moría o no por su alergia al salmón. Era obvio que había pasado un mal rato. Lo peor era que yo no me había levantado de la mesa en ese momento y me la había llevado, solo porque pensaba ser más lista que ellos.
La verdad era que nunca había tenido más que conocidas, jamás había tratado de ser amiga de alguien o dejar que alguien fuera mi amiga. No sabía exactamente cómo debía manejar el asunto, así que volví a llamar a la puerta y traté de ser sincera.
—Artie —dije, pues sabía que estaría escuchándome—, lo siento mucho. Debí decirte que nos fuéramos. No, en realidad debí preguntarte si querías ir a esa cena antes de decidirlo. Fue estúpido por mi parte.
No obtuve respuesta.
—De verdad lo siento —agregué en un suspiro—. Si estás enfadada, tienes todo el derecho de no aceptar mis disculpas y de dejar de hablarme, lo entenderé.
Sin respuesta.
—Bueno, gracias por haberte preocupado por mí —finalicé—. Prometo no fastidiarte a partir de ma?ana. Por favor, no te sientas mal por culpa de ese imbécil. Buenas noches.
Me di la vuelta para ir a mi habitación a recriminarme a mí misma por mis acciones.
Pero de pronto la puerta de Artie se abrió.
Apareció ante mí con los ojos enrojecidos y llorosos, y el maquillaje arruinado. Sí, había estado llorando, pero he aquí lo importante: lejos de parecer triste o afligida como la Artie del restaurante, se veía enfadada, resentida y sobre todo decidida a algo.
Ahí fue cuando me soltó la bomba que lo cambiaría todo:
—Jude, hay algo que debes saber.
—?Sobre qué?
—Sobre Aegan.
Mi corazón se aceleró. Tuve un presentimiento extra?o.
—Por el tono en el que lo dices parece malo.
Ella asintió.
—Es malo.
Oh.
Dios.
Esto acababa de ponerse bueno.
8
Los secretos de Aegan Cash tienen más secretos
Mi cara mostró un ??qué??.
Y mi boca emitió un:
—?Qué?
Artie se limpió la nariz con la mu?eca y entró de nuevo en su habitación, esta vez dejando la puerta abierta para que yo pudiera pasar. La vi dirigirse a su cama. Pensé que se sentaría o se lanzaría sobre ella para empezar a llorar como una princesa Disney, pero ya debiste haberte dado cuenta de que en esta historia no hay princesas ni suceden cosas buenas como las que les pasan a las princesas.
Artie se inclinó, alzó un poco el colchón y cogió algo de debajo de él. Cuando soltó el colchón y vi que era un paquete de cigarrillos y un encendedor, la miré con los ojos bien abiertos de la sorpresa.
—?Fumas? —pregunté, y lo hice con tono de sorpresa porque, vamos, desde el día número uno Artie había dado toda la impresión de ser una chica buena que evitaba los problemas. ?Ahora sacaba cigarrillos de debajo de su cama?
Definitivamente, mis sospechas de que no era la chica que aparentaba eran ciertas.
—Cuando tengo mucho estrés por los exámenes —suspiró mientras encendía uno— o por cosas... así.
Dio una calada como si fuese lo único que necesitara, se sentó en la cama y se apoyó en el cabecero con las piernas contra su pecho. Yo me acerqué para sentarme en el borde, a la expectativa, ansiosa de escuchar lo que tenía para decir.
—?Y bien? —le animé a contarme—. ?Qué debo saber?
No dijo nada al instante. Miró el vacío por un momento con los ojos humedecidos, y luego, como si ya lo hubiese decidido, me miró, y juro que, de alguna forma, su aspecto en ese instante nada tenía que ver con la chica temerosa y nerviosa que solía ser. Parecía alguien que había estado guardando mucho dolor y que finalmente explotaba, pero sobre todo era evidente que estaba dispuesta a hablar de algo de lo que no había hablado con nadie más.
—?Has oído el nombre Eli Denvers? —me preguntó.
La busqué en mis registros mentales.