—Recuerdo lo que contó Dash, que los Denvers son una de las grandes familias que hacen donaciones anuales a Tagus —contesté—. Pero Eli, exactamente, no sé quién es.
—Estudió aquí el a?o pasado, y era la novia de Aegan —me reveló—. La novia oficial, la que conocía desde que iban al colegio, con la que no tenía tiempo límite.
Al escuchar esto, me quedé patidifusa (me hace gracia esta palabra y quería usarla).
Es que ?te imaginas al Aegan que te he presentado hasta ahora con una relación seria? Yo no pude hacerme la idea en ese instante, primero porque: ?qué chica tenía la paciencia y la poca dignidad necesarias para amar a ese troglodita? Y segundo porque: ?ese troglodita podía querer a alguien?
—De acuerdo, ?qué sucedió? —pregunté, sintiendo mucha curiosidad—. Porque de estar aquí ya la habría visto o al menos habría escuchado hablar de ella.
Artie exhaló humo un momento antes de contestarme:
—Pasó que, un día, Eli desapareció.
—?De Tagus? —pregunté, confundida.
—De todas partes.
—?Es que se la llevaron de aquí sus padres o...?
—No, simplemente un día no volvió más a clases, y nadie la ha vuelto a ver otra vez.
Artie miró mi reacción con curiosidad. Seguramente pensó que un iceberg parecería menos congelado de lo que yo lo estaba en ese instante ante esa revelación tan inesperada. Y no vas a entender todavía esto que te voy a decir: pero me pregunté si era que el destino me acababa de arrojar a la cara algo que no podía ser una simple casualidad, algo como una se?al, como un mensaje tipo ??a que esto no te lo esperas, flaca??.
Un montón de preguntas sacudieron mi mente, pero sentí que la primera que debía hacer era:
—?Nadie sabe a dónde se fue?
Ella negó con la cabeza.
—No, todo fue muy raro. —Sus cejas un poco arqueadas y el nerviosismo con el que le temblaban los dedos que sostenían el cigarrillo me indicaron que le perturbaba el tema—. Un día Eli andaba por los pasillos de la facultad de la mano de Aegan y al siguiente ya no estaba. Luego, una semana después, sus redes sociales desaparecieron. Todos los perfiles en los que solía estar activa se borraron. Si buscas ahora, no hay ni rastro de Eli Denvers desde el a?o pasado. De sus familiares sí, pero sobre ella, nada.
Mi cara demostró mayor confusión, y no me molesté en ocultarlo.
—Es muy raro —admití.
—A mí también me pareció muy raro —concordó conmigo—. Pero creo que fui a la única que se lo pareció, porque solo se habló de ella un par de días. Después pasó como suele ocurrir con todo aquí: apareció un nuevo y mejor chisme y la gente fue olvidando lo sucedido.
Me levanté de la cama e hice un gesto de ?espera un momentito, Artemis?.
—Pero ?y si se fue a otra universidad o se mudó a otro país? —consideré—. A veces la gente se larga sin...
—No hizo nada de eso —me interrumpió—. Lo investigué.
—??Lo investigaste?! —solté, atónita, y solo porque me sorprendió mucho que ella, la chica temerosa, hubiera hecho algo así.
—Sí, porque...
Se interrumpió con brusquedad. La vi apretar los labios como si dudara en decirme lo que había querido decirme al iniciar la frase, como si una parte de ella le hubiera dicho: ?No, cállate. Piénsalo mejor...?. Pero, por Dios, no podía dejarme con esa intriga.
—?Qué? —la animé a completar.
Artie apretó más los labios y negó en silencio con aflicción. Sin paciencia, me puse frente a ella, la tomé por los hombros y la miré a los ojos. Traté de dedicarle una mirada de apoyo, de complicidad, quería que entendiera que el hecho de que me estuviera contando eso acababa de marcar un después en nuestra relación de compa?eras de apartamento.
—?Qué, Artie? —insistí—. Dímelo.
Suspiró sonoramente, y su expresión se mezcló con la preocupación y la valentía.
Lo susurró:
—Creo que Aegan la hizo desaparecer.
Madre santa de todas las madres santas. ?Aquello en verdad estaba pasando? ?De verdad Artie acababa de decir eso? Tampoco vas a entender esto aún: pero se me aceleró el corazón de una forma extra?a, como si esas palabras me emocionaran, asustaran, sorprendieran y confundieran; todo al mismo tiempo, todo en el mismo nivel.
—Es una acusación muy seria... —fue lo que salió de mi boca.
Artie asintió con aflicción y volvió a dar una ansiosa calada a su cigarrillo, para evitar echarse a llorar de nuevo.
—Lo sé, lo sé, pero es que...
Entonces me lo contó.
Un día del a?o anterior, ella había salido del campus con un chico. Fueron al restaurante de un hotel popular fuera de Tagus. Justo antes de entrar, Artie vio a Aegan salir del hotel con una chica desconocida. Salir de un hotel con alguien puede no ser sospechoso, pero verlos besarse, que fue lo que ella presenció, fue una confirmación de que no habían estado ahí solo hablando. El día anterior a eso, Eli no volvió a verse por las facultades. No regresó a sus clases habituales. Había desaparecido de Tagus y no se la había vuelto a ver en ningún sitio.
—Pues no me sorprende que Aegan le fuese infiel —admití, porque, a ver, ?tú te lo imaginas fiel? Yo no—. Es posible que Eli se fuese al descubrir ese enga?o.
—Que se fuese de Tagus por eso, sí, es posible, pero ?que desapareciera por completo? —enfatizó Artie—. Porque te puedes ir enfadada, pero ?borrar todas tus redes, que no aparezca nada sobre ti aun cuando tu familia es muy activa socialmente, que ellos no te mencionen nunca? Como... como si te hubieras muerto.
?Muerto?.
La palabra me causó un escalofrío.
Se hizo un silencio en la habitación, que olía al humo de cigarrillo. Artie fumó con las cejas arqueadas, presa del miedo y la duda. Veía que continuaba luchando contra sus emociones, y eso me indicó que podía seguir explotando, lo cual era bueno porque, más que nunca, estaba segura de que tenía más cosas que revelar. Y que hubiera más en todo ese nuevo e intrigante tema de Eli estaba aumentando mi nivel de adrenalina... Oh, sí... Oh, sí....
Estaba mal, pero necesitaba saber el resto. De ahí no se iba nadie hasta que me lo contara todo.
Presioné.
—Pero no hay ningún indicio de que lo que tú crees sobre que Aegan le hizo algo malo sea cierto... —Me encogí de hombros—. Así que solo podemos pensar que se fue enfadada al saber que él le había enga?ado, ?no?
Los dedos de Artie que sujetaban el cigarrillo temblaron más mientras daba otra profunda calada.
—?O hay más? —me atreví a preguntarle con cautela.
Dudó, asustada. Yo puse una mano sobre su pierna para transmitirle mi apoyo.
—Puedes contar conmigo —agregué—. Sabes que jamás estaré del lado de ellos. Además, si se trata de secretos, créeme que sé guardarlos muy bien.
Tras un silencio en el que pensé que no diría nada más y que fracasaría, ella apagó con rabia el cigarrillo en un cenicero de la mesilla. De nuevo parecía decidida. Se levantó de la cama y otra vez alzó el colchón. Pero, por Voldemort, ?cuántas cosas guardaba ahí? Sacó algo diferente a los cigarrillos: una memoria USB.
Me quedé algo confundida por el rumbo que iba a tomar el tema, sin embargo, esperé mientras que de su mesilla de noche cogió su portátil, lo encendió y conectó el dispositivo.
—Te mostraré un vídeo —me dijo—. Es una grabación de una cámara de vigilancia instalada en la biblioteca de Tagus, pero no en la actual que todos conocen, sino en la antigua biblioteca, que el a?o pasado fue cerrada a los estudiantes normales para que solo fuese usada por profesores, personal administrativo o estudiantes pertenecientes al consejo.