El lado bueno de las cosas

—No, no lo estoy.

Quiero contarle lo de que Tiffany me sigue cuando salgo a correr; lo de la caja de ?Pat?; lo de que mamá aún está en huelga, que los platos continúan sucios en la pila y que papá se ti?ó de rosa las camisas al intentar lavarlas; que mi terapeuta dice que debo mantenerme neutral y no entrometerme en los problemas maritales de mis padres, que debo centrarme en mejorar mi propia salud mental… Aunque ?cómo voy a hacerlo si papá y mamá duermen en cuartos separados y papá me dice que limpie la porquería y mamá que lo deje todo como está? Si ya me costaba sobrellevarlo todo antes de saber que mi hermano toca el piano, que trabaja en el mercado bursátil, que vive con una música muy hermosa y que me perdí su boda y por tanto nunca veré a mi hermano casarse (lo cual es algo que realmente deseaba ver pues lo quiero mucho), ?cómo lo haré ahora? Pero en vez de decir esto digo:

—Jake, estoy algo preocupado por si vemos al aficionado de los Giants.

—?Y por eso estás tan callado hoy? —me pregunta mi hermano como si se hubiera olvidado de lo que sucedió en el último partido en que el equipo jugó en casa—. Dudo que un aficionado de los Giants asista a un partido de los de Green Bay; aun así, vamos a colocarnos en un aparcamiento diferente al de la última vez, solo por si cualquiera de los idiotas de sus amigos nos estuviera buscando. No te preocupes. Los chicos gordos están montando la tienda en el Centro Wachovia. No debes preocuparte por nada.

Cuando llegamos a Broad y Pattison, salimos del metro y volvemos a ver la luz del sol. Sigo a mi hermano a través de las filas de acérrimos aficionados que piensan venir a la fiesta previa al partido nada más y nada menos que un lunes. Entramos en el Centro Wachovia y pronto vemos la tienda de campa?a de los hombres gordos, y no puedo creer lo que veo.

Los hombres gordos están fuera de la tienda con Scott y le están gritando a alguien que se ha escondido detrás de sus compa?eros. Un gigantesco autobús pintado de verde está dirigiéndose hacia la tienda de campa?a. En el lateral del autobús hay un retrato de Brian Dawkins y es increíblemente realista. Cuando nos acercamos, logro leer las palabras INVASIóN ASIáTICA en el lateral del autobús, que está lleno de hombres de piel de color marrón. A estas horas hay muchas plazas libres en el aparcamiento, así que no entiendo de qué va la discusión.

Pronto reconozco una voz que está diciendo:

—La Invasión Asiática ha aparcado en este lugar desde que se abrió el Linc. Da buena suerte a los Eagles. Somos aficionados de los Eagles, igual que vosotros. Sea una superstición o no, que aparquemos el autobús de la Invasión Asiática en este lugar es crucial si queremos que los Pajarracos ganen esta noche.

—No vamos a mover la tienda —dice Scott—, de ninguna jodida manera. Haber llegado antes.

Los hombres gordos asienten a lo que dice Scott y las cosas empiezan a calentarse.

Veo a Cliff antes de que él me vea a mí.

—Moved la tienda —digo a nuestros amigos.

Scott y los hombres gordos me miran, sorprendidos por mi orden, casi como si los hubiera traicionado.

Mi hermano y Scott intercambian una mirada y después Scott pregunta:

—?Hank Baskett, destructor de aficionados de los Giants, dice que movamos la tienda?

—Hank Baskett dice: moved la tienda —digo.

Scott se vuelve hacia Cliff, que está muy sorprendido al verme, y dice:

—Hank Baskett dice que movamos la tienda, así que moveremos la tienda.

Los hombres gordos reniegan, pero empezamos a desmontarlo todo y movemos la tienda, junto con la furgoneta de Scott, tres plazas de aparcamiento más allá al tiempo que el autobús de la Invasión Asiática se mueve y aparca. Cincuenta indios o más (todos ellos llevan un jersey de Dawkins) salen del autobús. Son como un peque?o ejército. Pronto hay en marcha varias barbacoas y el olor del curry nos rodea.

Cliff ha estado guay al no decirme hola, simplemente se ha escabullido entre los demás para que yo no tenga que explicar qué relación me une a él.

Una vez que hemos montado de nuevo la tienda, los hombres gordos van adentro a ver la televisión. Scott me dice:

—Eh, Baskett, ?por qué has dejado que los de los lunares en la frente se quedaran con nuestra plaza de aparcamiento?

—Ninguno tenía un lunar en la frente —digo.

—?Conocías al peque?ito? —me pregunta Jake.

—?Qué peque?ito?

Nos volvemos y veo a Cliff de pie con una bandeja de madera sobre la cual hay porciones de carne y verduras.

—Comida india. Bastante rica. En agradecimiento por permitir que el autobús de la Invasión Asiática ocupe su plaza habitual.

Cliff acerca el plato y todos probamos la comida india. La carne está picante, pero deliciosa, igual que las verduras.

—?Los chicos de la tienda querrán un poco?

—?Eh, culos gordos! —grita Scott—, ?comida!