Scott y yo nos las apa?amos para sacar a Jake del tumulto, y para cuando llegaron las fuerzas de seguridad nosotros estábamos en el lavabo de hombres echando agua a la cara a Jake y tratando de despejarlo.
En mi mente, esto sucedió el a?o pasado, quizá hace once meses. Pero sé que si saco el tema ahora que estamos enfrente del Linc me dirán que eso sucedió hace más de tres o cuatro a?os, así que decido no sacar el tema, a pesar de que quiero hacerlo, pues sé que la respuesta de Jake y de Scott me hará saber lo que el resto del mundo piensa del tiempo. Aun así, no saber lo que piensa el resto del mundo de lo que ha pasado entre entonces y ahora es aterrador. Es mejor no pensar mucho en esto.
—Bebe —me dice Jake—, tómate unas cervezas. Sonríe. ?Es día de partido!
Así que empiezo a beber, a pesar de que los peque?os frascos de color naranja en los que vienen mis pastillas llevan unas pegatinas en las que dice que está prohibido tomar alcohol.
Una vez que los chicos de la tienda de campa?a han comido, tiramos los platos de papel y Scott, Jake y yo empezamos a jugar con el balón.
En el aparcamiento hay mucha gente. Además de los que vamos a ver el partido, hay gente vagabundeando: tipos vendiendo cosas robadas o camisetas hechas a mano; madres que pasean con sus hijas vestidas con trajes de animadoras y que harán algún paso de animadora por un dólar para su club de animadoras; vagabundos deseosos de contarte chistes verdes por un poco de comida y bebida; bailarinas de striptease que llevan pantalones cortos y chaquetas de raso y que reparten entradas gratuitas para sus locales; grupos de críos vestidos con cascos y hombreras recaudando dinero para su equipo; chicos universitarios repartiendo propaganda y muestras de nuevos tipos de soda, bebidas deportivas, caramelos o comida basura; y, por supuesto, otros setenta mil aficionados de los Eagles como nosotros. Básicamente, es un carnaval verde de fútbol americano.
Para el momento en el que decidimos jugar con el balón un rato ya me he tomado dos o tres cervezas, y apostaría que Jake y Scott se han tomado al menos diez, así que nuestros pases no son muy buenos. Damos golpes a coches que están aparcados, tiramos algunas mesas de comida, les damos a algunos tipos en la espalda… pero a nadie le importa ya que somos aficionados de los Eagles, llevamos camisetas de los Eagles y estamos animando a los Pajarracos. De vez en cuando, algún hombre intercepta un pase o dos, pero siempre nos devuelve el balón con una sonrisa.
Me gusta pasarme el balón con Jake y Scott, me hace sentir un ni?o, y cuando era un ni?o, era la persona de la que Nikki se enamoró.
Pero entonces sucede algo malo.
Jake lo ve primero, lo se?ala y dice:
—?Eh, mirad a ese capullo!
Me vuelvo y veo a un hombre grandullón con una camiseta de los Giants no muy lejos de nuestra tienda. Lleva un casco rojo, azul y blanco, y lo peor es que lo acompa?a un ni?o que también lleva una camiseta de los Giants. El tipo se dirige hacia un grupo de aficionados que al principio se lo hace pasar mal pero que al final le dan una cerveza.
De repente, mi hermano se dirige hacia el aficionado de los Giants, así que Scott y yo lo seguimos. Mi hermano empieza a cantar al tiempo que camina.
—?Capuuuuuullo! ?Capuuuuuullo! ?Capuuuuuullo! —canta mientras se?ala el casco. Scott hace lo mismo. Antes de que pueda darme cuenta, estamos rodeados por veinte personas o más que llevan camisetas de los Eagles y que también están cantando y se?alándolo.
He de admitir que en cierto modo es emocionante formar parte de esta multitud unida por su odio al aficionado del equipo contrario.
Cuando llegamos a donde está el aficionado de los Giants, sus amigos (todos aficionados de los Eagles) ríen. Sus caras parecen decir: ?Te dijimos que esto sucedería?. Pero en vez de sentirse arrepentido, el aficionado levanta las manos en el aire como si acabara de hacer un truco de magia o algo así, sonríe y asiente como si le gustara que le llamaran capullo. Incluso se pone la mano en la oreja como si dijera: ?No puedo oíros?. El ni?o que va con él (tiene el mismo tono pálido de piel y la misma nariz chata, probablemente sea su hijo) está aterrorizado. La camiseta del peque?o le llega hasta las rodillas y según el canto de ?capullo? se intensifica el chiquillo se abraza a la pierna de su padre y trata de esconderse detrás de él.
Mi hermano consigue que las masas canten ?Los Giants apestan? y más aficionados de los Eagles se nos unen. Ahora seremos unos cincuenta. Es en este momento cuando el crío empieza a llorar; cuando los aficionados ven que el ni?o está llorando, la masa ahoga unas risitas y se dispersa.