La lista de los nombres olvidados

—La de béisbol. La Liga de verano. Como los partidos a los que solía llevarme el abuelo cuando yo era peque?a.

 

—?Qué bien! Parece interesante, querida —dijo Rose—. ?Y tú vas con ellos?

 

—No, Mamie —dijo Hope con suavidad—. El padre de Annie y yo nos hemos divorciado.

 

—Desde luego —murmuró Rose. Estudió el rostro de Hope cuando ella alzó la vista y observó en sus rasgos el mismo tipo de tristeza que encontraba cada vez que se miraba al espejo. ?Por qué estaría tan triste?— ?Todavía estás enamorada de él? —se atrevió a inquirir.

 

Hope levantó los ojos de golpe y Rose se sintió fatal al advertir que, probablemente, aquella no era la pregunta adecuada. A veces no distinguía entre lo que era correcto y lo que no.

 

—No —murmuró Hope finalmente y, sin mirarla, a?adió—: Y creo que nunca lo quise. Es terrible decir algo así, ?verdad? Creo que hay algo en mí que está mal.

 

A Rose se le hizo un nudo en la garganta. Conque el peso se había transmitido también a Hope. Ahora lo sabía. Su propio corazón cerrado tenía repercusiones que jamás hubiera imaginado. Y ella era la responsable de todo aquello, pero ?cómo decirle a Hope que el amor existía y que era capaz de cambiarlo todo? Como no podía hacerlo, carraspeó y trató de concentrarse en el presente.

 

—A ti no te pasa nada malo, cielo —le dijo a su nieta.

 

Hope echó un vistazo a su abuela y después miró hacia otro lado.

 

—?Y si me pasara? —preguntó con suavidad.

 

—No te tienes que culpar a ti misma —dijo Rose—. Hay cosas que no pueden ser. —Algo merodeaba otra vez en los confines de su memoria. No podía recordar el nombre del marido de Hope, aunque sabía que nunca le había caído demasiado bien. ?Habría tratado mal a Hope? ?O lo que pasaba era, simplemente, que siempre parecía demasiado frío, demasiado equilibrado?— Ha sido un buen padre para Annie, ?verdad? —a?adió, porque le pareció que tenía que decir algo bueno.

 

—Desde luego —dijo Hope, tensa—. Es un padre estupendo. Le compra todo lo que ella quiere.

 

—Pero eso no es amor —objetó Rose, vacilante—, sino que solo son cosas.

 

—Bueno, sí —dijo Hope.

 

De pronto, parecía agotada. El pelo le caía delante de la cara, como una lámina, ocultando su expresión. En aquel momento, Rose estaba segura de haber visto lágrimas en los ojos de su nieta, pero, cuando Hope volvió a alzar la mirada, aquellos ojos dolorosamente familiares estaban despejados.

 

—?Has salido después con otros hombres? —le preguntó Rose al cabo de un momento—. Después del divorcio, quiero decir.

 

Pensaba en su propia situación y en que, algunas veces, había que seguir adelante, aunque hubiésemos entregado el corazón.

 

—Claro que no. —Hope agachó la cabeza y evitó la mirada de Rose. Después farfulló—: No quiero ser como mi madre. Annie es lo más importante para mí. Nada de tíos a diestro y siniestro.

 

Rose lo comprendió entonces. De repente, recordó retazos de la infancia de su nieta. Recordó que Josephine había buscado sin cesar el amor en todos los lugares equivocados, con todos los hombres equivocados, cuando lo tenía justo allí, en los ojos de Hope, todo el tiempo. Recordó las innumerables noches en las que Josephine dejaba a su hija con Rose para poder salir. Hope, que entonces era muy peque?ita, lloraba en brazos de su abuela hasta quedarse dormida. Recordaba las manchas de lágrimas en sus blusas, que la hacían sentir vacía y sola mucho después de que Hope se hubiese dormido.

 

—Tú no eres tu madre, cielo —dijo Rose con dulzura.

 

Le dolía el corazón, porque aquello —todo— era culpa suya. ?Quién le iba a decir que las consecuencias de sus decisiones seguirían repercutiendo durante varias generaciones?

 

Hope carraspeó, apartó la mirada y cambió de tema.

 

—Conque ?estás segura de que no conoces a ninguna Leona? —preguntó.

 

Rose parpadeó unas cuantas veces, mientras el nombre abría otro agujero en su corazón. Apretó los labios y movió la cabeza de un lado a otro. Tal vez, si no se hacía en voz alta, mentir no fuera tan malo.

 

—?Qué extra?o! —murmuró Hope—. Annie estaba segura de que la habías llamado así.

 

—Pues sí que es raro.

 

Rose deseó poder ofrecer a la joven las respuestas que anhelaba, pero no estaba preparada, porque decir la verdad sería como abrir una compuerta. Sentía el agua que crecía tras la presa y sabía que no tardaría en desbordar. Los ríos, las mareas y las crecidas seguían siendo suyos, por ahora, y los surcaba sola.

 

Por un instante, le dio la impresión de que Hope quería a?adir algo, pero, en cambio, se puso de pie y abrazó a Rose con fuerza y le prometió regresar pronto. Se fue sin mirar atrás.

 

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