—?Dónde está tu madre, querida? —le preguntó Rose a Hope con amabilidad—. ?Va a venir?
Rose tenía tantas cosas que quería decirle a Josephine, tanto de que disculparse, y temía que se le estuviera acabando el tiempo. ?Por dónde empezaría? ?Le pediría perdón primero por sus numerosos errores? ?Por su frialdad? ?Por ense?arle, sin querer, todo al revés? Rose sabía que había tenido muchas oportunidades de pedir perdón en el pasado, pero las palabras siempre se le quedaban atragantadas. Tal vez fuera hora de obligarse a decirlas, para que Josephine las oyera antes de que fuera demasiado tarde.
—?Mamie? —dijo Hope con vacilación.
Rose le sonrió con dulzura. Sabía que Hope crecería algún día y llegaría a ser una persona buena y fuerte. Josephine también era esa clase de mujer, pero su personalidad estaba envuelta en tantas capas de defensa, como consecuencia de los errores de Rose, que costaba darse cuenta.
—Dime, querida —dijo Rose, porque Hope había callado.
De pronto, Rose se imaginó lo que Hope estaba a punto de decir. Ojalá pudiera impedírselo antes de que las palabras le hicieran da?o, pero era demasiado tarde. Siempre era demasiado tarde.
—Mi madre, Josephine, ha muerto —dijo Hope con suavidad—. Hace dos a?os, Mamie. ?No te acuerdas?
—?Mi hija? —preguntó Rose y la tristeza rompió sobre ella como una ola—. ?Mi Josephine?
La verdad la cubrió como la marea y por un instante Rose se quedó sin aliento. Se sorprendió de los trucos que le jugaba la memoria, que se llevaba los recuerdos infelices, arrastrándolos al mar.
Sin embargo, algunos recuerdos —Rose lo sabía— no se podían borrar, ni siquiera cuando uno se ha pasado toda la vida fingiendo que no están allí.
—Lo lamento, Mamie —dijo Hope—. ?Lo habías olvidado?
—No, no —se apresuró a responder—, claro que no. —Hope apartó la vista y Rose la miró fijamente. La joven le recordó por un instante a algo o a alguien, pero, antes de que pudiera atraparlo, el pensamiento se alejó, revoloteando fuera de su alcance, como una mariposa—. ?Cómo iba a olvidar algo así? —dijo Rose con suavidad.
Estuvieron sentadas un rato en silencio, mirando por la ventana. El lucero vespertino ya había salido y Rose no tardó en poder ver las estrellas de la Osa Mayor. Una vez, su padre le dijo que aquella era la cacerola de Dios y, como él le había ense?ado a hacer, siguió la línea de la estrella llamada Merak hasta la llamada Dubhe y encontró a Polaris, la Estrella Polar, que justo empezaba a abrir para ella su ojo somnoliento en el cielo infinito. Sabía el nombre de muchísimas estrellas y a las que no sabía cómo se llamaban las había bautizado ella misma con el nombre de personas que había perdido hacía mucho tiempo.
Le extra?aba que no pudiera retener los hechos más sencillos y, sin embargo, los nombres celestiales estuvieran escritos en su memoria de forma indeleble. Los había estudiado en secreto durante muchísimos a?os con la esperanza de que algún día le sirvieran para encontrar el camino a casa. Sin embargo, ella seguía aquí, en la tierra —?verdad?— y las estrellas estaban tan lejos como siempre.
—?Mamie? —preguntó Hope, rompiendo el silencio al cabo de un rato.
Rose se volvió hacia ella y sonrió al oír aquella palabra. Recordaba con cari?o a su propia mamie, una mujer que siempre le había parecido tan glamurosa, una mujer cuyos sellos característicos eran el pintalabios rojo, los pómulos altos y una melena oscura y elegante que había pasado de moda en la década de 1920. Entonces recordó lo que le había ocurrido a su mamie y la sonrisa desapareció. Parpadeó unas cuantas veces y regresó al presente: —Dime, querida —dijo Rose.
—?Quién es Leona?
La palabra dejó a Rose sin aliento por un instante, porque era un nombre que no pronunciaba hacía casi setenta a?os. ?Por qué habría de hacerlo? No creía en resucitar a los espíritus.
—Nadie —respondió por fin.
Era mentira, desde luego, porque Leona era alguien, como todos los demás. Al volver a negarlos, sabía que estaba tensando un poco más el tapiz del enga?o. Se preguntó si alguna vez llegaría a estar tan tenso como para asfixiarla.
—Pero Annie dice que la has llamado Leona —insistió Hope.
—No, se equivoca —dijo Rose enseguida—. No hay ninguna Leona.
—Pero…
—?Cómo está Annie? —preguntó Rose para cambiar de tema.
Recordaba a Annie con toda claridad. Era la tercera generación de estadounidenses en su familia. Primero Josephine, después Hope y ahora, la peque?a Annie, la aurora después del crepúsculo de Rose. No había demasiadas cosas de las que estuviera orgullosa en su vida, pero su biznieta era una de ellas.
—Está bien —respondió Hope, pero Rose advirtió que el trazo de su boca no era del todo natural—. últimamente pasa mucho tiempo con su padre. Han estado todo el verano yendo a los partidos de la Liga del Cabo Cod.
Rose escarbó en su memoria.
—?Qué clase de Liga?