Entrelazados

Entonces, Shannon no era el hombre lobo. ?Quién podía ser, entonces? ?El guardaespaldas de Victoria? No. No podía ser. Victoria le había dicho que los hombres lobo eran malos. Ella no querría estar cerca de alguno de ellos.

—Lo siento —le dijo a Shannon, al darse cuenta de que el otro chico estaba esperando su respuesta—. No sabía que te iban a pegar. No vi a esos chicos. Si los hubiera visto, me hubiera quedado contigo. Tal vez. Lo que pasa es que oí gritar a Mary Ann y fui a ver qué le pasaba.

—?Está bien?

—Ahora sí —dijo él. Al menos, eso era lo que esperaba—. Entonces, ?por qué te has decidido a perdonarme?

—Es dif-fícil est-tar enfadado con el chico que ha zurrado a Ozzie.

Se sonrieron. Después recogieron las bolsas de su almuerzo del mostrador que había junto a la puerta, donde siempre se las dejaba el se?or Reeves.

—V-vas a necesitar una buena explicación para tus golpes, o te echarán. Y tal vez no debas hab-blar de Ozzie. Si lo hac-ces, los demás se vengarán de t-ti.

—No puedo dejar a Ozzie fuera de esto, porque tiene la cara igual que yo. Si lo negamos, Dan se va a dar cuenta de que estamos mintiendo, y eso sería peor.

—Tal vez puedas librarte. A lo mejor ha salido.

Por las ma?anas, Dan estaba levantado haciendo cosas en el rancho, pero algunas veces, con suerte, se quedaba dormido o estaba haciendo recados fuera.

Por primera vez desde que habían empezado a ir al instituto, salieron juntos del barracón. Hacía frío y el cielo estaba nublado. Dan estaba junto a la furgoneta e iba a abrir la puerta cuando, al ver la cara de Aden, se quedó inmóvil.

—?Cómo te has hecho esas heridas, Aden? —le preguntó Dan, en un tono de voz que sólo usaba cuando estaba conteniendo la ira.

Aden irguió los hombros, aunque se le había encogido el estómago.

—Ozzie y yo tuvimos un peque?o desacuerdo. Lo hemos solucionado, y lo sentimos mucho.

Era breve y sincero.

Dan se acercó a él.

—Sabes muy bien que no debes recurrir a la violencia física, sea cual sea el problema. ése es uno de los motivos por los que estás aquí, para aprender a contener tus tendencias violentas.

—Esto ha sido algo aislado, y, por supuesto, no va a volver a suceder.

—Eso ya lo he oído antes —dijo Dan. Se pasó una mano por la cara, y su enfado disminuyó un poco—. No puedo creer que hayas hecho esto. Te apunto en el instituto de la ciudad, te compro ropa y me aseguro de que puedas comer. Lo único que os pido es que os llevéis bien los unos con los otros.

Sus compa?eros empezaron a gritar dentro de su cabeza, intentando decirle lo que debía responder. Por muy alto que hablaran en aquel momento, Aden sólo oyó un barullo de palabras ininteligibles.

—Hemos cometido un error. Hemos aprendido de él. ?No es eso lo importante?

Dan apretó los dientes.

—No importa que hayas aprendido algo o no. Las acciones tienen consecuencias. Tengo que castigarte. Lo sabes, ?verdad?

—?Castigarme? —preguntó Aden con enfado—. Ni que tú fueras perfecto, Dan. Tú también has cometido errores.

Dan lo miró con los ojos entornados.

—?Qué significa eso?

?No lo hagas?, le gritaron sus compa?eros al unísono. En aquella ocasión los entendió perfectamente.

—Ya lo sabes —dijo Aden de todos modos—. La se?ora Killerman y tú.

En aquel instante, sus compa?eros gimieron.

Dan se quedó boquiabierto. Miró a Aden en silencio durante unos segundos. Finalmente, miró también a Shannon.

—Sube a la furgoneta. Te llevaré al instituto.

Ya no tenía un tono de voz duro, ni de disgusto, sino desprovisto de emociones.

Shannon vaciló durante un instante, pero después obedeció.

Entonces, Dan se cruzó de brazos.

—No sé cómo has averiguado lo de la se?ora Killerman ni qué es lo que crees que sabes, pero te aseguro que yo no tengo nada de lo que avergonzarme. Porque te refieres a eso, ?verdad?

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