Entrelazados

Fuera, inhaló profundamente el aire puro. Había atardecido, y el ambiente estaba sombrío, cosa que contrastaba con el súbito optimismo que sentía. Quizá por primera vez, Aden tenía la esperanza de que su vida cambiara a mejor. Dan caminaba por delante hacia la pradera norte, y Aden se apresuró para alcanzarlo. Aunque Aden medía más de un metro ochenta, Dan le sacaba varios centímetros.

Varias veces, durante aquella semana, cuando Aden pensaba que nadie de los de su cabeza le prestaba atención, había pensado que Dan era su padre. Se parecían; podían tener parentesco. Ambos tenían el pelo muy rubio, cuando Aden no se lo te?ía para evitar las bromas sobre los rubios, los labios carnosos y la mandíbula cuadrada. Sin embargo, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se obligaba a parar. Y sorprendentemente, dejar de pensar aquello le deprimía.

?Cómo sería de verdad su padre? Aden no tenía fotografías. No lo recordaba. Lo único que sabía de él era que le había abandonado. Lo cual significaba que también lo consideraba un monstruo. Por lo menos, Dan no lo trataba como si fuera un desequilibrado que necesitaba que lo encerraran.

—Vamos directamente al grano, ?de acuerdo? —dijo Dan cuando Aden lo alcanzó—. ?Qué has estado haciendo hoy?

Aden tragó saliva. Esperaba la pregunta, e incluso había pensado una respuesta, pero lo único que pudo decir fue:

—Nada.

Odiaba mentirle a Dan, pero no podía evitarlo. ?Quién iba a creer que había estado luchando contra unos muertos vivientes?

—Nada, ?eh? —preguntó Dan, arqueando una ceja con incredulidad—. ?Por eso tienes la cara llena de porquería y marcas de mordiscos en el cuello? ?Por eso has estado fuera todo el día? Sabes que espero que me mantengas informado.

—Te dejé una nota diciéndote que me iba a explorar el pueblo —dijo. La verdad. Había explorado. No era culpa suya el haberse topado con los muertos vivientes—. No he hecho nada ilegal, ni le he hecho da?o a nadie —a?adió. Aquello también era cierto. No había nada ilegal en matar a gente que ya estaba muerta, y no se le podía hacer da?o a un cadáver—. Te doy mi palabra.

Dan se sacó un palillo de la camisa del bolsillo y se lo puso entre los dientes.

—No tiene nada de malo que te vayas a dar una vuelta en tu día libre, incluso es aconsejable, siempre y cuando te hayas ganado mi permiso. No lo has hecho. Te habría dado mi teléfono móvil para poder localizarte si era necesario.

Pero no me has dado esa oportunidad. Me dejaste una nota en la cocina y te marchaste. Podría llamar a tu asistente social y hacer que te recogieran por esto.

Su asistente social, la se?ora Killerman, era el motivo por el que Aden estaba allí. Era muy vieja; seguramente tenía más de treinta a?os, como Dan, y a Aden le parecía fría. Se la habían asignado cuando estaba en la última clínica mental. él ya tenía un tutor, por supuesto, pero no podía salir de la institución.

Se había quejado. Cuando Killerman le había hablado del Rancho D. y M. y había pedido que lo admitieran allí, Aden se había quedado asombrado. Y cuando por fin había quedado una plaza libre, se había sentido eufórico. Y pensar que podía perder aquella plaza, incluso sin que Dan hubiera visto el cementerio…

—Aden, ?me estás escuchando? —le preguntó Dan—. Te he dicho que puedo llamar a tu asistente social por esto.

—Lo sé —dijo él, y miró a Dan, cuyo semblante estaba oculto en las sombras—. ?Vas a hacerlo?

Hubo un silencio. Un horrible silencio.

Entonces, Dan le revolvió el pelo.

—Esta vez no, pero no siempre voy a ser pan comido, ?entiendes? Creo en ti, Aden. Quiero cosas buenas para ti. Pero tienes que obedecer mis reglas.

Aquel gesto fue inesperado, y las palabras, increíbles. ?Creo en ti?. A Aden comenzaron a arderle los ojos. Se negó a pensar que fueran lágrimas, incluso cuando comenzó a temblarle la barbilla. Tal vez hubiera una chica en su cabeza, pero él no era un pelele.

—?Sigues tomando la medicación? —le preguntó Dan.

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