—El mejor del mundo. Es un tesoro. Cualquiera se habría desmoronado por nuestra culpa, pero él ha conseguido florecer. Pero ahora quiero hablar de ti. Quiero saberlo todo.
Charlaron durante horas, se rieron y lloraron un poco más, sin separarse la una de la otra. Al final, el sol entró por la ventana de la habitación. Ni Riley ni Victoria se movieron de su sitio en la cama. Tampoco hablaron, y Mary Ann supuso que estaban descansando sus mentes.
Ella nunca había sido tan feliz como en aquellos momentos, al oír a su madre hablando de su ni?ez, y contándole cómo había sido la suya. No quería que terminara nunca. De hecho, ya no veía a Aden cuando miraba su cuerpo. Veía a Eve. Era una ilusión, pero no le importaba.
Eve le apartó un mechón de pelo de la mejilla y se lo metió detrás de la oreja.
—Después de dar a luz, te envolvieron en una manta y te pusieron entre mis brazos. Recuerdo que te miré y pensé en lo bonita que eras. Notaba que me estaba apagando, pero conseguí encontrar las fuerzas para inclinarme y besarte la frente. Sólo pensaba en una cosa, en tener un día. Pedí un solo día contigo. Eso era lo que hubiera necesitado para haber tenido una vida plena.
—Y ahora, lo hemos tenido —dijo Mary Ann con una sonrisa.
Eve sonrió y la abrazó.
—Sí.
—Y lo mejor es que todavía podemos hacer muchas cosas. Vamos a hacer muchas cosas. Estaremos juntas y… ?Eve? ?Anne? ?Mamá?
Eve había dejado de sonreír, incluso había cerrado los ojos.
—?Qué sucede? —preguntó Eve. Al principio, Mary Ann pensó que estaba hablando con ella—. ?Aden? ?Lo sabes? Ah —musitó. Su expresión se volvió resignada—. Ahora lo entiendo. Y es lo mejor. Para ti y para Aden.
—?Qué sucede? —preguntó Mary Ann, y miró a su madre con preocupación. Sus ojos se estaban volviendo azules.
De repente, Riley estaba tras ella para darle consuelo, apoyo.
—Aden, por favor, no le quites tu cuerpo todavía. Por favor.
—Te quiero, Mary Ann —dijo Eve suavemente, tristemente, mirándola—. Esto no es cosa de Aden. Soy yo. Se me ha concedido mi último deseo, y ahora ha llegado el turno de otro, para que Aden pueda tener la paz que siempre ha deseado. La paz que se merece.
—Vas a volver a su cabeza, ?verdad? —preguntó Mary Ann con desesperación—. Seguirás ahí. Podremos hablar.
—Lo siento mucho, angelito. Voy a… dejar el cuerpo. Ya siento que me estoy separando. Aden, cari?o —dijo, cerrando los ojos—. Tienes que dejarme marchar. Te quiero, pero esto es lo correcto. Así tienen que ser las cosas. Me doy cuenta ahora. Tú me has devuelto a mi hija, me has concedido mi último deseo, y ahora yo voy a darte algo que siempre debería haberte pertenecido. A ti mismo.
Hubo una pausa.
—Aden, mi ni?o. Estarás bien sin mí. Lo sé. Eres fuerte y listo, y eres todo lo que una madre pudiera desear. Te voy a echar de menos con toda mi alma. Por favor, te pido que cuides de mi ángel.
—?Eve! ?Mamá! —Mary Ann la agarró por los hombros y la zarandeó, hasta que Riley hizo que la soltara—. No lo hagas. Por favor, quédate. Te necesito. No puedo perderte otra vez.
—Te quiero mucho. Eres lo mejor que me ha pasado, mi alegría, y siempre te querré. Por favor, no lo olvides.
Se acercó a Mary Ann y le dio un beso en la frente, igual que había hecho con su recién nacida. Para despedirse.
—?No! ?No! —gritó Mary Ann. Se zafó de Riley para lanzarse hacia su madre.
De repente, Victoria se colocó entre Aden y Mary Ann.
—No vas a hacerle da?o —dijo la vampira, protegiendo el cuerpo de Aden.
Mary Ann miró a Aden. Aden… ya no era Eve.
—?No! —gritó—. ?Eve! ?Me oyes? ?Eve! ?Vuelve! Creía que quería que fueras libre, pero no es cierto. Te necesito.
Mary Ann esperó en silencio, esperó a que Eve sonriera y le dijera que todavía estaba allí, pero pasaron los minutos y la realidad no cambió.
Al final, Aden se encorvó, y se tapó la cara con las manos.
—Se ha ido. Se ha ido de verdad.