Ella negó con la cabeza.
—No. Lo he intentado. Todos lo hemos intentado. Creo que hay recuerdos que están esperando a ser liberados. Me refiero a que siento algo al fondo de mi conciencia, pero no puedo alcanzarlo —dijo entre suspiros—. Todos tenemos pensamientos y sentimientos, miedos y deseos que no podemos explicar de otro modo.
—?Y cuáles son los tuyos?
En sus labios apareció una sonrisa.
—Siempre he sido una madraza, como dice Aden. La protectora. La que rega?a. Siempre me han encantado los ni?os, y siempre he tenido miedo de estar sola. Tal vez por eso no he ayudado a Aden a encontrar la manera de liberarnos con tanta obstinación como hubiera debido. Pero ésa es mi cruz.
—Conociste a mi padre durante una sesión de terapia, ?te acuerdas?
—Sí.
—?Sentiste algo por él, algo como la inexplicable necesidad de abrazarlo, como lo que Aden dice que tú sientes por mí?
—Sentí cari?o por él, gratitud. En aquel momento pensé que era porque estaba tratando a Aden. él se sentaba junto al ni?o, lo escuchaba y no lo juzgaba.
—?Y ahora?
Se encogió de hombros.
—No estoy segura. Como Aden, yo sólo era una ni?a cuando conocí a tu padre. No habría sabido cómo interpretar un sentimiento más profundo, como el que deberían tener dos esposos.
Mary Ann alzó las manos.
—Y entonces, ?cómo se supone que vamos a averiguar la verdad?
—Yo tengo el control del cuerpo en este momento. Podría viajar en el tiempo hacia una versión más joven de mí misma. ?Esto es asombroso! —dijo Eve, y ladeó la cabeza con una sonrisa—. Todas las voces. Vaya. Se me había olvidado lo difícil que es concentrarse. Aden me está recordando que para viajar al pasado debo elegir un momento específico de mi vida, y como no recuerdo quién soy, si acaso soy otra persona, no puedo ir a ningún sitio, salvo a su pasado.
Mary Ann se mordió el labio inferior.
—Tal vez haya un modo…
Sacó el diario de su madre de la mochila y se lo entregó a Eve.
—Esto era de mi madre. Ella escribía sobre su vida. Tal vez, si eres ella, alguna de estas cosas haga saltar un recuerdo tuyo.
—Muy buena idea —dijo Eve.
Tomó el diario con las manos temblorosas, lo abrió y comenzó a leer.
—?Hoy estoy cansada. No hay nada en la televisión, pero da igual. Tengo compa?ía. Mi angelito, que está acostado cerca de mi corazón. Hoy me está dando pataditas. Creo que quiere tarta de manzana, así que tal vez le haga una. Ya casi puedo oler la canela, y saborear el helado derretido?.
Aden pasó la página con la mano temblorosa, y continuó leyendo.
—?Estaba demasiado cansada como para hacer una tarta, así que Morris me la ha traído. Sólo había tarta de cerezas en la pastelería, así que tendré que conformarme. Espero que mi angelito no empiece a dar pataditas otra vez.
Ella es…?. Oh, Dios mío —exclamó Eve—. Es casi como si pudiera saborearla y olerla. ?La veo! Las cerezas son muy rojas.
Emitió una exclamación y al instante, Aden había desaparecido. La única indicación de que había estado allí era un suave hueco en el colchón.
Victoria y Riley se pusieron en pie de un salto y miraron a su alrededor con preocupación. Mary Ann se abrazó a sí misma con los ojos llenos de lágrimas de temor, esperando el regreso de Eve con aquella estúpida esperanza que había intentado negar.
No tuvo que esperar mucho. A los tres minutos, Aden había vuelto como si no hubiera faltado nunca. Sus ojos seguían siendo de color casta?o. Y, como Mary Ann, estaba llorando. O más bien, era Eve la que lloraba.
—Lo recuerdo, lo recuerdo —dijo Eve, y se abrazó a Mary Ann—. Oh, mi querida hija. Mi hija. Cuánto he esperado este día. He so?ado con él, con todos los días en que te tuve en el vientre.