Tres meses (Meses a tu lado #3)

La verdad es que notaba mucho la ausencia de Jen cuando tenía que hacer algún viaje, por corto que fuera, por algo relacionado con la pintura. Durante estos últimos a?os había vendido cada vez más, cosa que equivalía a que cada vez ocupaba más de su tiempo. Y la verdad es que me gustaba verla feliz, pero me desesperaba un poco tener que cuidar de los críos yo solo cuando se iba. Es como si ella tuviera un don natural para esto y yo fuera un verdadero desastre.

Al día siguiente, metí a los dos diablillos en el coche, me coloqué en el asiento conductor y puse la canción que sabía que les gustaba a los dos sobre un cerdito que hacía no sé qué con un amiguito suyo que era un pescado... en fin. Estúpida canción. Seguro que después se me quedaba grabada en el cerebro.

—?Dónde vamos? —preguntó Jay, curioso, mirando por la ventanilla.

—He pensado que podríamos cocinarle algo a mamá —murmuré, recorriendo el camino de entrada—, para cuando vuelva esta noche.

La idea pareció encantarles.

—?Podemos hacer macarrones? —exclamó Jay.

—?CHO-OLATE! —chilló Ellie a todo pulmón.

—En realidad... —les di un momento de pausa dramática para que las reacciones fueran todavía mejores—. ?He pensado que podríamos hacer chili!

Hubo unos segundos de silencio. Les eché una ojeada por el retrovisor y vi que ambos me miraban con cara de asco.

—?Qué? —protesté.

—Nadie quie-e chili, pa-á —me aseguró Ellie.

—?A tu madre le encanta!

—Mamá dice que le gusta, pero no es verdad —me corrigió Jay.

—Pues de eso se trata el amor, de fingir que te gusta algo que hace el otro para que no llore. Tomad nota, queridos ni?os.

—Eso no es... —empezó Jay.

—Bueno —puse una mueca—. ?Macarrones, entonces?

—?Sí! —exclamó Jay felizmente.

—?Y CHO-OLATE!

—Macarrones y chocolate, qué gran combinación.

Cuando por fin llegamos al supermercado, no me quedó más remedio que sentarme a Ellie en los hombros —si no la tenía controlada, correteaba de un lado a otro y si me despistaba terminaría incendiando algo— mientras que Jay se negaba a sentarse en el carrito, en la zona para ni?os.

—?Ya soy un adulto! —me chilló, frunciendo el ce?o.

—?Si tienes seis a?os! ?Tengo sudaderas más viejas que tú!

Al final accedió a sentarse en el carrito, aunque sospeché que era solo para ahorrarse caminar.

La verdad, ir con ellos dos a algún lado era una verdadera aventura, porque nunca sabías cuántas desgracias te podían pasar. Como ese día, en que Ellie dio un tirón a una de las bolsas de una estantería y se cayó la mitad al suelo. Se puso roja como un tomate y tuvimos que recogerlo todo entre los tres a toda prisa.

—Pa-á —Ellie me dio un golpecito en la frente con un dedo cuando pasamos por su pasillo favorito—. ?Puedo id a pod el choco-ate?

—?Por qué no puedo hacerlo yo?

—Poque tú no sa-es el que tá bueno de vedá.

—?Y tú sí? ?Ahora eres una maestra chocolatera?

De todos modos, me sorprendió ver cómo recorría las estanterías con los ojos entrecerrados porque estaba usando su máxima concentración, y volvió al cabo de unos segundos con doce barras de chocolate. Tuve que devolver más de la mitad a la estantería.

Cuando por fin volvimos a casa, Ellie soltó un chillido y salió corriendo hacia la cocina, emocionada por empezar a cocinar cosas —aunque a ella solíamos reservarle la parte de remover o golpear cosas—. Jay y yo llegamos unos segundos más tarde.

—Bueno —miré a Jay con una mueca—, tú te acuerdas de la receta, ?no?

—Ajá —empezó a sacar cosas de las bolsas con mucha eficiencia.

Menos mal que él era un peque?o genio, porque si dependiéramos de mí...

No sé cómo, pero conseguimos hacer la dichosa pasta, aunque los resultados fueron: Jay con su delantal impecable, yo con una mancha de tomate gigante en la camiseta y Ellie con la boca llena de chocolate porque había ido comiéndolo mientras nosotros hacíamos todo lo demás.

Por no hablar de la pobre cocina, que había quedado hecha un desastre.

—Bueno... —murmuré—, la intención es lo que cuenta, ?no? Además, vuestra madre no llegará hasta dentro de una ho...

—?Ya estoy en casa!

Di un respingo cuando Ellie soltó un chillido, dejó el chocolate a un lado como si ya no le importara y salió corriendo hacia la entrada.

—?MAAAA-AAAAá!

Intercambié una mirada de pánico con Jay Jay, y casi automáticamente nos pusimos a recoger cosas a toda velocidad para dejar un aspecto mínimamente decente a la cocina. él me lanzó un delantal a la cabeza para poder cubrirme la mancha.

Justo cuando terminé de ponérmelo, Jen entró en la cocina sujetando a Ellie con un brazo.

—Oh, no —puso una mueca de terror—, ?habéis estado cocinando?

—?No pongas esa cara! —protesté—. Mira qué limpia está la cocina.

—Pues sí —parecía tan sorprendida que resultó incluso ofensivo.

—Hola, mamá —Jay se acercó para darle un abrazo.

—Hola, cielo —Jen levantó la mirada hacia mí y se acercó para darme un beso en los labios—. Y hola a ti también. ?Qué tal estos días? Veo que habéis sobrevivido sin mí.

—Papá se ha portado bien —le informó Jay.

—?Eso no debería decirlo yo? —entrecerré los ojos.

Jen empezó a reírse y dejó a Ellie en el suelo para acercarse a la salsa, que todavía se estaba haciendo.

—Mhm... esto huele de maravilla —me miró de reojo, divertida—. Admito que una parte de mí esperaba que hicieras chili.

—?Yo? Claro que no. ?Cómo se te ha ocurrido semejante tontería?

Cenamos los cuatro en el comedor mientras Jen nos contaba cómo había ido el viaje y Ellie enrojecía al tener que admitir que me habían llamado de la escuela porque, durante un recreo, se había dedicado a robar las mu?ecas de unas chicas que no le caían bien y enterrarlas en el patio trasero de la escuela.

Al parecer, cuando las ni?as le habían preguntado el por qué, ella había soltado: poque tan muertas, como vuesta gacia.

Sí, me había reído cuando me lo había contado la profesora.

Y sí, me había juzgado muy duramente con la mirada.

—Ellie... —Jen le dirigió una mirada severa cuando se lo contó.

—?A pa-á le hi-zo gacia! —protestó ella.

Esta vez, la mirada severa de Jen fue para mí. Jay se lo pasaba en grande, viendo la guerra que tenía delante.

Joana Marcús Sastre's books