—Bueno, ahora son diez minutos. He querido dejarte dormir un poco.
Ella me sonrió un poco, agradecida. El bronceado que había adquirido esa semana le quedaba genial, y el pelo se le había aclaro ligeramente por el sol. Estaba preciosa. Incluso más que de costumbre. No podía dejar de mirarla.
—?Tienes ganas de llegar? —me preguntó.
—Sinceramente, me habría quedado otra semana ahí contigo. O un mes, incluso. Pero... Jay Jay debe estar indignado, preguntándose dónde demonios estamos.
En realidad, lo dudaba, porque casi cada noche mi madre había hecho una videollamada con nosotros —con la ayuda de Mike, porque ella y las tecnologías no se llevaban muy bien— para decirnos que todo iba bien y ense?arnos a Jay como prueba.
Lo único malo que había pasado en nuestra ausencia fue que Jay le vomitó encima a Mike y a él le dio tanto asco que casi le vomitó encima, también.
Menos mal que no lo hizo, porque lo habría matado.
—?Por qué elegiste Santorini? —preguntó Jen de repente—. Tengo curiosidad.
Me encogí de hombros, volviendo a la realidad.
—Por alguna extra?a razón adoras la playa. Y el sol. Santorini tenía ambas cosas.
—Sí, pero... hay sitios más cercanos que también las tienen, ?no?
—Pero en Santorini no nos conoce nadie —sonreí.
—Oh —levantó las cejas—. Oh, claro. Bien pensado.
últimamente, Jen se había agobiado un poco con la prensa.
Es decir, lo había soportado bastante bien desde el estreno de mi primera película, y nunca se habían fijado demasiado en ella. Pero todo había cambiado cuando se supo que nos casábamos y con el nacimiento de Jay. Todo el mundo empezó a llamarla cazafortunas, o a insinuar que solo nos casábamos porque se había quedado embarazada. Y mil otras cosas que prefería no saber.
Ella nunca se había quejado directamente. Y nunca lo haría, ya lo sabía. Jen era de esa clase de persona que, si tenía que aguantar a la prensa contando mentiras sobre ella con tal de que yo pudiera tener una carrera, lo haría sin protestar ni un poco.
De todas formas, ya había hablado con Joey del tema. Se encargaría del tema de la prensa, y la idea de irnos tan lejos había sido suya, y había sido un acierto.
Sí, definitivamente tenía que subirle el sueldo.
Me distraje cuando el avión aterrizó y nos bajaron las maletas al coche, donde Dorian nos esperaba.
—Hola, Dylan —le sonreí ampliamente—. ?Me has echado de menos?
—Mucho, se?or Ross —se vio obligado a decir.
Jen sacudió la cabeza y la expresión de Dimitri se suavizó al mirarla.
—Espero que haya tenido un buen viaje, se?ora Ross.
—Ha sido genial —le aseguró ella, encantada—. Pero ya va siendo hora de volver a la realidad.
El viaje a casa fue bastante silencioso. Jen jugueteaba distraídamente con su anillo mientras miraba por la ventanilla, pensativa. Yo miré el mío. Todavía se me hacía raro llevar uno, pero también era agradable mirarlo y recordar a Jen en ese vestido. Y el viaje del que acabábamos de volver. Y todo lo demás.
Mi madre, mi abuela y Mike nos habían preparado una comida de bienvenida que nos encontramos al llegar. Jay se puso a llorar —no sé si de la emoción o porque tenía hambre, la verdad— y mi madre nos dio a los dos un gran abrazo de bienvenida.
—?Qué bronceados estáis! —exclamó, repasándonos con la mirada—. ?Os lo habéis pasado bien?
—Oh, ha sido fantástico, Mary —le aseguró Jen, que ya tenía al ni?o en brazos—. El primer día fuimos a...
Y así empezó a explicarles lo que habíamos hecho durante el viaje —ahorrándose las partes de la habitación, claro— mientras todos comíamos en la mesa grande, la que casi nunca usábamos. Mike se ocupó de comerse casi la mitad de los platos mientras yo, que no tenía mucha hambre porque había comido en el avión, dividía mi atención entre comer algo y darle el biberón a Jay, que miraba felizmente a su alrededor.
Naya, Will y Jane vinieron esa tarde. Y Jen volvió a soltar todo el sermón de cómo habían ido las cosas. Yo salí fuera, agotado, y me quedé en la tumbona con Jay mientras Will hacía lo mismo con Jane a mi lado.
Jay no tardó en quedarse dormido y empezar a babearme en el hombro, mientras que Jane mordía un juguete como si quisiera arrancarle la cabeza.
—La pobre Naya termina con el pelo lleno de saliva cada vez que la sujeta —me dijo Will, negando con la cabeza, cuando le quitó el juguete—. Le encanta morderle el pelo. Tengo la esperanza de que se lleven mejor cuando cierta se?orita crezca un poco.
—?Cuál de las dos?
Me dedicó una mirada significativa y yo sonreí como un angelito.
—?No vas a decirme lo guapo que estoy con este magnífico bronceado, Willy Wonka?
—No te hace falta, ya tienes el ego bastante hinchado.
—Pero siempre puede estarlo un poco más.
—No voy a decírtelo, Ross.
—Aburrido.
Jane, mientras tanto, luchaba por recuperar su juguete y morderlo.
Después de que Will, Naya y ella se marcharan, mi familia hizo lo mismo, dejándonos solos. Ya se había hecho de noche. Jen subió a la habitación de Jay con él en brazos y lo dejó en la cuna. Escuché sus pasos cuando bajó de nuevo las escaleras. Estaba en mi preciosa sala de cine buscando algo que mirar.
Jen se dejó caer a mi lado y miró también la pantalla.
—?Qué película buscas?
—Una de terror.
—?De terror, no!
—Oh, vamos, ya va siendo hora de que superes a la monja loca.
—?No lo haré nunca, me dejaste traumatizada! —protestó, y me quitó el mando—. Elijo yo.
Me resigné a cruzarme de brazos y dejar que ella eligiera lo que quisiera, divertido.
Pero... toda diversión fue reemplazada por una mueca de terror cuando vi en cuál se había detenido.
—Esa no —dije enseguida.
Jen me frunció el ce?o.
—?Por qué no?
—Porque no.
—Jack, es tu película. Quiero verla.
—No quiero que la veas.
—Ya sé de qué va —enarcó una ceja.
—?Y qué?