—Por un momento, he pensado que no aparecerías y he pensado en subir a buscarte.
Sonrió, divertida, y alargó una mano para sujetarme la mu?eca.
—?Dónde vamos?
—Al aeropuerto —volví a sonreír maliciosamente.
—Ya me has entendido, Jack.
—Sí, pero es una sorpresa.
—?No puedes darme ni una pista? ?Por favor? ?Por fi?
Bueno, si me lo pedía así, era difícil decirle que no. Pero decidí resistirme y me limité a fingir un bostezo para evitar la conversación. Ella me dio un manotazo, divertida.
Llegamos al aeropuerto unos minutos más tarde, y vi que Joey se había encargado de que el avión tuviera todas las comodidades posibles. Jen parecía fascinada, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creerse que todo eso fuera solo para nosotros dos.
Sí, tenía que subirle el sueldo a Joey.
Jen no dejó de preguntarme durante todo el camino dónde íbamos, pero me negué a decírselo, y por mucho que miraba por la ventanilla del avión por dónde estábamos, no era capaz de adivinarlo. Menos mal que se distrajo mirando una película conmigo, durmiendo un poco o preocupándose por Jay.
Al menos, hasta que vio el nombre en la pantallita del avión cuando la auxiliar nos pidió que nos pusiéramos los cinturones. Jen abrió mucho los ojos.
—?Santorini? —preguntó, mirándome.
Oh, no. ?Eso era cara de horror o alegría?
—?No te gusta? Es un poco tarde para cambiarlo.
—??Bromeas?! ?Me encanta!
No borró su sonrisa entusiasmada en todo el aterrizaje.
Al llegar, como nos habían advertido para que nos pusiéramos ropa de verano —aunque ya la llevábamos por la boda— no nos extra?ó demasiado la oleada de calor que nos invadió cuando bajamos del avión. Un conductor nos esperaba con nuestras maletas ya en el coche, y Jen se pasó todo el trayecto con la nariz pegada a la ventana para poder verlo todo, aunque ahí era de madrugada.
—?No me puedo creer que esté en Grecia! —no dejaba de repetir, completamente feliz.
Vale, había acertado, menos mal.
El hotel estaba cerca de la playa, y nos habían dado la suite que solían reservar para los recién casados —se ve que las lunas de miel por ahí eran bastante comunes—. Al llegar, nos encontramos por una estancia amplia, blanca y azul, decorada perfectamente, con una botella de champán en una cubitera, una fuente de chocolate con fresas y otros aperitivos y pétalos de rosa encima de la cama.
Madre mía. Tanto esfuerzo y lo destrozaríamos en cinco minutos.
Pero lo primero que hizo Jen cuando nos dejaron las maletas y los del hotel se marcharon fue ir corriendo al balcón de nuestra habitación, abrirlo de par en par, y asomarse para ver las vistas. Daban directamente a la playa.
—?Ma?ana tenemos que ir! —chilló, corriendo hacia el otro lado de la suite para asomarse al otro balcón. Escuché sus chillidos amortiguados por las paredes—. ?Oooooh! ?Jack! ?Desde aquí se ve la ciudad, mira! ?Esto es increíble!
Pero yo estaba ocupado apartando los pétalos de rosa para poder dejarme caer sobre la cama, agotado. Cuando Jen vio que había destrozado la obra de arte de los del hotel, puso los pu?os en las caderas, indignada.
—?Seguro que les ha llevado mucho trabajo, desagradecido!
—íbamos a destrozarlo igual —le aseguré.
—Oh, vamos, Jack —tiró de mi mano con una gran sonrisa para ponerme de pie—. ?Por qué no estás entusiasmado?
—Porque tú lo estás de sobra por los dos.
Me ignoró completamente y se metió en el gigantesco cuarto de ba?o, curiosa. Ahogó un grito de emoción y asomó la cabeza por la puerta.
—?Mira esto!
Me asomé y sonreí un poco cuando vi que nos habían dejado una ba?era de agua caliente, más pétalos de rosa —qué pesados con eso— y sales de agua que olían a flores. Yo puse una mueca, pero Jen pareció entusiasmada.
—?Esto es tan romántico! —murmuró, suspirando.
—Oh, sí. Una ba?era. Madre mía. Nunca había visto una.
—?Jack, admite que es romántico!
—No lo es. Es solo agua. Y flores muertas.
Me puso mala cara, divertida, y se acercó para meter un dedo en el agua.
—La temperatura es perfecta —casi suspiró de gusto.
Y entonces, para alegría de mi cuerpo, vi que empezaba a quitarse los zapatos y a deshacerse la coleta del pelo.
Oooh, esa conversación sí que me parecía interesante.
—Deja de mirarme así —protestó.
Yo me acerqué con una sonrisita, pero me detuvo con un dedo en el pecho.
—Admite que esto es romántico —exigió.
—Lo admito —dije al instante.
Ella empezó a reírse y yo aproveché el momento de distracción para rodearla con un brazo y pegarla a mí. Todavía estaba sonriendo cuando me incliné para besarla. Y todavía sabía a sal de mar.
Y a partir de ahí ya no hubo risitas, o al menos no así de divertidas. Eran de otro tipo, ?del mejor!
Su vestido terminó en el suelo a tiempo récord junto con mi camisa, mis pantalones, mis zapatos, mis calcetines... sonreí maliciosamente cuando se deshizo de mi ropa interior y me empujó hacia la ba?era.
—Puedo ayudarte con eso —se?alé la suya, que todavía llevaba puesta.
—Cálmate, Jackie, y métete en el agua.
Puse mala cara, pero di un paso atrás y me acomodé en la ba?era, mirándola. Jen me dedicó una sonrisita y yo clavé la mirada en su culo cuando se dirigió al espejo y empezó a quitarse los pendientes y el collar que le habían regalado mi madre y mi abuela.
—Me siento como si hiciera a?os que no hacemos nada —solté sin pensar.
No habíamos podido hacer nada desde el parto de Jay —y tampoco durante gran parte del embarazo—. En principio nos dijeron que esperáramos cuarenta días después del parto, pero luego sugirieron dos meses. Y hoy se cumplían esos dos meses. Era la gran noche.
Ella soltó una risita al ver como repiqueteaba los dedos en la ba?era, muy nervioso.
—?Estás impaciente?
—Pues sí. Y más si te paseas por delante de mí en ropa interior.
—Si no te gusta, no mires.