Tres meses (Meses a tu lado #3)

—Si cierro los ojos ahora, no me lo perdonaré en la vida.

Me dedicó una sonrisa deslumbrante, poco afectada, y por fin vi que echaba las manos sobre sus espalda y se deshacía del sujetador.

Me froté las manos, entusiasmado, cuando también se quitó las bragas y se dio la vuelta hacia mí.

Pareces un perro esperando un filete, pesado.

—?Has dejado sitio para mí? —bromeó.

—Sí —se?alé mi regazo—. Creo que aquí estarás cómoda.

—?Jack!

—?Me he estado reprimiendo durante meses, no me juzgues!

Sonrió, sacudió la cabeza y se apoyó en la mano que le ofrecía para meterse en la ba?era. Pero mi sonrisa de oreja a oreja desapareció cuando vi que, en lugar de acercarse a mí, se tumbaba al otro lado, cerraba los ojos y se hundía con un sonidito de satisfacción.

Debió darse cuenta de mi mirada de indignación, porque empezó a reírse sin siquiera abrir los ojos.

—Ven aquí, vaquero, y cumple con tu misión.

Mi sonrisita volvió al mismo tiempo que el agua salía de la ba?era cuando me adelanté hasta pegar mi cuerpo al suyo.

***

—Ma?ana podríamos ir a Perissa —sugirió Jen, ajustándose las gafas de sol mientras seguía mirando el móvil.

Sonreí ligeramente.

—Estuvimos ahí el primer día.

—Eso no es verdad.

—En esa playa perdiste las gafas de sol y tuvimos que comprar las que llevas ahora.

—Aaaaah —puso una mueca—. Sí, es verdad.

No sé cómo lo hacía, pero conseguía perder algo en cada sitio al que íbamos. Y luego se disculpaba conmigo novecientas veces, como si fuera yo el que había perdido algo. Yo no podía hacer otra cosa que reírme.

En ese momento estábamos en Kamari, otra playa de esa isla. Habíamos estado todo el día sin hacer nada productivo, ahí tumbados, aunque pronto tendríamos que ir a cenar porque se estaba poniendo el sol. Jen quería verlo antes de ir a buscar un restaurante.

La observé de reojo. Seguía mirando el móvil en busca de algo que hacer ma?ana, que sería nuestro último día aquí. Parecía tan absorta en su tarea que ni siquiera se dio cuenta de que la estaba mirando. Deseé poder verla en bikini, pero no había querido ponérselo porque decía que todavía tenía el vientre raro por el parto. Yo no lo creía en absoluto, pero no había forma de que me escuchara.

Sinceramente, si fuera por mí, no habríamos salido de la habitación ninguno de esos días. Lo que más me interesaba era lo que hacíamos ahí dentro, no aquí fuera.

Pero, claro, Jen casi me había asesinado cuando lo había insinuado.

Ella quería ver la dichosa islita.

—Si querías quedarte encerrado en una habitación, no hacía falta ir al otro lado del mundo —me había replicado, muy indignada.

Así que habíamos visitado casi todas las zonas importantes de la isla, habíamos comido casi todos los platos típicos —nuestro favorito había sido el gemistá, y eso que al principio no me había apetecido mucho probarlo—, habíamos comprado unas cuantas cosas para mi familia y la suya, algunas otras pocas para nosotros y, por algún motivo, Jen se había empe?ado en alquilar unas bicicletas para recorrer una ruta bastante conocida.

Al parecer, a ella se le daba bien ir en bicicleta, pero a mí no.

Y lo digo porque, a los veinte metros recorridos, la rueda delantera de la mía chocó con una piedra y salí volando por los aires, aterrizando de una forma bastante estúpida entre unos arbustos.

Jen se había reído tanto que casi se había hecho pis encima.

—No sé qué le ves a esto de gracioso —había protestado yo mientras le daba la espalda para que me quitaba la suciedad del culo y la espalda con la palma de la mano.

Bueno, al menos lo intentaba, porque se reía tanto que no lo estaba haciendo muy bien.

—?Por fin eres tú el que se cae y no yo! —dijo al final, muy orgullosa.

—?No me he caído, me he tropezado! ?No es lo mismo!

—Jack, asúmelo. Esto no se te da bien.

—Sí que se me da bien —protesté, irritado.

—?En serio? ?Pues carrera hasta la cima!

—?Eh...? —de pronto, ella ya estaba encima de su bicicleta y yo tuve que correr para alcanzar la mía, pero ya me había ganado veinte metros de ventaja—. ?OYE, ESO ES TRAMPA!

Los demás turistas me juzgaron mucho con la mirada cuando me vieron, rojo por el esfuerzo, pedaleando por el camino mientras Jen me esperaba tranquilamente en la cima con una ceja enarcada.

—Al parecer, dar brincos por el parque me ha preparado para este momento —me dijo, sonriendo maliciosamente.

Le puse mala cara, pero el enfado se me pasó cuando se giró y rebuscó en su bolsa hasta pasarme su botella de agua fría.

Después de ese incidente, habíamos optado por ir andando a los otros sitios. No es que estuvieran muy lejos, y por la mayoría de las calles por las que íbamos ni siquiera estaba permitido en coche, así que no teníamos mucha otra opción.

Volviendo al presente, cuando se puso el sol, Jen se?aló un restaurante no muy lejos de nosotros en el que terminamos cenando. Estuvo muy bien, y el camarero resultó ser bastante simpático. Ella parecía encantada cuando volvimos al hotel y se dejó caer sobre la cama, agotada, antes de empezar a quitarse la ropa para meterse en la ducha.

Está claro que la seguí en cuestión de segundos, ?no?

La oportunidad era demasiado tentadora como para dejarla marchar.

No pude evitar una sonrisita cuando entré en el cuarto de ba?o y vi que estaba sosteniendo la puerta de la ducha para mí, ya esperándome.

Bueno, podía acostumbrarme a esto.

Pero claro, llegó el día de irnos. Hicimos las maletas por la ma?ana y fuimos en taxi al aeropuerto. Los dos estábamos agotados, así que ella no tardó en quedarse dormida en el avión con la cabeza encima de mi hombro. Yo ni siquiera me di cuenta de haberme quedado también dormido hasta que la auxiliar me despertó, diciéndome que solo faltaba media hora para que llegáramos.

—?Solo media hora? —Jen se frotó los ojos cuando la desperté.

Joana Marcús Sastre's books