Tres meses (Meses a tu lado #3)

—No es malo —me dijo ella, pero ya no sabía ni de qué hablaba—. Pero puede llegar a agobiar. ?Tu madre no te llama continuamente para saber cómo estás?

—No me llama mucho —fingí un bostezo para calmarme—. Pero nunca ha sido de las que llaman para ver cómo estás. Al menos, no demasiado.



No veía a mi madre preocupándose tanto por mí. Solo lo hacía por Mike.

Me distraje cuando me ense?ó una amplia sonrisa que me hizo sonreír a mí también. Sujetaba la sudadera de Pumba. Era la que había elegido expresamente. La que había tenido en mente desde que habíamos visto la película.

—No sé por qué, pero me imaginaba que elegirías esa —murmuré.



Esta vez no aparté la mirada cuando se estiró para ponérsela. De hecho, me entraron ganas de golpearme a mí mismo por haberle dado más ropa. Sin embargo, la visión de ella con algo mío hizo que, por algún motivo, valiera la pena.

—Venga, vamos —me sonrió, pasando por mi lado y dejando una suave ola de perfume a su paso que esperaba que no desapareciera cuando se marchara esa noche.



No pude volver a hablar con ella. Naya nos contó no sé qué de una invitación de una chica. Will la llevó a la residencia y yo me quedé en el sofá con mala cara. Miré mi móvil varias veces, pensativo, pero supuse que no querría que la molestara justo después de irse. Suspiré y fui a la habitación.

Apenas llevaba durmiendo unas horas cuando el móvil empezó a sonar. Como fuera el idiota de Mike...

—Seas quien seas... ?sabes qué hora es?



—Necesito tu ayuda.



Me tensé al instante en que escuché la voz de Jen. Un momento, ?por qué la llamaba Jen? Bueno, no importaba. Lo que importaba era que sonaba asustada. Y no me gustó nada.

—?Jen?



—Sí. Soy yo —suspiró suavemente—. ?Puedes hacerme un favor?



La pregunta es si podría decirte que no.

—?Qué pasa? —ya me había incorporado.

—Naya me ha llamado llorando para que fuera a buscarla, pero... eh... ?crees que podrías acompa?arme a buscarla?



Puse una mueca de decepción. ?Era esa clase de favor?

Lástima. Yo que ya iba a por condones...

—?Y Will?



—Ha dicho que no quería que le dijéramos nada.

—?Sabes lo que me hará si se entera de que no le he avisado?



—Lo mismo que me hará Naya a mí si Will se entera de algo.



—Deberíamos avisarlo y...



—Ross —susurró—, por favor.



Mierda.

Mierda, ?por qué no podía decir que no? ?Por qué me gustó tanto la forma en que pronunció mi nombre? Cerré los ojos con fuerza.

—En cinco minutos delante de tu residencia.



—Gracias, Ross —sonó tan aliviada que lo único que quise hacer fue ir a besarla hasta que se le pasara la preocupación, pero dudaba que eso fuera a calmarla mucho.



—Si, en el fondo, soy una persona caritativa —murmuré.

Bueno, siendo positivo, al menos tenía una excusa para verla otra vez.

Me puse de pie y se froté los ojos perezosamente. Seguía medio dormido cuando crucé el pasillo escuchando los ronquidos de Will. Estaba claro que no iba a despertarse en un futuro cercano. Agarré las llaves y bajé rápidamente al garaje.

Ella estaba de pie delante de su residencia con el móvil en la mano y me quedé embobado un momento cuando vi que seguía llevando mi sudadera puesta. Y unos pantalones cortos. Casi empecé a babear como un idiota. Se acercó cuando vio mi coche y se subió a mi lado. Su expresión estaba un poco crispada por la preocupación. Me gustaba más cuando sonreía.

—Los rescatadores —intenté bromear.



No tardé en darme cuenta de que no estaba por la labor, así que decidí dirigir la conversación por otro lado. Y aceleré un poco. Después de todo, no sabía qué le pasaba a Naya.

—?Qué le ha pasado?



—No me lo ha dicho. Pero sonaba bastante mal.



—?Y por qué no quiere que Will se entere?



Ella esbozó media sonrisa, mirándome.

—La conoces más que yo, deberías decírmelo tú.



Bueno, su humor había mejorado. Aproveché la ocasión.

—Bonito atuendo.



No seguí mirándola —más que nada, para no matarnos—, pero vi de reojo que se echaba una ojeada a sí misma. Habría apostado lo que fuera a que se había ruborizado.

—Es que no sabía que ponerme —empezó a decir rápidamente—. Pero... te la lavaré y te la devolveré, te lo aseguro.



Prefiero que te la quites a secas.

—Me fío de ti —dije, sin embargo.



—Es que...



—Puedes quedártela. A mí me va peque?a —mentí—. Y a ti te queda bien —ahí no mentí.



—Pero... —parecía confusa—, es tuya.



—Ya no. Ahora es tuya.



Se quedó mirándome un rato con aire pensativo antes de volver a centrarse en la carretera. Me dijo que me detuviera en una calle llena de grupos de gente algo más joven que nosotros bebiendo y nos bajamos juntos. No pude evitar media sonrisa cuando volví a ver sus pantalones cortos.

Por favor, que no se los quitara nunca.

O sí. Pero solo en mi habitación.

—?Qué buscamos? —pregunté, metiéndome las manos en los bolsillos. ?No se estaba congelando con esos pantalones cortos?



—Un edificio amarillo muy feo.



Vi un grupo de chicos mirándola desde lejos, pero ella ni siquiera se dio cuenta. Estuve a punto de decirle que se pusiera a mi otro lado, pero ya era demasiado tarde. Entrecerré los ojos cuando uno de ellos se giró descaradamente cuando Jen pasó por su lado, mirándole el culo. Oh, no. Eso no.

—Bonitos calcetines —le dijo con una sonrisa.



Vi que Jen seguía andando en un intento de ignorarlo, pero yo no fui capaz de hacerlo. No sé cómo no lo agarré del cuello de la camiseta. Imbécil.

—Bonita cara. Cierra el pico si quieres conservarla.



No me giré a mirar su reacción. Que viniera si quería. Me coloqué al lado de Jen, que miraba encima de su hombro con sorpresa. Sus ojos grandes y casta?os se clavaron en mí con sorpresa. Mierda. No quería que conociera esa parte de mí todavía.

—?Acabo de descubrir tu lado oscuro? —preguntó, medio en broma.

Pero podía notar cierta sorpresa en su voz. No sabía si eso era bueno o malo, así que me apresuré a arreglarlo.

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