Di que sí. Di que sí. Di que sí.
Ella me dedicó una peque?a sonrisa y yo apreté la mano en el volante.
—Si no te importa.
Te aseguro que no me importa.
Vi que Naya se detenía en medio del vestíbulo del edificio, nos miraba y hacía un ademán de acercarse para decirme cosas poco agradables. Aceleré enseguida. De hecho, iba tan distraído que no me acordé de que estaba conduciendo como un loco. Vi de reojo que ella se aferraba al asiento con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
—?Qué pasa? —pregunté.
—Conduciendo, me recuerdas a mi hermano mayor.
Fruncí un poco el ce?o.
—?Y eso es bueno?
—Parece que tenéis las mismas ganas de tener un accidente.
Frené un poco al instante, riendo. Me gustaba su sentido del humor. Me recordaba al mío. Vi que sus manos se alejaban del asiento y se las puso encima de las rodillas.
Necesitaba hablar de algo para no centrarme en eso. Lo que fuera.
—?Qué tal tu primer día de clase? —solté sin pensar.
Sí, el mejor tema de conversación del mundo, imbécil.
—Aburrido. Presentaciones. Profesores aburridos. Mala combinación. ?El tuyo?
—Yo no he tenido presentaciones. Es mi segundo a?o.
—?No has cambiado de profesores?
—Técnicamente, yo no estoy haciendo una carrera. Solo dura dos a?os. Son los mismos profesores y alumnos que el a?o pasado.
—Oh.
?Por qué me gustó tanto la manera en que me miró? ?O la manera en que su boca se movió para formar esa última palabra? Me obligué a centrarme en la carretera a pesar de tener sus ojos casta?os brillantes sobre mí.
—?Y qué harás cuando termine este a?o?
Creo que era la primera vez que alguien me preguntaba eso. Dudé un momento, un poco sorprendido.
—Supongo que lo sabré cuando termine este a?o —le dediqué una peque?a sonrisa.
—?No tienes nada pensado? —sonaba perpleja.
Si te dijera lo que tengo pensado...
—Sí. Tengo pensado acabar el a?o. Después, improvisaré —la miré de reojo—. ?Y tú qué tienes pensado cuando termines tus magníficos a?os de filología?
Sonrió un poco.
—Pues... espero tenerlo claro para entonces. En el peor de los casos, me veo a mí misma ense?ando a ni?os de catorce a?os a diferenciar determinantes de adverbios.
—Un futuro esperanzador.
—Espero no terminar así.
Yo sé cómo quiero terminar contigo.
Vale, tenía que relajarme un poco.
—?Y no hay nada que te guste? —pregunté.
—Nada especialmente.
?En serio? ?De dónde había salido esa chica?
—Pero... eso es imposible. Tiene que haber algo que destaque. Aunque sea un poco.
—No lo creo.
—?Y qué se supone que has estado haciendo los últimos dieciocho a?os de tu vida?
—Pues... intentar sobrevivir a mis hermanos, aprobar el curso y ahorrarme broncas de mi madre.
Sonreí, negando con la cabeza.
—Tiene que haber algo —insistí—. Siempre lo hay. Quizá, todavía no lo has encontrado.
—Espero que sea eso.
Y sonaba realmente perdida. Detuve el coche y la miré. Su mirada estaba clavada en el frente. Estaba pensativa. Pensé en estirar el brazo y colocarle el mechón de pelo que se le había vuelto a salir, pero me detuve cuando me dedicó la sonrisa más jodidamente tierna que había visto en mi vida.
—Gracias por traerme.
Mis ojos vagaron hacia abajo. Joder, ?era consciente de lo bien que le sentaba ese jersey?
—No hay de qué, chica sin hobbies.
Me puso una mueca que le arrugó un poco la nariz y tuve que contenerme para no adelantarme y atraerla para besarla. ?Qué demonios me pasaba?
—Te sienta bien el rojo —no pude evitar destacarlo.
Mierda, ?me había pasado? Solo era un cumplido, pero se miró a sí misma como si fallara algo. Aparté la mirada y tragué saliva con fuerza. Me daba la sensación de que la sequedad de boca no era por la cerveza, sino porque su maldito perfume floral flotaba por todo el coche y estaba haciendo las cosas mucho más complicadas de lo que ya eran.
—Buenas noches —murmuré sin mirarla.
Ella me observó unos instantes.
—Buenas noches, Ross.
Me giré cuando estuve seguro de que había bajado del coche y me quedé mirando su culito moviéndose cuando iba hacia la puerta. En cuanto desapareció en el edificio, bajé la ventanilla y dejé que el aire frío me diera en la cara.
***
Había estado con nosotros toda la tarde en la tienda de cómics y admito que me había embobado varias veces viendo cómo jugueteaba con el cordón de su sudadera gris. ?Por qué me dejaba tan embobado solo moviendo un dedo? Era ridículo.
Aceptó volver a casa con nosotros y tuve que hacer esfuerzos por no acercarme a ella por el pasillo hacia mi habitación. La sudadera y el pelo se le habían mojado. Ahora, se le pegaban al cuerpo y yo tenía la boca seca por ver la forma de su cintura y sus pechos —por fin—. Verla en mi habitación era todavía peor.
Pero me centré en abrir mi cómoda y buscar sudaderas peque?as. Quería verla con mi ropa. Aunque sonara a bobada. Quería verlo.
—Seguro que mi madre está convulsionando ahora mismo en casa —murmuró.
La miré de reojo.
—Siempre hablas de tu familia como si tu madre fuera histriónica.
Ella soltó una risa suave que hizo que su pecho se sacudiera y cerré los ojos un momento de centrarme en la cómoda.
Vamos, mente fría.
—No lo es. Pero se preocupa mucho. Muchísimo. Demasiado.
—?Y eso es malo? —le ense?é las cuatro sudaderas—. Elige la que quieras. Son las más peque?as que tengo.
Y necesitaba que se pusiera algo. Urgentemente. Porque en ese momento solo llevaba una camiseta interior de tirantes de la cual no podía apartar los ojos.
Vale, tenía que echar un polvo pronto. Desde que la había conocido, no lo había hecho con nadie. Iba a terminar volviéndome loco.