Esa vez de verdad. Nada de un roce, nada de una caricia temblorosa.
Acogí su rostro entre mis manos, sujetándola por las mejillas, y le mordí la boca. Apresé su labio inferior con los dientes antes de dejarlo resbalar entre los míos. Leah gimió en respuesta. Un puto gemido que fue directo hasta mi entrepierna. Alejé la excitación cerrando los ojos. Ella sabía a lima y a azúcar y, en medio de aquella locura, decidí que hundir la lengua en su boca era una idea cojonuda. Algo se agitó en mi estómago al rozar la suya, al ser consciente de que estaba besando a Leah y no a una chica cualquiera, de que, joder, de que estaba sintiendo, de que estaba cometiendo un gran error…
Me aparté de golpe.
Leah me miró en silencio mientras yo recogía los vasos y el paquete de tabaco que había dejado sobre la barandilla de madera.
—?Te vas? —preguntó.
Asentí y me alejé de ella.
El corazón seguía latiéndome rápido cuando me metí en la ducha y dejé que el agua fría me despejase. Pensé que había sido una insensatez beber y bajar así las defensas. Pensé que besarla tendría que haber sido desagradable. Pensé que tenía que dejar de empalmarme por culpa de ella.
Pensé que debería haberlo visto venir. Pensé…, pensé tantas cosas…
Y ninguna tenía sentido ni lo explicaba.
Me tumbé en la cama aún confundido.
Estuve horas dando vueltas sin poder dormir, buscando la manera de encajar la escena. Parecía irónico que yo intentase aclarar los pensamientos de Leah y que ella se dedicase a enredar los míos.
Suspiré hondo recordando su jodido sabor.
Nunca había entendido por qué la gente les da tanta importancia a los besos; es solo un contacto entre dos bocas. Yo sentía más conexión con el sexo. El placer. Una finalidad. Un acto con un principio y un final. En cambio, eso no existe en los besos, ?cuándo debe terminar?, ?cuándo parar?
No es instintivo, es emocional. Era todo lo que nunca logré ser, y al besarla a ella me di cuenta de que llevaba media vida equivocado. Un beso es…
intimidad, deseo, temblar por dentro. Un beso puede ser más devastador que un maldito orgasmo y más peligroso que cualquier otra cosa que hubiese podido decirme con palabras. Porque ese beso…, ese beso se iba a quedar conmigo para siempre, lo supe en cuanto cerré los ojos tras el primer roce.
49
LEAH
Axel no había parado el tocadiscos al irse y empezó a sonar Can’t buy me love mientras me sujetaba a la valla de madera con las piernas temblorosas y el corazón en la garganta.
Porque ahí tenía la respuesta. La que llevaba meses esquivando.
Al rozar sus labios, entendí que el esfuerzo valía la pena. El dolor.
Quitarme el chubasquero. Dejar pasar al miedo. Sentir. Sentir. Sentir. Vi ante mis ojos cómo las emociones se equilibraban con picos y bajadas cruzándose, porque si la tristeza no existiese, nadie se habría tomado nunca la molestia de inventar la palabra ?felicidad?. Y besarlo había sido eso. Una chispa de felicidad, de las que prenden y explotan como un castillo de fuegos artificiales. Había sido un cosquilleo en el estómago. El sabor de esa noche estrellada en los labios. El olor del mar impregnado en su piel. Sus dedos ásperos contra mi mejilla. Su mirada desnudándome por dentro. él.
De nuevo él. Siempre él.
Y renunciar a eso… era imposible.
50
AXEL
Me levanté de un humor de perros y aún enfadado conmigo mismo, con ella y con cualquier cosa que se me pusiese por delante. Me limité a beberme el café de un trago, cogí la tabla y me adentré en el camino que conducía hacia la playa.
El agua estaba más fría durante esa época del a?o, pero casi lo agradecí. Me concentré en las olas, en dominar mi propio cuerpo mientras las cabalgaba, en el sol que se alzaba lentamente tras la línea del horizonte, en el sonido de las olas…
Y cuando acabé agotado en el agua con los brazos sobre la tabla, los pensamientos que había intentado enterrar regresaron con fuerza.
Ella. Y esos labios suaves que sabían a lima.
Cerré los ojos suspirando hondo.
?Qué cojones me había pasado?
Salí del agua casi más cabreado y regresé a casa. Dejé la tabla en la terraza y vi que Leah se había levantado y estaba sirviéndose una taza de café en la cocina, detrás de la barra americana. Tragué saliva tenso. Ella me miró de reojo.
—?Por qué no me has despertado?
—Anoche nos quedamos hasta tarde.
Leah se llevó un mechón de cabello tras la oreja.
—Ya, pero siempre me despiertas.
—Pues hoy no. ?Ha sobrado café?
—Creo que un poco.
—Bien.
Me serví el segundo del día y abrí la nevera para buscar algo para picar. Tal como me temía, oí su voz a mi espalda. Y fue el tono…, ese tono que decía que no iba a dejarlo pasar sin más. Ese tono que no quería oír.
—Axel, lo de anoche…
—Eso fue una jodida aberración.
—No lo dices en serio —susurró temblando.
Dejé escapar el aire que estaba conteniendo y apoyé la cadera en uno de los muebles de la cocina. La miré a los ojos. Y fui firme. Y duro. Todo lo que tenía que ser.
—Leah, me pediste eso, que te regalase un beso. Lo hice, aunque ahora sé que no debía. Supongo que tendría que haberme dado cuenta de que confundirías las cosas, y no te culpo. Lo estás pasando mal. Y eres…, eres…
Ella dio un paso al frente.
—?Qué soy? Dilo.
—Eres una ni?a, Leah.
—Sabes que eso me duele.
—Ya te irás dando cuenta de que el dolor, a veces, cura otras cosas.
Y tenía que curarse de mí, de lo que fuese que tuviese en su cabeza.
No estaba muy seguro de qué sentía ella y, como había ocurrido aquel día a?os atrás cuando vi los corazones en su agenda, tampoco quería saberlo.
Hay cosas que es mejor dejar tal y como están hasta que desaparezcan.
Evitarlas. Mirar hacia otro lado.
Era más fácil así. Mucho más fácil, sí…
Cogí un tetrabrik de zumo de manzana.