—No te creo, Axel. Yo lo sentí. Te sentí.
Avanzó hacia mí, un paso tras otro. Y cada paso fue un jodido vuelco en el estómago. Vi en ella a la chica que había sido antes, esa que se lanzaba al vacío sin pensar, la que no conocía la palabra ?consecuencias?.
La apasionada. La intensa. La que permitía que las emociones la desbordasen porque no las temía. De la que nunca sabías por dónde iba a salir. La que pintaba casi con los ojos cerrados y se dejaba llevar por lo que sentía, sin analizar cada trazo, sin ser consciente de que hacía magia.
—Sé que yo te lo pedí. Pero fue de verdad. El beso.
—Leah, no compliques las cosas —gru?í enfadado.
—Vale, pues solo admítelo. Y pararé.
—No voy a mentirte para que estés contenta.
Guardé el zumo y cerré la nevera dando un portazo mientras pensaba en el lío en el que me había metido por una puta tontería. La dejé allí y salí a la terraza.
En qué mal momento había decidido emborracharme con ella. En qué mal momento había cedido y me había dejado llevar por el impulso. En qué mal momento todo. Porque no entendía qué estaba ocurriendo. Que la chica de siempre, la que había visto crecer, estuviese ahora pidiéndome que admitiese que ese beso había sido real.
Si Oliver llegaba a enterarse, me mataría.
Y joder, ?qué pensaría Douglas Jones de aquello?
Cuando la pregunta me azotó, fruncí el ce?o. Era la primera vez que lo recordaba así, como si él aún estuviese en algún otro lugar. Me froté la cara.
Yo nunca había entendido a esas personas que, cuando les pasaba algo bueno, pensaban que era algo que sus seres queridos fallecidos les habían regalado, que era obra de ellos; y, cuando ocurría algo malo, al revés, se reprendían creyendo que los estarían decepcionando. Era una ilusión.
Aferrarse a la esperanza por supervivencia.
El vaso medio vacío me decía que, si la situación de los primeros meses había sido difícil, con ella sin hablar y encerrada, aquella que empezaba a dibujarse iba a ser aún peor. El vaso medio lleno gritaba que, de algún modo retorcido, Leah estaba sintiendo. Sí, sentía lo que no debía, pero al menos lo hacía, que era mejor que la alternativa: el vacío.
Pero ni siquiera ese pensamiento me tranquilizó cuando, un rato después, ella salió a la terraza y me miró como si fuese un jodido príncipe azul.
Supe que tenía que hacer algo drástico.
Algo que cortase aquello de raíz.
51
LEAH
Tenía el estómago encogido desde primera hora.
Me daba igual lo que Axel dijese. Yo lo había sentido. En su mirada.
En sus labios. Había sido real, muy real. Y llevaba tantos a?os so?ando con un beso suyo…, tantas noches en la cama mirando el techo de mi habitación y preguntándome cómo sería…
Aguanté la respiración cuando él salió de la terraza sin mirarme.
Reprimí las ganas de decirle algo, porque empezaba a notar el sabor de la decepción en la boca, no porque esperase más de él, era muy consciente de la situación, sino porque me sorprendía que fuese tan cobarde. él, que siempre se mostraba tan entero, tan abierto y tan brutalmente sincero, aunque terminase siendo incorrecto.
Más tarde, cogí un poco de fruta para comer cuando advertí que Axel no parecía tener intención de almorzar a la hora habitual. Pasé el resto del día metida en mi habitación, con los auriculares puestos, escuchando Let it be con los ojos cerrados mientras rememoraba cómo habíamos bailado en la terraza, la delicadeza con la que había dejado caer sus manos desde mi cintura a las caderas, relajado, mirándome bajo las estrellas…
Y luego sus labios exigentes. El gemido ronco que se coló en mi boca.
Su aliento cálido. Las mariposas en la tripa. Las rodillas temblorosas. La sombra de su barba contra mi mejilla. Nuestras salivas mezclándose. El tacto suave de su lengua. Ese momento. Solo nuestro.
Me di la vuelta en la cama y me quedé dormida.
Cuando me desperté casi había anochecido.
Axel estaba en el comedor, sentado delante de su escritorio mirando algo del trabajo a pesar de que era sábado. Estaba vestido. Teniendo en cuenta que siempre iba en ba?ador o con pantalones de chándal y alguna camiseta sencilla de algodón, me sorprendió verlo en vaqueros y con una camisa estampada y remangada hasta casi los codos.
—?Vas a salir? —pregunté con inquietud.
—Sí. —Se puso en pie—. No me esperes despierta. ?Crees que podrás apa?arte sola con la cena o necesitas que te haga algo antes de irme?
Quise preguntarle por qué se había vestido así. O, mejor dicho, para quién se había vestido así. Pero no tuve valor, porque no quería escuchar la respuesta. No podía.
Lo vi marcharse unos minutos después.
Me quedé parada en medio del salón observando aquella casa como si no llevase viviendo allí cinco meses. Contemplé los muebles un poco envejecidos, los discos de vinilo que Axel había dejado encima del baúl la noche anterior, las plantas que crecían casi salvajes, sin que nadie las podase nunca o les quitase las hojas secas…
Deseché la idea de cenar cuando logré reaccionar.
Tenía el estómago revuelto y las emociones parecían palpitar en mi cabeza pidiéndome que las dejase salir. Respiré hondo. Una y otra y otra vez más. Al final busqué por inercia lo único que sabía hacer. Cogí un lienzo en blanco, lo puse en medio del salón y me dejé llevar.
Pinté. Y sentí. Y pensé. Y seguí pintando.