El sonido de la lluvia retumbaba en las paredes.
—Creo que queda agua caliente, por si quieres darte una ducha — comentó, y luego lo vi dirigirse hacia la tabla apoyada en la pared, al lado de la puerta trasera.
—?Qué haces? ?Vas a surfear?
—Sí, no tardaré en volver.
—?No! No lo hagas…
—Venga, no pasará nada y las olas son perfectas.
—Por favor… —supliqué otra vez.
Axel me revolvió el pelo y sonrió.
—Volveré antes de que te des cuenta.
Bloqueada, lo vi salir, bajar los tres escalones del porche y alejarse caminando bajo la lluvia, directo a la playa. Quería gritarle que diese media vuelta, rogarle que no se metiese en el agua, pero tan solo me quedé allí, congelada en el sitio, con las pulsaciones aceleradas.
La lluvia repiqueteaba sobre el techo de madera que cubría la terraza cuando salí con el caballete y lo abrí en medio. Busqué entre las pinturas ansiosa, con el corazón latiéndome frenético en el pecho casi al mismo ritmo que el de las gotas de agua impactando en el suelo. Abrí los botes con las manos temblorosas, cogí un pincel y dejé de pensar.
Entonces solo sentí.
Sentí cada trazo, cada curva, cada salpicadura.
Sentí lo que estaba pintando en los dedos agarrotados, en la vulnerabilidad que me sacudía al estar preocupada por él, en el pulso impreciso y en los pensamientos caóticos.
No sé cuánto tiempo estuve delante de aquel lienzo volcando todo lo que tanto me costaba decir con palabras, pero tan solo paré de hacerlo al ver a Axel a lo lejos con la tabla en la mano, bajo la lluvia que seguía cayendo.
Subió a la terraza empapado, y dejó la tabla a un lado.
—La corriente era buena, había olas que… —Se calló al ver mi expresión—. ?Qué ocurre? ?Estás enfadada?
Quise controlarlo. Quise tragarme lo que sentía y encerrarme en mi habitación como hacía los primeros meses. No reaccionar. No desentumecerme.
Pero no pude. Sencillamente, no pude.
—Sí, joder, ?sí! —exploté—. ?No quería que te fueses! ?No quería tener que estar preguntándome si te habría ocurrido algo! ?No quería preocuparme por ti! ?Ni tener ansiedad y miedo y ganas de gritarte como lo estoy haciendo ahora!
Axel me miró sorprendido y sus ojos se llenaron de comprensión.
—Lo siento, Leah. Ni siquiera lo pensé.
—Ya me he dado cuenta —repliqué, y dejé el pincel.
?Cómo podía no haberlo visto? Me daba miedo, no, más, un pánico atroz que a las personas que quería les pasase algo. Apenas soportaba el mero hecho de pensar en ello. Allí, frente a él, me sentía enfadada y aliviada a la vez por tenerlo de vuelta.
—?Qué es eso? ?Has pintado en color?
Axel se?aló el cuadro. Era oscuro, como todos los demás, pero en un lateral había un solo punto rojo intenso, vibrante, lo único que llamaba la atención de toda la pintura.
—?Sí, porque eso eres tú! ?Un grano en el culo!
Lo dejé allí y entré en casa oyendo sus carcajadas de fondo, cada vez más lejos. Fruncí la nariz ante lo que estaba sintiendo y me llevé una mano al pecho.
Respirar…, solo tenía que respirar…
46
AXEL
Ni siquiera me había parado a pensar en el miedo que Leah pudiese sentir al decirle que iba a surfear en medio de la tormenta. Yo estaba acostumbrado.
De hecho, era uno de mis momentos preferidos; el mar agitado, la lluvia rompiendo la superficie, el caos a mi alrededor y las olas más altas de lo normal debido a las corrientes.
Pero ese punto rojo, ese grano en el culo… Bueno, casi me hacía creer que había valido la pena.
Leah no salió de la habitación hasta la hora de cenar. Preparé una ensalada y dos sopas de sobre de esas que mi madre traía cada vez que venía de visita como si quisiese ir acumulándolas por si se desataba el apocalipsis y nos quedábamos atrapados o algo así.
Seguía lloviendo, así que cenamos en el salón mientras escuchábamos el vinilo de los Beatles que giraba en el tocadiscos. Ella estuvo concentrada en su plato hasta que se lo terminó y contestó a todas mis preguntas con monosílabos.
Fregó los platos mientras yo me preparaba el té.
Una vez volvimos al sofá, cogí un papel.
—Necesitamos hacer más cosas —dije—. Como, no sé, ?qué pasa con esas piruletas de fresa? Antes te encantaban, ?no? Siempre llevabas una en la boca.
—No lo sé. Ya no —respondió.
—?Y qué te apetecería que apuntásemos en la lista? Ahora tienes carta blanca. Y es divertido, ?no? Tú y yo juntos haciendo lo primero que se te pase por la cabeza.
—Quiero bailar Let it be con los ojos cerrados.
—Es una idea genial. Hecho. —La apunté.
—Y también quiero emborracharme.
—?Quién soy yo para impedirlo? Eres mayor de edad. De acuerdo. Me gusta que estés participativa. ?Qué más podemos hacer? —Me llevé el bolígrafo a la boca—. A ver, cosas que hagan sentir, dejar de pensar…
—Un beso. —Leah me miró—. Tuyo —aclaró.
Se me subió el puto corazón a la garganta.
—Leah… —Mi voz era un susurro ronco.
—No es para tanto. Solo una emoción más…
—Eso no puede ser. Pensemos en otra cosa.
—?No eras tú el que no les daba más importancia a las cosas que la que tenían? Es solo un beso, Axel, y jamás se enterará nadie, te lo prometo.
Pero quiero…, quiero saber cómo es, qué se siente. ?Qué más te da? Si tú besas a cualquiera…
—Por eso. Porque son cualquiera.
—Está bien, olvídalo. —Suspiró dando la batalla por perdida.
Jugueteé con el bolígrafo entre los dedos.
—?A qué ha venido eso, Leah?
Ella alzó el mentón. Respiró hondo.
—Ya lo sabes, Axel. Que antes yo…, que hace a?os…
—Déjalo, no me lo digas. Ahora vuelvo.
Me levanté para ir a fumarme un cigarro.
Seguía lloviendo a cántaros cuando me apoyé en la barandilla de madera y expulsé el humo de la primera calada. La oscuridad lo envolvía todo y parecía amortiguar el ruido de la tormenta. Suspiré hondo, cansado, frotándome el mentón.