Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

Al acabar, entré para coger un bolígrafo y papel.

—Este es el plan. Vamos a hacer cosas durante este mes. Cosas nuevas. O cosas que provoquen sensaciones. El otro día pensaba en toda esa gente que vive un poco de forma autómata, sin ser muy consciente de que lo está haciendo, ?sabes a qué tipo de personas me refiero?

Leah asintió lentamente.

—Vale, pues pensaba en eso… y en si es posible que uno se olvide de ser feliz, que de pronto mire atrás y se dé cuenta una ma?ana de que lleva a?os insatisfecho, vacío.

—Puede ser, supongo.

—Estuve dándole vueltas a qué pasaría si me ocurriese. Qué cosas me harían recordar esa sensación de plenitud. Y no sé, me vinieron a la cabeza las más cotidianas, y las más raras también. Como, por ejemplo, comer espaguetis. —Ella se echó a reír y yo me quedé con ese sonido; tan vibrante, tan vivo—. Va en serio, joder, comer es un placer. Y me arrepiento de todas esas veces que me he terminado un plato casi sin saborearlo, porque creo que ahora, siendo consciente, lo disfrutaría de verdad. Deja de reírte, cari…

Me callé y suspiré, un poco molesto por no poder llamarla ya así, como antes, como siempre desde que era una ni?a.

—Comida. Tienes razón —admitió. Leah aún sonreía cuando lo apunté.

—Algo que hacías antes. Bucear, por ejemplo.

—Podría intentarlo… —dijo dubitativa.

—Claro. Lo haremos juntos un día.

—De acuerdo —respiró hondo.

—Escuchar música, respirar, pintar, bailar sin ritmo o hablar conmigo para reforzar la idea de que soy la persona más increíble que vas a conocer jamás —bromeé. Leah me dio un codazo suave—. Caminar descalza y sentir que lo haces. Ver el amanecer… —Hice una pausa—. Pero nada de todo esto sirve si tú no lo sientes, Leah.

—Lo entiendo…

—Pero…

—Va a ser difícil.

—Dime qué es lo que más miedo te da.

—No lo sé.

Le sostuve la barbilla entre los dedos para obligarla a mirarme, porque empezaba a conocer esas capas nuevas que cubrían las que ya había antes; sabía cuándo mentía, cuándo se le disparaban las pulsaciones y se ahogaba un poco.

—No te escondas de mí. No hagas eso, por favor.

—?Y si no funciona? ?Y si no puedo volver a ser feliz y me quedo toda la vida así, tan vacía, tan adormecida? No me gusta, pero tampoco la idea de lo contrario, de seguir como si nada hubiese pasado, porque ha pasado, me ha pasado a mí por encima, Axel, y sigue ahí, pero soy incapaz de prestarle atención porque entonces me duele. Me duele demasiado, no puedo controlarlo. Y eso hace que me sienta mal, culpable por ser tan débil, por no poder aceptarlo como otras personas aceptan cosas peores, más jodidas aún; entonces, todo es un bucle y camino en círculos y no encuentro la manera de salir, de… respirar.

—Joder, Leah.

—Me pediste que fuese sincera.

No lloró, pero fue peor. Porque la vi llorar por dentro, mordiéndose el labio inferior, aguantando, aguantando…

—Víveme a mí —susurré sin pensar.

—?Qué? —parpadeó aún temblando.

—Eso. Víveme. Déjate arrastrar. Vamos.

Le tendí la mano. Leah la aceptó. Tiré de ella.





43



LEAH

—Hagamos algo de la lista. Caminar descalzos.

—Es de noche —apunté todavía confundida.

—?Qué más da eso? Venga, Leah.

Enmudecí al ver que Axel no me soltó de la mano mientras dejábamos atrás los escalones del porche y caminábamos por el sendero. En teoría, debería haber estado concentrada tan solo en las peque?as piedrecitas que notaba en la planta de los pies o en el tacto delicado de la hierba cuando avanzamos un poco más, pero en la práctica no podía ignorar su mano, sus dedos, su piel. Me dio un vuelco el corazón, como si dentro del pecho no tuviese suficiente espacio, como si se agitase pese a estar gritándole que no lo hiciese.

—Dime qué estás sintiendo —susurró Axel.

?Te estoy sintiendo a ti?, quise responder.

—No lo sé…

—?Cómo no vas a saberlo? Leah, no pienses. Solo intenta concentrarte en este momento.

Caminábamos despacio. él un poco más adelantado y tirando de mí con suavidad, sin soltar mi mano.

??Qué estaba sintiendo??

Sus dedos; largos, cálidos. El suelo alfombrado de hierba húmeda que me hacía cosquillas en los pies. Su piel contra la mía, rozándose a cada paso. Un tramo del sendero más áspero, más seco. Su u?a suave bajo la yema de mi pulgar. Y al final, la arena. Arena por todas partes, los talones hundiéndose en la superficie templada.

Solo entonces comprendí lo que Axel pretendía. Durante esos minutos que duró el paseo, lo había sentido todo. Pero estando allí. Había sentido desde la realidad de ese momento, no a través de la ventanilla rota de un coche que se había salido de la calzada.

Me senté en la arena. Axel también.

El sonido del mar nos arropó y se quedó con nosotros durante un rato, hasta que él suspiró y comenzó a juguetear distraído con la arena.

—Cuéntame algo que no le hayas dicho a nadie más.

?Un día te dije que te quería, pero tú solo escuchaste “todos vivimos en un submarino amarillo”.?

El recuerdo me azotó como si llevase a?os adormecido y de repente intentase abrirse paso aferrándose a paredes llenas de instantes que había creído olvidar. Y a veces, al encontrar cajas cubiertas de polvo, descubrimos fotografías que siguen despertando sentimientos, esa piedra con forma de corazón que un día lo significó todo, esa notita arrugada tan especial, esa canción que siempre sería ?la nuestra? a pesar de que él no lo supiese.

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