—Culpable. Pero era un imbécil, se lo merecía. Fue una especie de acción poética en nombre de todos mis compa?eros y de los futuros becarios que pasasen por allí. Deberían haberme creado un club de fans o algo así.
—Sí, eso te faltaba. Pide otra —alzó la copa vacía.
—?Soy tu puto esclavo o qué? Te invito a cenar, te hago de ni?era gratis, aguanto tus lloriqueos…
El camarero pasó cerca de nuestra mesa y Oliver le pidió dos más mientras se reía.
—?Sabes? Tampoco está tan mal el curro. Quiero decir, es una mierda porque no va conmigo, pero, bueno, uno se acostumbra y los compa?eros son majos; los viernes solemos ir a tomar una copa al salir.
—?Estás intentando sustituirme?
—?Otro como tú? No, ni cobrando.
Di un trago y lo saboreé estirando las piernas.
—Oye, ?tú no tenías un lío de faldas? ?Cómo se llama?
—Bega. —Era un nombre aborigen.
—?Y qué pasa con ella? —insistí.
—Nada. Que me la tiro. A veces. En el despacho.
—?Te has liado con una compa?era?
—Me he liado con mi jefa.
Tardé un minuto en darme cuenta de que, para él, ese peque?o desliz era un respiro, algo fuera de control a lo que aferrarse en medio de esa vida que nunca había deseado. Esa necesidad de rebelarse en algo para sentir que no se estaba perdiendo entre responsabilidades y horarios.
—?Y vale la pena?
—No estoy seguro.
—Vaya. —Di un trago.
—Ella me gusta, aunque es complicada y vive solo para trabajar. Pero lo que tenemos es todo lo que hay. Yo tengo cosas importantes de las que ocuparme, no puedo arriesgar eso. Tampoco sé si querría hacerlo. Nosotros no somos así, ?verdad, Axel?
—?A qué te refieres?
—El compromiso. Las ataduras.
—No lo sé.
Tras dar muchas vueltas, había llegado a la conclusión de que no sabía la mayoría de las cosas, sobre todo las que todavía no habían ocurrido. Me había dado cuenta justo por lo contrario, por aferrarme durante a?os a lo que sí creía saber, como que terminaría pintando o que nunca les ocurriría nada a las personas que formaban parte de mi vida, de mi familia. Y me había equivocado. Así que ya no daba nada por sentado.
—Supongo que yo tampoco —admitió.
—La idea es que Leah vaya a la universidad, ?no?
—?Y qué quieres decir con eso? —preguntó.
—Hablo de ti. De qué harás entonces. De que esta responsabilidad que tienes ahora no será para siempre. Sé que están los gastos de la universidad y del apartamento, pero no será lo mismo. Podrás retomar un poco tu vida.
Y si ella vuelve a pintar…
—No volverá a hacerlo —se adelantó Oliver.
—Si ocurre… —seguí mientras recordaba la promesa que le hice a Douglas una noche cualquiera tumbado en la terraza de mi casa—, entonces yo la ayudaré a abrirse camino.
Oliver se terminó la copa.
—No pasará. ?Acaso no lo ves? Es otra persona.
—Ya lo está haciendo —dije en voz baja y, por alguna razón, me sentí extra?o al confesar aquello, como si estuviese traicionándola a ella, su confianza, nuestro vínculo. Pero, joder, era su hermano y estaba preocupado.
—?Lo estás diciendo en serio?
—Sí. Poco. Y sin colores.
Oliver se quedó pensativo.
—?Por qué no me lo ha dicho?
Ah, la pregunta que yo no quería escuchar.
—Puede que estés demasiado cerca. ?Por qué hay gente que es capaz de abrirse y hablar con un psicólogo de cosas que no le cuenta ni a su familia? Supongo que a veces estar tan unido a alguien complica las cosas.
Y creo…, creo que ella se siente culpable contigo, por tantos cambios…
Se quedó con la vista fija en el vaso ya vacío e ignorando la música animada que sonaba a nuestro alrededor.
—Cuídala, ?vale? Como si fuese tu hermana.
Sentí una presión desconocida en el pecho.
—Lo haré, te lo prometo. —Me puse en pie—. Venga, vamos a divertirnos.
41
LEAH
Me froté los ojos y me senté en un taburete al lado de Oliver, delante de la barra de la cocina en la que solíamos desayunar. Bebí un poco de zumo de naranja.
—Leah, sabes que te quiero, ?verdad?
Lo miré. Sorprendida. Cohibida. Asustada.
—Eres la persona más importante de mi vida. Da igual lo que me pidas, siempre te diré que sí. Ahora estamos solos, tú y yo, mano a mano, pero encontraremos la manera de salir adelante y de mantenernos unidos.
Quiero que confíes en mí, ?de acuerdo? Y si en algún momento te apetece hablar, da igual la hora que sea o si estoy en Sídney, llámame. Yo estaré al otro lado esperando.
Respiré, respiré, respiré más fuerte…
JUNIO
(INVIERNO)
42
AXEL
—?Qué tal la condicional? ?Te has divertido? —pregunté en cuanto Oliver se marchó. Seguí a Leah hasta su habitación y me crucé de brazos mientras ella dejaba la maleta al lado del armario—. ?Qué te ocurre?
Leah me miró con inquietud.
—Quiero que me ayudes.
El corazón me latió fuerte.
—Estoy en ello. Confía en mí.
—Gracias. —Apartó la mirada—. Voy a guardar la ropa.
Advertí cómo se limpiaba el sudor de las palmas de las manos en los vaqueros, los nervios que la sacudían, la rigidez de sus hombros.
—?Qué te apetece cenar? ?Los presos no tienen en las cárceles un día especial en el que pueden elegir el menú o algo así?
Ella sonrió un poco y la tensión se disipó.
—Vamos, elige a la carta, aprovecha.
—?Entre brócoli o acelgas? Hum.
—?Lasa?a vegetal? Con mucho queso.
—Hecho —dijo, y abrió la maleta.
Puse el tocadiscos y la música llenó cada rincón de la casa mientras empezaba a cortar las verduras en trozos peque?os. Pensé en ese ?quiero que me ayudes? que casi había sido una súplica, en la valentía y el miedo entremezclados hasta el punto de que no sabía dónde empezaba un sentimiento y terminaba otro.
—?Te ayudo en algo?
—Sí, saca la bandeja.
Terminamos haciéndola entre los dos, aunque no estaba seguro de que fuese una lasa?a como tal, pero sí un revuelto de verduras, pasta y una ingente cantidad de queso. Mientras se gratinaba, limpiamos la cocina y fregamos los platos; yo enjabonaba y ella los escurría.
Cenamos en la terraza en silencio.