Oliver supo que me guardaba lo que estuviese pensando, pero no insistió más antes de ayudarme a abrir el equipaje y a colgar mis prendas en el armario. Pasamos toda la tarde juntos y, cuando mi hermano tuvo que marcharse, sentí un agujero en el estómago que se iba haciendo cada vez más y más grande. Me daba miedo estar sola. Me daba miedo tropezar, caerme y no tener a nadie cerca que pudiese ayudarme a levantarme. Me daba miedo qué ocurriría cuando tan solo quedásemos yo y mis pensamientos, todo lo que encontraría en cuanto removiese un poco y decidiese afrontar lo que sentía, porque las emociones parecían empujar y empujar para salir.
Aún faltaba más de un mes para que empezasen las clases en la universidad, pero Oliver tenía que regresar al trabajo y había pensado que sería bueno para mí aclimatarme antes a la ciudad y a la gente con la que compartiría residencia.
Me miró, abrió los brazos y yo me lancé hacia él.
—Llámame cada vez que quieras, no importa la hora que sea —dijo, y yo asentí con la cabeza contra su pecho—. Come bien, Leah. Cuídate, ?vale? Y recuerda que, si en algún momento me necesitas, solo tienes que decírmelo y cogeré el primer avión, ?de acuerdo? Ya verás, vas a estar bien.
Esto será bueno para ti. Como empezar de cero. —Me apartó de él para poder mirarme y me dio un beso en la frente—. Te quiero, enana.
—Yo también te quiero.
Oliver siempre había odiado las despedidas. En cambio, yo me asomé a la ventana y lo miré mientras se ponía las gafas de sol y entraba en el coche. Arrancó, giró y se perdió entre las calles de Brisbane.
Me di la vuelta y me enfrenté a la chica que me devolvía la mirada a través del espejo alargado con un marco de madera artesanal. éramos la misma. Ya no había chubasqueros agujereados en ninguna de las dos. Creí que sería buena idea recordármelo cada ma?ana, empezar el día sonriéndome a mí misma. O intentándolo, al menos. ?Vas a estar bien —me repetí—, vas a estarlo.? Porque en un corazón no podía llover eternamente, ?no? Cogí los auriculares, me tumbé en la cama y cerré los ojos tras meterme una piruleta de fresa en la boca mientras un disco cualquiera de los Beatles me envolvía en la familiaridad de las voces y las notas. Reprimí las ganas de llorar.
Y pensé…, pensé en las cosas que antes eran y ya no…
?Todo puede cambiar en un instante.? Había escuchado esa frase muchas veces a lo largo de mi vida, pero nunca me había parado a masticarla, a saborear el significado que esas palabras pueden dejar en la lengua cuando las desmenuzas y las sientes como propias. Esa sensación amarga que acompa?a a todos los ?y si…? que se desperezan cuando ocurre algo malo y te preguntas si podrías haberlo evitado, porque la diferencia entre pasar de tenerlo todo a no tener nada a veces es tan solo de un segundo. Solo uno. Como entonces, cuando ese coche invadió el carril contrario. O como ahora, cuando él decidió que no tenía nada por lo que luchar y los trazos negros y grises terminaron por volver a engullir el color que unos meses antes flotaba a mi alrededor.
Porque, en ese segundo, él giró a la derecha.
Yo quise seguirlo, pero tropecé con una barrera.
Y supe que solo podía avanzar hacia la izquierda.
FIN
CONTINUARá…
Así empieza la continuación de Todo lo que nunca fuimos
?Me asustaba que la línea que separaba el odio del amor fuese tan fina y estrecha, hasta el punto de poder ir de un extremo al otro de un solo salto.
Yo lo quería…, lo quería con la tripa, con la mirada, con el corazón; todo mi cuerpo reaccionaba cuando él estaba cerca. Pero otra parte de mí también lo odiaba. Lo odiaba con los recuerdos, con las palabras nunca dichas, con el rencor, con ese perdón que era incapaz de ofrecerle con las manos abiertas por mucho que desease hacerlo. Al mirarlo, veía el negro, el rojo, un púrpura latente; las emociones desbordándose. Y sentir algo tan caótico por él me hacía da?o, porque Axel era una parte de mí. Siempre iba a serlo. Pese a todo?.
Todo lo que somos juntos