Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—Tengo que verlo. Por favor.

Se frotó la cara y le echó un vistazo al reloj que había en una estantería.

—Es una idea terrible.

—No tardaré, lo prometo.

—Dos horas. Si dentro de dos horas no estás aquí, iré a buscarte.

Le di las gracias con la mirada, porque era la única persona que parecía entendernos. Salí, dejé atrás la valla de la casa y vi el coche rojo que estaba aparcado al lado. Kevin estaba delante del volante, al lado de Blair.

Subí en el asiento de atrás y la abracé a ella como pude mientras él arrancaba para llevarme a esa casa en la que había vivido durante los últimos ocho meses y que, de repente, me resultaba lejana, como si hiciese siglos que no la pisara.

—Gracias por esto —susurré.

Blair alargó una mano hacia atrás para coger la mía. La apreté entre mis dedos, como en los viejos tiempos, como si estuviésemos haciendo una nueva locura en mitad de la noche. Me entraron ganas de reír, más por los nervios que me encogían la tripa que por otra cosa. Respiré hondo cuando Kevin frenó delante.

—No tengas prisa. Te estaremos esperando.

Me despedí de ellos y rodeé la casa para entrar por la terraza de atrás.

Lo vi antes de recorrer el camino hasta el porche. Cuando pude distinguir sus ojos en los míos, me puse tensa, porque no era la mirada que recordaba de los últimos días que habíamos pasado juntos; era otra, más fría, más distante y más turbia. Avancé hasta subir los escalones. Axel estaba apoyado en la barandilla y tenía un cigarrillo entre los dedos que apagó antes de alzar la vista y recorrerme con lentitud de los pies a la cabeza. Me estremecí.





107



AXEL

Leah dudó, pero un segundo después echó a correr hacia mí y me abrazó, aferrándose a mi cuerpo, matándome un poco por dentro. Cerré los ojos y respiré hondo, pero fue un error, porque solo conseguí que su olor me envolviese. Hice el esfuerzo de mi vida cuando la sujeté por los hombros y la aparté con suavidad.

—?Qué pasa? ?Por qué no contestas al teléfono?

Me froté el mentón. Joder, no sabía qué decir, no sabía cómo manejar aquello y lo único que podía hacer era evitar mirarla, concentrarme en cualquier otro punto de la terraza, porque la idea de que aquel fuese nuestro último recuerdo juntos me resultó triste y feo, como ensuciar todo lo demás.

—Axel, ?por qué no me miras?

??Porque no puedo!?, quise gritar, pero sabía que no podría huir; lo había intentado, eso sí, como con las cosas que eran demasiado, como si una parte de mí se dedicase a desoír todos esos consejos que sí podía dar a los demás. Por fin levanté la vista. Y estaba tan preciosa… Enfadada, pero llena de emociones que parecían desbordarse en sus ojos; temblando, pero parada delante de mí sin dar un paso atrás. Valiente.

—Lo siento —susurré.

—No, no, no…

Bajé la mirada. Ella posó las manos en mi mandíbula y la levantó. Si en algún trance de mi vida se me rompió el corazón, definitivamente fue en ese, en el instante en el que Leah deslizó la punta de los dedos por los moratones que tenía en el pómulo derecho y por la herida del labio. Cerré los ojos. Y volví a cagarla. Dejé que se pusiese de puntillas y que su boca cubriese la mía en un beso trémulo y lleno de miedo. Gru?í cuando se apretó contra mí. Sus caderas pegadas a las mías. Sus brazos rodeándome el cuello. Su lengua con sabor a fresa y todo lo que había simbolizado en mi vida: romper la rutina, abrirme a otra persona, el color intenso y vibrante, las noches bajo las estrellas y los momentos que habíamos vivido en aquella casa y que ya serían solo nuestros para siempre…

—Leah, espera —la aparté despacio.

Joder. No quería hacerle da?o. No quería…

—Deja de mirarme así. Deja de mirarme como si esto fuese una despedida. ?Acaso no me quieres? Me dijiste…, dijiste que todos vivimos en un submarino amarillo… —Se le quebró la voz y yo me mordí el labio conteniéndome.

—Claro que te quiero, pero no puede ser.

—No hablas en serio. —Se llevó una mano a la boca y la vi borrar el beso que acabábamos de darnos, llevándoselo entre los dedos.

Me acerqué a ella; cada centímetro que separaba su cuerpo del mío me parecía una jodida tortura, y cuando pensé en lo lejos que íbamos a estar a partir de entonces, deseé abrazarla hasta que me pidiese que la soltase.

Lo habría hecho en otra vida, en otro momento…

—Escúchame, Leah. Yo no quiero ser la persona que te separe de tu hermano, porque te conozco y sé que terminarás arrepintiéndote de algo así.

—Eso no ocurrirá. Lo solucionaré con él, solo necesito tiempo, Axel.

Seguí, porque tenía que hacerlo; seguir y seguir.

—Y eres joven, vas a ir a la universidad y deberías disfrutar de esa época sin ataduras, sin mí, sin toda esta jodida situación. —Me estaba ahogando al ver cómo sus ojos se humedecían—. Crece y vive, como yo lo hice en su momento. Conoce a chicos, diviértete y sé feliz, cari?o. Yo no puedo darte todo eso.

—?Estás insinuando que salga con otras personas? —Me sostuvo la mirada, temblando y llorando, con una mueca de incredulidad.

Y yo…, bueno, yo quise morirme, porque la sola idea de pensar en otros labios acariciando los suyos, en otras manos tocándola…

—Axel, dime que no lo dices en serio. Dime que ha sido un error y empezaremos desde cero. Vamos, mírame, por favor.

Di un paso atrás cuando intentó tocarme.

—Es lo que quería decir, Leah. Es justo eso.

Se llevó una mano al pecho. Tenía las mejillas llenas de lágrimas y esa vez yo no podía limpiárselas. Me había acostumbrado tanto durante aquellos meses a sostenerla en su dolor, a ayudarla a canalizarlo, a afrontarlo, a calmarlo…, y ahora era yo quien lo creaba.

—?Por qué estás haciendo todo esto?

—Porque te quiero, aunque no lo entiendas.

—?Pues no me quieras así! —gritó enfadada.

Nos miramos en silencio unos segundos.

—Yo seguiré estando aquí —susurré.

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