Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—Así que voy a quedarme toda la vida con la duda de cómo soy a través de tus ojos, de cómo me dibujarían tus manos… —susurró mientras me abrazaba.

Y yo no pude contestar, porque tenía un nudo en la garganta y sus palabras despertaron un cosquilleo que creía olvidado. Lo enterré. No muy hondo, simplemente lo dejé ahí. Solo eso.

—Espera. Ya lo sé. ?Tengo una idea! —Me dedicó una sonrisa inmensa.

Media hora después estábamos dentro del coche discutiendo los detalles. Cuando Leah lo tuvo claro, bajamos y caminamos hasta el local de tatuajes que hacía esquina al final de la calle. Yo me encargué de explicarle los detalles al chico que estaba tras el mostrador leyendo una revista. Nos dio el visto bueno y entramos al estudio.

El tipo me tendió el rotulador. Me acerqué despacio a Leah mientras ella se levantaba la camiseta y dejaba a la vista el borde del pecho y todo el lateral. Respiré hondo. Me senté delante y deslicé los dedos por la piel que cubría las costillas y el lado derecho del torso.

—Hazlo sin pensar, Axel.

—Es para toda la vida…

—No me importa si es tu letra.

Contuve el aliento mientras la rozaba con la punta del rotulador y a ella se le erizaba la piel en respuesta. Lo deslicé con suavidad hacia arriba y luego abajo y otra vez arriba conforme iba trazando cada sílaba y cada vocal, solo para ella.

Me aparté al terminar. Lo leí:

? Let it be. Deja que ocurra.?

La canción que bailamos en la terraza la primera noche que la besé. La noche en la que todo empezó a cambiar entre nosotros.

—?Te gusta? —pregunté.

—Es perfecto.

El chico terminó de preparar el material y se acercó. Después contemplé ensimismado cómo mis letras se iban grabando en su piel, cómo cada trazo y cada rastro de tinta parecía unirnos para siempre en un recuerdo que era solo nuestro.





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AXEL

Era el penúltimo sábado de octubre cuando entré en casa de mis padres con su regalo de aniversario en la mano. No iban a celebrarlo hasta el siguiente viernes, cuando Oliver estuviese de vuelta y fuésemos todos a cenar a casa de Justin y Emily, que se habían empe?ado en organizarlo para que mamá no cocinase ese día. Así que sí, allí estaba yo, a las seis de la tarde llamando al timbre.

Mi padre abrió la puerta y me abrazó.

—?Cómo va eso, chaval? Tienes buen aspecto.

—Tú también. Eh, me gusta ese colgante.

—Es un árbol cabalístico —sonrió orgulloso.

Lo acompa?é dentro. Mamá salió a saludarme y me preguntó si quería tomar algo; cuando contesté que no, frunció el ce?o.

—?Nada? ?Ni un poco de té?

—No. Estoy bien así.

—?Tampoco zumo de naranja?

Puse los ojos en blanco y suspiré.

—Está bien, ponme uno de esos.

—Sabía que te apetecía —me gui?ó un ojo.

Mi padre se sentó en su sillón y me preguntó por los últimos encargos que había tenido. Mamá me tendió el zumo unos minutos después y se sentó con las manos cruzadas sobre las piernas y una mirada de curiosidad.

—No quiero ser grosera, cielo, pero ?a qué has venido? Me preocupas.

—?Por qué todo lo asocias a algo malo?

—Créeme, cada vez que me llamaban de tu instituto rezaba para que fuese por una buena razón, una medalla deportiva o un sobresaliente inesperado, yo qué sé, pero nunca ocurrió. Me di cuenta de que solo acertaba pensando mal. Sabes que te adoro, mi vida, pero…

—Joder, eso fue como hace una eternidad.

—?Esa boca!

—Solo quería traeros vuestro regalo de aniversario.

Me levanté para sacar el sobre algo doblado del bolsillo del pantalón.

A mi madre le tembló el labio inferior cuando se lo tendí. Esperé nervioso mientras lo abría, intentando descifrar su expresión, pero era casi imposible porque estaba emocionada y sorprendida, pero también asustada y con el rostro tenso.

—Un viaje a Roma… —Alzó la mirada hacia mí—. ?Nos has regalado un viaje a Roma?

—Sí —me encogí de hombros.

—Pero eso… es mucho dinero…

—Era tu sue?o, ?no?

Mi padre me miró agradecido.

—No sé…, no sé si podemos hacerlo… —Mamá dejó los billetes de avión sobre su regazo y se llevó la mano a los labios—. Está la cafetería y… cosas, tengo el concurso de tartas…

Papá respiró hondo y vi la determinación en sus ojos cuando se volvió hacia ella y le sostuvo el rostro por las mejillas. Quise levantarme y marcharme, dejarles aquel momento íntimo solo para ellos, pero era incapaz de moverme.

—Amor, mírame. Vamos a irnos. Y va a ser el primero de muchos otros viajes. Abriremos la cuenta de ahorros, subiremos a ese avión y empezaremos una nueva etapa, ?me estás escuchando? Ya es hora de seguir, Georgia.

Ella asintió despacio, casi como una ni?a peque?a. A veces las emociones y la forma de asimilarlas tienen poco que ver con la edad. Pensé en eso y en las diferentes maneras que cada uno de nosotros tenemos de aceptar un mismo hecho, la pérdida. Supongo que, de algún modo, la vida consiste en intentar saltar los baches que aparecen y pasar el menor tiempo posible tirado en el suelo sin saber cómo levantarte.

Me puse en pie. Mis padres insistieron en que me quedase un poco más, pero me despedí con un beso tras decirles que nos veríamos el viernes por la noche, porque sabía que necesitaban estar a solas, y yo… quería volver con ella.

Quizá porque la echaba de menos. Quizá porque me había acostumbrado demasiado a compartir cada instante a su lado. Quizá porque sabía que en unos días todo podía cambiar.





101



AXEL

Entré en casa por la puerta de atrás y vi la tabla de Leah en la terraza.

Sonreí ante la idea de que ella misma hubiese sentido la necesidad de perderse un rato entre las olas sin mí. La vi a través de la puerta. Estaba de espaldas, arrodillada en el suelo delante de un lienzo enorme y de una paleta llena de pegotes frescos de pintura. Todavía llevaba solo encima el bikini y desde allí tenía una vista espectacular de su trasero.

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