Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—?Y por qué no? —Me miró desafiante.

—Porque no lo has hecho en dos décadas, por ejemplo.

—Nunca es tarde. El otro día escuché a Emily decir que le parecían atractivos los turistas surfistas. Creo que estaba hablando por teléfono con una amiga. El caso es que no puedo sacármelo de la cabeza. últimamente lo hacemos menos porque es imposible con los críos y, mírame, me está saliendo barriga y calculo que en cinco a?os dejaré de tener pelo, siendo optimista.

Me eché a reír. él me dio un pu?etazo en el hombro.

—Eres un jodido afortunado. Déjate de tonterías. ?Qué tiene que ver que le parezcan atractivos los turistas con lo que tenéis vosotros? Son cosas distintas, Justin. Y tienes la maldita suerte de tener una mujer que te adora y que, además, es divertida, lista y muy follable.

—Deja de hablar así de Emily.

—Quítate el palo del culo.

Justin se quedó un poco parado al encontrarse a Leah en la cocina preparando el café. Ella lo saludó sonriente.

—?Quieres una taza?

—Gracias, pero no, ya me iba.

Nos miró a los dos como si intentase encajarnos juntos por primera vez, y luego resopló, se despidió y salió. Dejé escapar el aire que había estado conteniendo mientras me acercaba hasta Leah. La abracé por detrás.

Le besé la nuca.

—Tenemos que hablar, cari?o.





96



LEAH

Acordamos que se lo diríamos a Oliver antes del primer día de noviembre.

A mí me habría gustado poder hacerlo yo, porque me sentía preparada, fuerte y segura de mí misma, me sentía llena de color y una parte de mí quería compartir aquello con mi hermano. Axel sonrió al escucharme y negó con la cabeza. Me dio un beso en la comisura de la boca. Me aseguró que tenía que encargarse él, que era su amigo, que lo quería…, y yo lo respeté. Luego me pidió un último favor, algo que llevaba meses retrasando y que teníamos que hacer antes. Me lo explicó despacio, hablando bajito, con tiento. Sé que temía mi respuesta. Sé que le daba miedo que me echase a llorar y que me encerrase en mí misma, pero cuando lo escuché, solo sentí un cosquilleo incómodo en la tripa seguido de curiosidad. Y luego…, necesidad.





97



LEAH

Contemplé los colores borrosos que dejábamos atrás mientras avanzábamos por la carretera. Hacía sol y no había nubes. Giré la cabeza para mirar el perfil de Axel y quise memorizar aquella imagen: él conduciendo relajado con un brazo apoyado en la ventanilla, la diminuta cicatriz que le cruzaba la ceja izquierda y que se había hecho a los dieciséis a?os al darse un golpe con el borde de la tabla de surf, su mandíbula recién afeitada esa misma ma?ana, cuando yo había insistido en pasarle la cuchilla por las partes que se había dejado mal y un poco a medias, porque era así de dejado para todo…

él alargó una mano y la posó sobre mi rodilla. Yo estaba muy nerviosa.

—Recuerda que no tienes por qué hacer esto, Leah, solo si tú quieres.

Si en algún momento te echas atrás, solo dímelo y daré media vuelta de inmediato y haremos cualquier otra cosa, como pasar el día por ahí o comer en la playa. Yo solo quería darte todas las opciones.

—Ya lo sé. Pero quiero seguir adelante.

No calculé cuánto tiempo estuvimos dentro del coche, porque mis pensamientos estaban en otro lugar lleno de recuerdos a los que les estaba quitando el polvo lentamente. Quizá fue una hora. Quizá fueron dos.

Cuando paramos en medio de una urbanización llena de casitas pintadas de blanco, el nudo que tenía en la garganta apenas me dejaba respirar.

él me tendió la mano. Yo la cogí.

—?Estás lista? —preguntó inquieto.

—Creo que nunca lo estaré —admití—, así que será mejor hacerlo cuanto antes.

Abrí la puerta del coche y salí. La humedad impregnaba el ambiente y tan solo se oía el cantar de los pájaros y el susurro de las ramas de los árboles que el viento sacudía. En aquel lugar se respiraba tranquilidad. Fijé la mirada en el buzón con el número 13 y luego contemplé la vivienda de dos plantas, la valla blanca que la rodeaba y el peque?o jardín alfombrado de césped en el que descansaban algunos juguetes.

Avancé por el camino de la entrada. Axel me siguió.

Llamé al timbre. Se me encogió el estómago cuando ella abrió la puerta. Era una mujer joven de unos cuarenta a?os, tenía la mirada dulce y la tez pálida con las mejillas un poco hundidas. La tensión se arremolinó a nuestro alrededor.

—Os estaba esperando. Pasad.

Vi que le temblaba la mano cuando la apoyó en el marco de la puerta.

Me costó pronunciar las palabras, pero sabía que necesitaba hacer aquello sola, por mí misma, porque él había estado a mi lado desde el principio ayudándome a levantarme, a seguir, a hacerme más fuerte. Intenté controlar la angustia.

—No hace falta…, no entres… —susurré.

Axel pareció sorprenderse, pero dio un paso atrás y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—Tranquila, estaré esperándote. No tengas prisa.

Seguí a la mujer dentro de la casa y el corazón me latió más fuerte cuando cerró la puerta. Contemplé el salón, las fotografías enmarcadas en las que sonreían dos ni?os que tenían los dientes un poco separados, los dibujos colgados en las paredes y el sofá de aspecto cómodo y familiar en el que terminé sentándome.

Ella me preguntó si quería tomar algo y, cuando negué con la cabeza, se acomodó en una silla delante de mí. Se frotó las manos.

—Estoy un poco nerviosa… —comenzó a decir.

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