Luego dimos un paseo por la playa y terminamos delante de Cavvanbah casi sin darnos cuenta. Saludé un poco incómodo a mis amigos, que enseguida cayeron en la cuenta de que Leah era la hermana de Oliver y le dieron conversación para hacerle sitio. Yo dejé de estar tan tenso alrededor de la tercera copa.
—No vas a irte de aquí sin explicarnos cómo consigues vivir con él sin desear lanzarte al río con los bolsillos llenos de piedras. —Tom ya estaba borracho a esas horas.
—También tiene sus cosas buenas. —Leah me miró de reojo.
—No jodas. Esas no las conocemos aún —se rio Gavin.
—Bueno, no cocina mal —respondió con una sonrisa.
—?Y se pone delantal y todo? —bromeó Jake, y le di un codazo fuerte.
—Sí, uno rosita, de Hello Kitty. —Leah se echó a reír.
Se había bebido dos cervezas y parecía igual de achispada que yo. Me terminé mi copa de un trago mientras Madison venía hacia la mesa. Sus ojos se clavaron en Leah, y yo me removí inquieto al recordar el día que nos había visto delante de la galería de arte, dentro del coche. No había sido nada, ?no? Solo un roce en la comisura de su boca, solo un gesto cari?oso…
—?Os pongo algo más?
—Otra cerveza —pidió Leah.
—Casi que no —la corté—. Ya la cuenta.
Madison se lamió el labio inferior y me miró.
—?Te espero cuando acabe el turno?
Quizá fue solo mi percepción, pero el silencio que inundó la mesa fue denso, y podía leer el entendimiento en la mirada de Leah. Recé para que no fuese tan transparente a los ojos de los demás.
—No, nos vamos ya —aclaré.
Madison le echó otro vistazo a Leah cuando trajo la cuenta, y se perdió entre las mesas. Yo invité a esa última ronda, nos despedimos de mis amigos y enfilamos el sendero hacia mi casa bordeando la costa y adentrándonos en la vegetación tropical. Cogí a Leah de la mano cuando nos alejamos un poco. Estaba distante, muy callada, muy pensativa.
—Eh, ?qué te ocurre?
—Nada. Es solo… —Negó con la cabeza—. Olvídalo.
Me paré a un lado del camino cuando ya se veía mi casa al fondo. La retuve sujetándola por las caderas con suavidad. Solo se oían los grillos cantando alrededor.
—Dime las cosas. Nunca te calles nada conmigo.
—Es que… ha sido incómodo. Verte con ella.
—Solo es una amiga —repliqué.
—A la que te tirabas —adivinó.
—Exacto. Solo follábamos. No había nada más.
—Lo nuestro es distinto… —reafirmó.
—Muy distinto. —Me incliné y la besé.
Recorrí sus labios con la lengua despacio, arrancándole un jadeo, y luego deslicé las manos por debajo de su falda y jugueteé con el borde de su ropa interior hasta apartar la tela y notar la humedad en los dedos, en mi piel. Me daba igual que estuviésemos en medio de la nada, allí no había nadie. Solo oscuridad. Solo nosotros. Hundí un dedo en ella con suavidad y Leah se arqueó, apoyándose en mi pecho. Le rodeé la cintura.
—Mírame, cari?o. Contigo siempre es más, mucho más. Diferente.
Otra forma de vivir algo que pensaba que ya conocía. Otro todo. ?No lo sientes así? —susurré y, cuando asintió y dejó escapar un suspiro, sentí el impulso de mover los dedos más rápido, más profundo; quería marcarla con las manos, dibujarla; a ella, al placer, los dos conceptos juntos—. Vamos a casa…
Avanzamos a trompicones por el camino hasta llegar a la puerta. Cerré con un golpe seco mientras Leah me desabrochaba los botones de la camisa y apartaba la tela por los hombros. Le quité a ella la camiseta y la dejé caer en mitad del salón antes de bajarle la falda de un tirón. Nos besamos mientras caminábamos hacia la habitación tropezando, abrazándonos, jadeando con ella colgada de mi cuello y pegada a mi pecho.
—?Qué co?o has hecho conmigo? —susurré.
Porque era la pregunta que me rondaba a todas horas la cabeza. En qué instante exacto había perdido la razón por ella, qué frase o qué gesto fue determinante, en qué momento empecé a ser un poco suyo, aunque yo jamás admitiría algo así en voz alta por jodido orgullo.
—Quiero dártelo todo —me miró temblorosa.
—Ya lo haces.
Cuando nuestros labios se buscaron con más fiereza, se arrodilló delante de mí. Contuve el aliento. Me acogió en su boca y yo pensé que me moriría. Respiré hondo, despacio, casi al ritmo de sus movimientos, que al principio fueron lentos, más suaves, y luego se volvieron intensos.
Jodidamente intensos. Hundí los dedos en su pelo. Y hostia. Sus labios. Su lengua. Iba a volverme loco. Intenté controlarlo, retrasar el momento un poco más, pero un escalofrío de placer me atravesó cuando clavó sus ojos en los míos sin dejar de acariciarme con la boca.
—Cari?o… Me voy a correr…
Fui a apartarme, pero ella siguió. Apoyé las manos en la pared de delante y dejé escapar un gemido ronco cuando me vacié entre sus labios.
Fue arrollador. De otro puto planeta o algo así. Cerré los ojos y tomé una bocanada de aire, temblando como un crío. Esperé hasta que ella volvió del cuarto de ba?o un minuto después y entonces la sujeté por las mejillas y la besé una y otra y otra vez. Leah se echó a reír abrazándome.
—Vaya, te ha debido de gustar.
—No es eso…
La cogí en brazos y la llevé hasta la cama.
—Entonces, ?qué es?
—Amor —susurré.
Yo sabía lo que era el deseo, el placer, las ganas de alcanzar el clímax.
Pero hasta que ella llegó a mi vida no había sabido nada del amor, de la necesidad de satisfacer a la otra persona, de dárselo todo, de pensar antes en el otro que en uno mismo.
—Axel, ?qué es lo que piensas del amor? —preguntó tumbada entre las sábanas blancas.
—No lo sé. No pienso nada concreto.
—Tú siempre tienes respuesta para todo.
—Supongo que pienso en ti.
—Eso no vale.
—Pues es la única verdad que tengo. Solo sé que me pasaría toda una vida así. Hablando contigo. Follando contigo. So?ando contigo. Todo contigo. ?Tú crees que eso es amor?
Leah sonrió con las mejillas sonrojadas.
Estaba tan preciosa que deseé dibujarla.
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