Axel se echó a reír y me levantó entre sus brazos mientras me besaba.
Cuando llegamos a la habitación me dejó caer en la cama; me subió la camiseta para poder darme un beso en la tripa, al lado del ombligo, y yo me estremecí.
—Eres una exagerada —se burló.
—?Tú no te mueres por mí?
—Por besarte. Por tocarte. Por joderte.
—Es lo mismo —me defendí con un mohín.
—No lo es, pero tú ya lo sabes, ?verdad, cari?o?
Asentí, aunque en realidad no, no lo sabía, no lo entendía. Entonces, no.
92
LEAH
Me había pasado meses con un puzle de quinientas piezas delante de mis narices, sin saber cómo resolverlo, qué lugar le correspondía a cada una.
Pero poco a poco empezaron a encajar. Supongo que no hubo un momento exacto, sino que fue la suma de las charlas con Axel, de comenzar a mirarme en el espejo, a tomar decisiones. Con el paso del tiempo me vi más clara, me quité el chubasquero y, aunque las heridas todavía dolían, dejé que fuesen curándose al aire libre. Llegó él, el amor tirando de ese hilo invisible que había vuelto a remover sentimientos que pensaba que ya no existían. La rutina, las clases, escuchar lo que decía la gente a mi alrededor.
La pintura, el color, emociones que plasmar. Y al final me vi hablando de mis padres con Axel, en la terraza de casa, recordándolos y rescatándolos de aquel lugar lleno de polvo en el que los había mantenido ocultos durante el último a?o.
Todo volvió a ser… normal. La vida siguió.
93
AXEL
Era el primer sábado de octubre y Leah no había tenido instituto durante los últimos días por las vacaciones del tercer trimestre. Así que habíamos matado las horas comiéndonos a besos, hablando, quedándonos despiertos hasta las tantas de la madrugada o probando nuevas recetas en la diminuta cocina de casa. Por las tardes, ella estudiaba un rato o se ponía a dibujar, y a mí me encantaba la sensación de observarla desde mi escritorio mientras trabajaba, tan concentrada y perdida en sus pensamientos.
Ese día me fui solo con la tabla a surfear un rato, y cuando volví, ella estaba arrodillada en la terraza pintando con unas acuarelas que había ido a comprar con Blair el miércoles. Me gustaba eso; que saliese con su amiga, que quedase con más gente y que volviese a ser la chica que había sido tiempo atrás, pero con muchos más matices.
Me tumbé a su lado, aún mojado. El atardecer te?ía el cielo de color naranja.
—?Qué estás haciendo?
—Solo colores, mezclarlos.
Se sacó la piruleta con forma de corazón de la boca antes de inclinarse para darme un beso. Yo la retuve sobre mí, llevándome con la lengua su sabor a fresa. Y siguió pintando. Suspiré y me quedé allí relajado. Cerré los ojos y, en algún momento, el sue?o me atrapó. Cuando me desperté, ella estaba sentada junto a mí con las piernas cruzadas y deslizando un pincel de punta fina por mi mano.
—?Qué haces? —pregunté adormilado.
—Pintar. ?Te gusta?
—Claro, ?a qué tío no le gusta que le llenen la mano de margaritas? — Leah se echó a reír. Era luz. Era felicidad—. Me gusta si eso te hace sonreír así.
La curva de sus labios se volvió más pronunciada; Leah deslizó el pincel por la piel de mi mu?eca trazando el contorno peque?o de un corazón justo encima del lugar donde me latía el pulso cada vez más rápido.
Tragué saliva y clavé los ojos en ella.
—?Recuerdas el día que te pregunté si tú eras consciente de que me voy a morir? —Leah asintió y siguió dibujando en silencio—. No pude llegar a explicarte lo que quería decir. La cuestión es que todos vamos a hacerlo. Morir. Pero ?tú lo sabes?, ?lo has pensado, estás convencida de ello? Creo que, si lo hiciésemos más, si ahora uno se parase y se repitiese a sí mismo la verdad absoluta de ?la voy a palmar?, quizá cambiaría cosas de su vida, eliminaría aquello que no le hace feliz, sería más consciente de que cada día puede ser el último. ?Y a que no te imaginas qué es lo que yo no dejo de pensar? —Ella me miró. El pincel le tembló en la mano—. En que no tocaría nada, ni una coma; si me preguntasen en qué lugar querría estar en este momento, diría que justo aquí, mirándote, tumbado en esta terraza.
—Vi cómo se le humedecían los ojos antes de abrazarme.
—?Y si te dijese que siento lo mismo? No dejo de pensar. En esto. En estar contigo. En que no quiero ir a la universidad y separarme de ti.
Me incorporé de golpe. El momento se rompió.
—?Qué estás diciendo? ?Bromeas?
Frunció el ce?o y suspiró hondo.
—Es que no quiero tenerte lejos.
—Joder, Leah, no vuelvas a pensar algo así. Y nunca…, nunca renuncies a algo tuyo por nadie. Tienes diecinueve a?os. Vas a ir a la universidad y vas a vivir esa etapa como yo viví la mía. No voy a moverme a ningún lado, ?me estás escuchando? —La cogí de la barbilla y ella asintió con la cabeza. Le di un beso suave—. Será divertido, ya verás. Irás a fiestas, conocerás gente, harás nuevos amigos. De hecho, ?sabes qué? Hoy vamos a salir tú y yo. Deberíamos hacerlo más. —Le tendí una mano y la ayudé a levantarse.
No dijo nada, pero yo podía ver a través de su mirada. Veía las dudas, las preguntas, los miedos. Esa vez no quise enfrentarme a ellos, solo taparlos y seguir adelante. No hablamos más antes de vestirnos y salir a cenar. Fuimos a ese italiano donde comí con mi padre semanas atrás. Leah se relajó en cuanto nos sirvieron el primer plato y empecé a bromear. Me encantaba verla sonreír. Me llenaba el pecho de una sensación cálida, única.
Así que me dediqué a eso durante toda la noche: a arrancarle sonrisas y carcajadas, a decir gilipolleces solo para llevarme esos instantes con ella.