Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—Axel, que nos conocemos. Hazme ese café.

Reprimí una sonrisa y le llené una taza. Rose se la llevó a los labios.

Vestía unos vaqueros algo holgados y algunos rizos rubios escapaban de su coleta rebelde.

—Siento haberte llamado a estas horas.

—No importa, tenías que avisarme. ?Qué habéis estado haciendo?

?Intentando arreglar el mundo, como siempre?

—Arreglarme a mí, si te sirve —confesé.

—No digas tonterías. Tú eres perfecto tal y como eres, Axel Nguyen.

—Se ablandó y me pellizcó un moflete—. Algún día te darás cuenta de eso, y entonces te aceptarás con todos tus defectos y dejarás entrar a otra persona y que también lo haga.

—Qué bonito todo —ironicé.

—Lo será. —Me miró con los ojos brillantes y aparté la mirada con incomodidad, porque tuve el presentimiento de que ella sabía algo sobre mí que yo no alcanzaba a ver y era una sensación rara e irritante.

—Deberíamos despertarlo.

Rose asintió, y entre los dos conseguimos que Douglas llegase hasta el asiento del copiloto del coche. Ella me dio un beso en la mejilla.

Después empecé a recoger todas las pinturas, las láminas y el material esparcido por el suelo del salón. Cuando terminé, lo llevé todo a mi habitación y busqué la escalera. Dejé las cosas encima del armario de madera, sin preocuparme por el polvo que cogerían. Fue alivio. Felicidad.

Paz.

Volví a salir a la terraza sintiéndome más ligero, sin ese peso en la espalda. Me encendí un cigarro y le di un trago a la botella de ron. Decidí que el día siguiente lo empezaría haciendo una de las cosas que más me gustaban en el mundo: perderme entre las olas. Supe que a partir de entonces intentaría ser feliz, que cogería las cosas que desease de la vida, las que me llenasen, y descartaría las demás sin sentirme culpable por ello.

Y así fue como empecé una nueva etapa.





89



LEAH

Seguía pintando cuando los primeros rayos del sol se desperezaron en el horizonte. Estaba a punto de caerme de sue?o, pero no podía parar; cada vez que finalizaba un trazo necesitaba empezar el siguiente, cada vez que creaba otro tono, necesitaba mezclar más…

Me di la vuelta al oír un ruido a mi espalda.

Axel estaba ahí, con el pelo revuelto y tan guapo que me quedé sin respiración cuando comprobé que su mirada se había posado en mi lámina sobre el suelo de su salón. No habría podido descifrar su expresión ni en un millón de a?os; porque era alivio, pero también miedo; era plenitud y, al mismo tiempo, un vacío desolador.

—Axel. —Me puse en pie despacio.

—No digas nada —susurró, y acortó la distancia que nos separaba con dos zancadas. Me cogió de las mejillas y me besó. Un beso lento, suave, eterno.

Sus brazos me acogieron y apoyé la cabeza en su pecho mientras él contemplaba el dibujo; la explosión de color, las líneas delicadas pero firmes, el conjunto.

Era él. Su corazón. Su corazón lleno de colores vivos, vibrando en el centro de la lámina; de una de las arterias salían estrellas a borbotones que brillaban en la parte superior. Abajo estaba el agua en la que flotaba. Y

había destellos de luz y salpicaduras por cada latido.

—Es para ti —alcé la barbilla.

Lo abracé más fuerte cuando lo sentí temblar.





90



AXEL

Me despedí de ella la última semana del mes con el corazón encogido en el pecho, como si temiese no volver a verla. Porque eso ya no era una opción.

Hay cosas que puedes elegir en cierto momento y que luego dejan de estar en tu mano al convertirse en un camino sin retorno. Ella era eso. Si iba marcha atrás, encontraba una pared. Así que solo podía avanzar hacia delante.

Pero hacerlo tenía sus complicaciones.

Oliver. Cada vez que pensaba en él, me ahogaba un poco más. Quizá por eso lo evitaba. Lo hice a finales de agosto y volví a repetir la misma fórmula cuando septiembre llegó a su fin. No quería verlo. No quería joderme más la vida. Rechacé cada plan que me propuso poniéndole mil excusas y me pasé esa semana encerrado en casa, en mi mar; también abriéndome paso entre las telara?as de soledad que Leah había dejado en su ausencia. Una persona podía cambiar la percepción de situaciones que no eran nuevas para mí, que antes apreciaba y a las que ahora les faltaba algo.

Debí haber visto venir que no era buena idea no acudir a la comida familiar alegando que estaba enfermo porque, por supuesto, mi madre apareció en casa por la ma?ana, cargada con un arsenal de comida y una bolsita de la farmacia.

—Mierda —farfullé al abrir la puerta.

—Qué boca más sucia tienes, hijo.

—Créeme, a algunas personas les gusta.

Mi madre me dio una colleja antes de dirigirse a la cocina y dejar todo en la encimera. Empezó a guardar los productos frescos en la nevera y luego me puso una mano en la frente. Torció la boca como solo ella sabía hacer.

—Pues no tienes fiebre.

—Es una gripe nueva. Especial.

—?Te duele la tripa? ?Estás cansado?

—Mamá, estoy bien. No tenías que venir.

—Alguien tendrá que cuidar de ti si estás enfermo, cielo. —Me inspeccionó la cara levantándome los párpados y tirando de mis mejillas—.

No tienes mal aspecto.

—Eso es por lo guapo que soy.

—Pensaba que estarías hecho una piltrafa.

—?Tan grave es que no acuda a una comida? Déjame respirar un poco.

—?Respirar? Si vives aquí como un ermita?o, aislado del mundo…

Puse los ojos en blanco y me dejé caer en el sofá.

—?No me gusta que intentes escaquearte! ?Sabes la cantidad de gente que daría cualquier cosa por estar con su familia? ?Te acuerdas de la se?ora Marguerite? Pues su hija vive en Dublín y solo pueden verse una vez al a?o, ?te lo imaginas?

—Sí, y disfruto haciéndolo.

Ella me lanzó un cojín.

—Tienes que empezar a replantearte tu vida.

—Es curioso que me digas eso precisamente tú.

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