—Pues falta poco para que termine y voy a hacerte la misma pregunta que te hice cuando empezó, ?estás preparada?
Ella negó con la cabeza y yo reprimí las ganas de abrazarla y protegerla de sus propios pensamientos, esos tan da?inos, tan jodidos. Seguí adelante pese a su súplica silenciosa:
—?Tú quieres volver a ser feliz? Con todo lo que implicaría. Asimilar lo que pasó, aprender a dejarlo atrás, sonreír al levantarte cada ma?ana sin sentirte culpable por hacerlo cuando ellos ya no están. Mírame, Leah.
Lo hizo. Sus ojos se clavaron en los míos mientras asentía despacio y a mí se me llenó el pecho de orgullo.
38
LEAH
Aparté la mirada de él, incapaz de sostenérsela.
Un cosquilleo suave me atravesó. Un cosquilleo que llevaba su nombre, porque lo conocía demasiado bien: tantos a?os, tantos momentos…
Inspiré hondo y me dije: ?Puedes controlarlo, puedes?. Me puse en pie de golpe.
??Quería ser feliz?? Una parte de mí, sí. Quería.
Contemplé el paisaje. Estábamos en un pico que parecía ser el extremo del mundo, bajo el sol del mediodía. La forma del cabo se asemejaba a la cola de un dragón verde tumbado al borde del océano Pacífico, entre ca?as de azúcar y macadamias. Me fijé en el color turquesa del agua, en las rocas escarpadas, en las formas de las pocas nubes que había…
—?Leah! ?Cuidado! —gritó Axel, pero no me dio tiempo a reaccionar y una ola gigantesca me empapó de los pies a la cabeza—. ?Estás bien?
—?Te estás riendo? —gemí.
—Joder…, sí. —Rio más fuerte.
—?Serás…! ?Serás…! —La palabra se me atascó en la garganta mientras me escurría la camiseta alejándome del borde del acantilado.
—?Increíble? —Me siguió—. ?Alucinante? ?El mejor?
—?Cállate ya! —le di un empujón sonriendo.
—Eh, no me toques, que no a todos nos apetece un ba?o a media tarde.
Miré su sonrisa perfecta, esa que tantas veces había recreado dibujando una luna menguante y el brillo chispeante de sus ojos, que eran de un azul oscuro, como el mar profundo, como un cielo de tormenta.
Temblé y no de frío, sino por Axel.
Por lo que siempre había sido para mí. Por los recuerdos.
39
LEAH
Los amores platónicos son así, se quedan contigo para siempre. Pasan los a?os y, mientras olvidas besos y caricias de rostros borrosos, puedes seguir recordando una sonrisa de ese chico que fue tan especial para ti. A veces pensaba que lo sentía de esa manera por eso, por ser platónico, por no llegar nunca a suceder, como una pregunta que permanece flotando en el aire: ??Cómo serían sus besos??. A?os atrás, antes de quedarme dormida solía imaginármelos. En mi cabeza, los besos de Axel eran cálidos, envolventes, intensos. Como él. Como cada uno de sus gestos, su forma sigilosa de moverse, la mirada inquieta y llena de palabras no dichas, el rostro sereno de líneas marcadas…
Me preguntaba si el resto del mundo lo veía igual, si esas chicas que se giraban para mirarlo cuando pasaba también se habían fijado en todo lo que lo hacía especial. En lo directo que podía llegar a ser, en lo duro que era bajo ese aspecto despreocupado, en el miedo que le daba sostener un pincel entre las manos si nadie le había indicado qué pintar…
?Por qué era tan difícil olvidar un amor que ni siquiera llegó a ser real, a existir?
Quizá porque para mi corazón… simplemente fue.
40
AXEL
—?Otra ronda? Yo invito.
Oliver chasqueó la lengua.
—No debería beber más.
—?No debería, no está bien, se me ha roto una u?a?, ?qué co?o ha sido de mi mejor amigo? Vamos, disfruta de la noche.
—Debería llamarla para saber si lleva llaves.
—Vale, pues hazlo y zanja el tema de una vez.
Mi amigo se levantó de la mesa de madera pintada de rojo en la que acabábamos de cenar. Se alejó un poco para hablar con Leah, que por suerte, desde que había retomado su relación con Blair, solía llevar el teléfono encima; no como me ocurría a mí, que era como si mi subconsciente se negase a ceder con ese aparato que me obligaba a estar localizable veinticuatro horas al día. Esa noche Leah había accedido a ir con mis padres, Justin, Emily y los gemelos a dar una vuelta por un mercadillo a las afueras de la ciudad, así que esperaba que Oliver se relajase un poco.
—Vale, todo bien, volverá por su cuenta.
—?Lo ves? No era tan complicado.
—Pídeme algo fuerte —Oliver sonrió.
Como el buen amigo considerado que era, me acerqué a la barra. El servicio de cenas había terminado y una música ambiental flotaba en el local de aspecto bohemio, lleno de sillones de colores y estampados estrambóticos. Saludé a uno de los camareros, que era un viejo compa?ero de clase, y pedí dos copas.
—Ponme al corriente antes de que me emborrache —dijo Oliver relamiéndose tras dar un trago largo—. ?Cómo van las cosas con Leah?
?Todo normal?
?Se desnudó, me besó?, recordé, pero ignoré ese pensamiento fugaz intentando que la imagen de su cuerpo se volviese borrosa. No lo conseguí.
Era un jodido demonio. Iría al infierno por no ser capaz de olvidar cada curva y cada jodido centímetro de su piel.
—Sí, todo genial, ya sabes, rutinario.
—Pero está mejor. Está diferente.
—A veces viene bien un cambio de aires.
—Puede ser. Es verdad. ?Y tú cómo vas?
—Nada nuevo, bastante trabajo.
—Al menos, el tuyo es soportable. Te juro que un día me levantaré, iré a la oficina e intentaré suicidarme con la grapadora. ?Cómo pueden no volverse todos locos dentro de esos cubículos? Son peque?as cárceles.
Me eché a reír.
—En serio, no durarías ni dos días ahí dentro, con un montón de reglas y tocapelotas…
—Te recuerdo que hice las prácticas en una oficina.
—Ya, quizá se te haya olvidado que abriste un extintor y rociaste el despacho del jefe antes de marcharte riendo como un jodido demente.