Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

Leah llevaba un vestido con un estampado de flores azules. Un vestido muy corto. Aparté la vista de sus piernas y cerré con un golpe brusco, salí por la puerta trasera y cogí la tabla de surf.

Solo cuando regresé una hora más tarde, cansado y un poco más tranquilo, me fijé en el cuadro que todavía estaba en medio del comedor.

Me sacudí el pelo mojado y me quedé frente a él.

Los trazos oscuros formaban dos siluetas. La que ocupaba el primer plano era una chica mirándose al espejo. Su reflejo llevaba un vestido dibujado con líneas rectas y grises que resbalaban por su cuerpo algo encogido. La otra, la real, vestía una especie de chubasquero que le llegaba casi por las rodillas.

Sus dos caras. El pasado y el presente mirándose a los ojos.





53



AXEL

Fue una semana complicada.

No estuve allí. Estuve atrás, en el beso, en la madrugada del sábado, en su mirada dolida. Me centré en intentar quitarme de encima el trabajo acumulado y terminé algunos encargos, pero no logré dejar de sentirme inquieto. Y su ausencia en casa se fue haciendo más y más grande, colándose en las noches que pasaba solo leyendo en la terraza, en las ma?anas viendo el amanecer tumbado sobre la tabla y sumido en el silencio, en el olor a pintura que empezó a desaparecer conforme los días fueron pasando y yo la echaba más de menos…

Me asustó. Me asustó tanto que lo ignoré.





54



AXEL

Por primera vez en mucho tiempo, el domingo llegué temprano a casa de mis padres. Tan temprano que fui el primero. Mi madre me preguntó mientras se secaba las manos en un trapo de cocina: —?Todo va bien? ?Ha ocurrido algo?

—?No seas exagerada! —Le di un beso.

—?No lo soy! Dan?el, ?estoy exagerando con tu hijo? —Mi padre fingió no haberla oído—. Llevas tres a?os llegando impuntual los domingos.

—Me habré equivocado al mirar el reloj. ?Qué hay de comer?

—Guisantes para ti. Asado al horno para los demás.

Ayudé a mi padre a poner la mesa mientras ella nos seguía de la cocina al salón contándonos la historia de un cliente de la cafetería al que le habían detectado un tumor.

—Y le han dado tres meses de vida —concluyó.

—Qué putada —soltó mi padre.

—Se dice ?qué desgracia?, Dan?el —lo corrigió mi madre—. Y a propósito, Galia ha vuelto a romperse la cadera, esa mujer tiene una suerte terrible.

—?Podemos dejar de hablar de muertes y eso? —pregunté.

Ella me ignoró, se acercó hasta el plato que acababa de dejar sobre la mesa, lo colocó bien (un centímetro más a la izquierda) y arrugó la nariz.

—?Cuánto tiempo hace que no vas al médico, Axel?

—Todo el que puedo. Me he propuesto batir un récord.

Mi padre apretó los labios intentando reprimir una carcajada.

—?Cómo se te ocurre bromear con algo así? ?Sabes cuántas veces va tu hermano a la ciudad a que le hagan una revisión? —Se cruzó de brazos.

—Ni idea. ?Cada vez que le pica un mosquito?

—?Cada tres meses! Aprende un poco de él.

—Aprenderé a quedarme dormido de aburrimiento.

En ese momento llamaron a la puerta y noté una sensación desconocida en el pecho. Pero no era ella. Eran Justin, Emily y mis sobrinos, que entraron gritando y haciendo tanto ruido como una manada de elefantes. Les alboroté el pelo antes de quitarle a Max la pistola de plástico que llevaba en la mano.

—?Eh, devuélvemela! —gritó.

—?Antes tendrás que atraparme!

Salí corriendo. Mi madre gritó algo así como ??Cuidado con el jarrón!?, pero ninguno lo tuvimos muy en cuenta cuando atravesamos el pasillo a toda velocidad. Max me acorraló y le pidió ayuda a Connor para recuperar su pistola. Alcé el brazo en alto e intentaron escalar como monos por mi cuerpo para alcanzarla.

—?Eh, sin hacer cosquillas, mocosos!

—?No somos mocosos! —protestó Connor.

—Claro que sí. ?Qué es eso que tienes en la nariz? Un moco.

—?Mamááááá! —gritó mientras Max seguía saltando para coger la pistola.

Emily apareció en la habitación y se echó a reír.

—No sabría decir quién es más crío de los tres.

—Axel, por supuesto —contestó Justin asomando la cabeza.

—?Y quién está más calvo de todos? —pregunté divertido.

—?Serás cabr…!

—?Chsss! —lo interrumpió Emily.

Sus hijos se quedaron perplejos cuando su padre, tan correcto siempre, se abalanzó sobre mí y me tiró sobre la cama. Ese era mi don. Ser la única persona del planeta Tierra que podía sacar de quicio a mi hermano mayor.

Los críos y Emily desaparecieron en cuanto mi madre anunció que había comprado gominolas.

—?Maldito capullo! —Justin me dio un pu?etazo en el hombro y me eché a reír.

—?Qué co?o te pasa? ?No hubo polvo rutinario esta semana?

—Muy gracioso. —Se apartó y se dejó caer en la cama boca arriba—.

Axel, ?crees que nuestros padres se jubilarán algún día o lo dicen por decir?

—No lo sé, ?qué es lo que ocurre?

—Que acepté trabajar en la cafetería porque ellos pensaban jubilarse en poco tiempo, pero han pasado a?os. Empiezo a pensar que tan solo me convencieron para que no me marchase a otro lugar si encontraba un trabajo.

—Suena como algo que haría mamá, sí.

—Creo que voy a hablar con ellos. Se supone que yo estoy a cargo de la cafetería, pero me siguen tratando como a un empleado. Voy a darles un ultimátum. O cumplen lo que prometieron o intento montar algo por mi cuenta. Quiero, ya sabes, poder hacer las cosas a mi manera sin que mamá me dé órdenes. ?Me apoyarás si la cosa se pone fea?

—Claro, estoy de tu parte.

Dejó escapar un suspiro de alivio que no entendí, porque Justin nunca había necesitado mi aprobación ni mi apoyo. Le devolví el pu?etazo en el hombro para romper la tensión.

El timbre de la puerta volvió a sonar.

—?Ya voy yo! —oí gritar a Emily.

Nos levantamos los dos y avanzamos hacia el salón. Tomé una bocanada de aire al ver a Leah al fondo del pasillo.

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