Tenía en la cabeza la imagen que estaba plasmando. Podía ver cada línea y cada sombra antes de que el pincel tocase el lienzo. No sabía hacerlo de otra manera. Sentía algo, lo sentía intensamente hasta que esa emoción se desbordaba y me veía obligada a dejarla salir.
Mi madre me dijo una vez que todas las mujeres de la familia éramos así. Me contó que mi abuela se enamoró de un tipo rebelde con el que su padre no la dejaba relacionarse; al parecer, un día tropezó con él, lo miró a los ojos y ya está, supo que era el hombre de su vida. Cuando le prohibieron verlo, se escapó de casa de madrugada, se fugó con él y regresó tres días después con un anillo en el dedo. Por suerte, tuvo un matrimonio largo y feliz.
Ella también era así. Rose, mi madre.
Siempre le perdía la boca. Decía lo primero que se le pasaba por la cabeza, tanto para lo bueno como para lo malo. A papá solía hacerle gracia lo transparente que era y la miraba con ternura mientras ella se desahogaba caminando de un lado a otro de la cocina, abriendo y cerrando armarios con el pelo alborotado recogido en un mo?o y esa energía que nunca parecía agotarse. Cuando pensaba que había tenido suficiente, se acercaba a ella y la abrazaba por detrás. Entonces se calmaba. Entonces… mamá cerraba los ojos y se dejaba mecer por sus brazos.
Sumida en ese recuerdo, cogí una pintura gris de otro tono.
Los trazos fueron uniéndose y cobrando sentido poco a poco, conforme la noche se cerraba más y el reloj marcaba la una de la madrugada. No se oía nada. Estaba sola, acompa?ada por todos esos sentimientos enmara?ados.
Hasta que oí el chasquido de la puerta.
Axel entró. Lo miré. Y entonces lo odié. Lo odié…
—?Aún estás despierta? —gru?ó.
—?Hace falta que responda?
Avanzó tambaleándose y tropezó con una maceta, tuvo que apoyarse en el mueble del comedor. Calibré su extra?a sonrisa mientras se acercaba; yo solo deseaba salir corriendo y meterme en mi habitación. Axel tenía los ojos más acuosos por el alcohol, de un azul turbio, de un azul que no era el suyo. Y los labios enrojecidos por los besos de otra.
Me quedé sin respiración, preguntándome cómo sería, por qué ella sí y yo no. Deslicé la mirada por las marcas de su cuello.
Quizá quería hacerme da?o a mí misma. Quizá quería castigarme por no ser capaz de controlar mis sentimientos. Quizá quería escucharlo de sus labios.
—?Qué es eso? —las se?alé.
él se frotó el cuello, aún con aquella sonrisa de idiota.
—Ah, Madison. Es muy entregada.
—?Te has acostado con ella?
—No, hemos jugado al parchís.
—Que te jodan… —dije sin fuerzas.
Se acercó por detrás, pegando su pecho a mi espalda. Una de sus manos bajó hasta mi cintura y me apretó más contra él mientras se inclinaba para susurrarme al oído:
—Puede que ahora te parezca un jodido cerdo, pero algún día te darás cuenta de que esto lo he hecho por ti, cari?o. Un peque?o favor. No hace falta que me lo agradezcas. Si pensabas que me conocías…, esto es lo que soy, lo que hay.
—Suéltame —lo empujé.
—?Lo ves? Ya no te parece tan divertido que te toque. ?Sabes cuál es tu problema, Leah? Que te quedas en la superficie. Que miras un regalo y solo te fijas en el envoltorio brillante sin pensar en que puede que esconda algo podrido.
Ni siquiera pude mirarlo cuando pasé por su lado y me metí en la habitación dando un portazo que retumbó en toda la casa. Me dejé caer en la cama, hundí la cara en la almohada y apreté los dientes para evitar llorar.
Volví a oír ese ?cari?o? que, irónicamente, era la primera vez que no sonaba paternalista en sus labios, sino sucio, diferente. Me aferré a las sábanas, sintiendo…, sintiendo odio y amor y frustración, todo a la vez.
52
AXEL
Me iba a estallar la cabeza.
Ya hacía horas que había salido el sol cuando me levanté de la cama y salí de la habitación buscando café como si lo necesitase para sobrevivir.
Revolví los cajones de la peque?a cocina intentando encontrar una aspirina o algo que silenciase el jodido tambor que tenía en la cabeza y que apenas me dejaba pensar con claridad.
Aunque casi mejor…
Me tomé una pastilla y suspiré hondo, recordando secuencias un poco inconexas de la noche anterior. Había ido a Cavvanbah , había bebido junto a unos conocidos hasta olvidar cualquier preocupación y después me había tirado a Madison entre la barra y la parte de atrás del local. Creo que me preguntó si quería que me acercase a casa y le dije que no, que prefería volver caminando.
Y luego, bueno, la cosa se me había ido de las manos.
Me armé de valor un rato más tarde y llamé a su puerta.
Leah abrió de sopetón y me miró como quien está frente a un desconocido y espera a que se presente. Cuando entendió que yo no pensaba decir nada, se dio la vuelta y siguió metiendo su ropa en la maleta, como cada domingo de la última semana del mes. Al terminar, cerró la cremallera.
—?Puedes apartarte? Tengo que salir.
Me hice a un lado, aún un poco confuso, y Leah arrastró la maleta con ruedas para dejarla delante de la puerta principal.
—En cuanto a lo de anoche…
—No hace falta que me des explicaciones —me cortó.
—No pensaba hacerlo. —Mierda. Y más mierda—. Yo solo…
—?Sabes? A veces es mejor no decir nada.
Llamaron a la puerta antes de que pudiese responder y Leah abrió con rapidez, como si estuviese deseando largarse. Eso me molestó, pero lo enmascaré con una sonrisa para recibir a Oliver, que abrazó a su hermana antes de saludarme a mí.
—?Cómo va eso, colega? —Me palmeó la espalda.
—Va, como siempre. ?Una cerveza?
—Claro, ?tienes Victoria Bitter?
—No, ?te sirve una Carlton Draught?
—Vale. ?Qué tal el trabajo?
—Espera, Oliver —Leah llamó a su hermano evitando que nuestras miradas se cruzasen—. Le había dicho a Blair que intentaría pasarme pronto por su casa…
—De acuerdo, vámonos ya. —Cogió la maleta de Leah—. Axel, me paso ma?ana a por esa cerveza.
—Aquí estaré.
Sujeté la puerta mientras ellos salían.