—He quedado con Blair, no llegaré tarde.
—Eh, quieta ahí. —Me puse en pie antes de que ella se diese la vuelta —. ?Por qué no me lo has dicho antes?, ?no has pensado que a mí también me apetecería salir un rato?
—?Y qué te lo impedía? —replicó.
—Que creí que estarías aquí, por ejemplo.
—Si no recuerdo mal, eso no pareció ser un problema para ti la semana pasada.
—Leah. —La cogí del codo y ella me sostuvo la mirada—. No me desafíes. Vives bajo mi techo, así que antes de hacer algo, me lo consultas.
?Viene alguien a recogerte?
—No, voy andando.
—De eso nada.
—Me apetece dar un paseo.
—Ni de broma. Te acercaré.
Vi cómo se mordía la lengua mientras yo iba a por las llaves del coche.
Me daba igual que le doliese que la tratase como a una ni?a, porque, a fin de cuentas, es lo que era. Que tenía diecinueve a?os, joder. Me lo repetí todas las veces que pude, no sé si como reproche hacia ella o solo para recordármelo.
Ninguno de los dos dijimos nada durante el trayecto hasta Byron Bay.
Conduje hacia una casa cerca de la playa que era grande y tenía dos alturas.
Paré delante. Se escuchaba música que provenía de dentro y, no sé por qué, sentí el impulso de apretar el acelerador y llevármela lejos, solo nosotros dos. Pasar aquella noche en cualquier lugar, paseando por la arena o en nuestra terraza; leyendo, escuchando música, hablando, bailando, pintando o tan solo estando en silencio, compartiendo el momento.
Aferré el volante con fuerza.
—?A qué hora paso a recogerte?
—No será necesario, gracias.
Cerré el seguro antes de que Leah pudiese abrir su puerta. Se volvió hacia mí con el ce?o fruncido y la boca tensa, contraída en una sola línea.
Esa boca desafiante…
—No me importa si te quedas hasta las tantas. Está bien, diviértete, disfruta. Pero dime una maldita hora. Y a esa hora estaré aquí, delante de la puerta. Y espero que tú también. ?Me he explicado?
—?No puede acercarme algún amigo…?
—No, a menos que quieras que entre, los conozca a todos y tenga una charla con ellos para que entiendan que me enfadaré mucho si a alguno se le ocurre beber y dejar que montes en su coche. Y créeme, no les gustará verme enfadado. Además, sospecho que a ti no te va la idea de que me comporte como tu ni?era oficial, así que hagamos las cosas fáciles, Leah.
—A las tres —dijo secamente.
—Hecho. Aquí estaré. Diviértete.
No sé si llegó a oírme antes de cerrar con un portazo.
Paré delante del mar tras conducir un rato. Podría haber vuelto a casa, pero dejé las sandalias dentro del coche y caminé por un sendero hasta la playa. Oí el rugir de las olas cerca. Me tumbé en la arena, con las manos en la nuca, y contemplé las estrellas que salpicaban el cielo.
Y pensé en ella. Pensé en mí. Pensé en todo.
58
LEAH
Había bastante gente en la casa y se oía música de fondo. Las voces que llegaban del salón me sacudieron. Me quedé parada delante de la puerta intentando decidir si entraba. Conocía a algunos invitados porque había coincidido con ellos en el instituto, antes de que yo repitiese el último a?o y me quedase atrás.
Sentí el impulso de dar media vuelta y correr tras el coche de Axel. Se me secó la boca. Le había dicho a Blair que acudiría a esa fiesta porque una parte de mí quería volver a ser normal, hacer las cosas que hacía antes, demostrar que era la misma chica de siempre. Pero el corazón se me iba a salir del pecho…
—?Leah? Estás aquí. Blair me dijo que vendrías. —Desde el otro lado del umbral, Kevin Jax me sonreía con cari?o.
—Hola. —Tenía un nudo en la garganta.
—Vamos, te prepararé algo de beber.
—No. Mejor no. —Estaba temblando.
—?Ni siquiera un refresco? Sin alcohol.
—Vale. Eso sí —accedí.
La ansiedad era como un insecto incontrolable que vivía dentro de mí.
Podía estar semanas sin aparecer y, según el psicólogo al que mi hermano me había llevado el a?o anterior, era algo habitual, ataques leves y comunes que sufría mucha gente en su día a día, incluso aunque no hubiesen vivido ningún suceso que los desencadenase. La ansiedad se mantenía dormida en un rincón y despertaba sin avisar, te entumecía los brazos y las piernas, y provocaba que hablar y decir algo coherente se convirtiese en una tarea complicada.
Seguí a Kevin hasta la cocina de la casa, que estaba repleta de botellas a medio terminar y vasos de plástico. Era el chico que me había dado mi primer beso y con el que, a?os más tarde, perdí la virginidad. Y a pesar de eso, no sentía nada. Ni un leve tirón en el estómago. Nada. Acepté el refresco y le di un trago.
—Gracias. ?Ha llegado ya Blair?
—Sí, está en el salón. En cuanto a lo nuestro… Me comentó que habló contigo. Quería asegurarme de que no supone un problema para ti. Ya sabes, lo has pasado mal y no me gustaría que esto complicase las cosas…
Reprimí las ganas que me dieron de abrazarlo.
Kevin, con su sonrisa sincera y su habitual buen humor. Kevin, tan leal, tan dispuesto a ponerse en otra piel. Recuerdo su entereza cuando le confesé que creía que seguía enamorada de otra persona y que no quería hacerle da?o en el camino. él había asentido, entendiéndolo, y tras unas semanas un poco tensas en las que se recompuso, volvió a mi vida como si nada hubiese pasado, como el amigo que siempre había sido.
—Me hace muy feliz que estéis juntos.
él dejó escapar el aire que estaba conteniendo.
—Gracias, Leah.
—?Vamos al salón?
Había algunas personas de pie, pero la mayoría estaba sentada en dos sofás largos. Blair se levantó y corrió hacia mí. Nos abrazamos. Luego me presentó a un par de chicos a los que no conocía y me dejó un hueco a su lado. Le di un trago a mi refresco nerviosa.
—Hacía tiempo que no te veíamos —dijo Sam.
—Sí, he estado… No he salido mucho.
—No tienes que dar explicaciones. —Maya le dio un codazo a Sam.