Legendborn (Legendborn #1)

Da otro paso hacia delante, no tan largo como para empujarme, pero sí se acerca lo suficiente como para que me llegue el olor persistente a especias del juramento en su piel y sienta el calor que desprende. Me viene a la mente el recuerdo de sus dedos calientes de la primera noche en la logia y me pregunto, por un momento, si el resto de su cuerpo está a la misma temperatura.

—Los hijos de merlín son, a todos los efectos, plenamente humanos al nacer. Sin embargo, al cumplir los siete a?os, empiezan los cambios, la fuerza, la velocidad, los sentidos; a esos cambios, los acompa?a una especie de cuenta atrás. Cada a?o que pasa ganamos poder y nuestra conexión con el éter se vuelve más profunda, pero también perdemos un poco más de humanidad. Lo llamamos ?sucumbir a la sangre?. —Sel se estremece y vuelve a centrar la mirada en mí—. Cuando Merlín creó el hechizo de los legendborn para Arturo y sus caballeros, dise?ó un hechizo similar para sí mismo. Uno que permitiera a todos sus descendientes heredar las habilidades únicas de mago que había perfeccionado a lo largo del tiempo: el encanto, los constructos, la afinidad con el éter. —Las puntas de sus caninos blancos destellan mientras habla —. No obstante, Merlín conocía su propia naturaleza. Sabía que los demonios solo se preocupan por sí mismos y por el caos, por lo que unos seres poderosos pero incontrolables que fueran en parte demonio jamás serían unos servidores compatibles con la Orden eterna que Arturo y él imaginaban. Así que, en su hechizo, Merlín incluyó un seguro.

Se me encoge el pecho de repente.

—?Qué tipo de seguro?

La amargura agudiza sus rasgos medio ocultos por las sombras.

—?Recuerdas cuando te dije que el zorro infernal no se convertiría en polvo mientras tuviera una parte de ti dentro? Se debe a que la oscuridad del inframundo y la luz de los vivos no deberían coexistir en un solo cuerpo. Mi sangre lucha cada día contra sí misma. Cuanto más envejezco, más fuerte se vuelve la esencia demoníaca, pero mis compromisos con esta Orden y sus miembros impiden que sucumba.

Le devuelvo la mirada cuando el horror y la comprensión me invaden en una ola.

—Los juramentos

—Los juramentos. —Los ojos le brillan con fiereza—. Son la garantía de Merlín de que sus descendientes nunca abandonarán la misión. Realizarlos, cumplirlos, no importa cuán grande o peque?a sea la tarea. Son los juramentos los que unen las dos partes de un Merlín. Mientras estemos al servicio de la Orden, tendremos el control de nuestras propias almas. Por eso nos juramentan de ni?os, antes de que tengamos la edad suficiente para que la sangre se afiance.

La voz de Cecilia vuelve a mí, junto con sus palabras sobre el bebé en brazos de Pearl. ?Expulsarlo antes de que creciera lo suficiente como para hacer da?o?.

Sel aún no ha terminado. Sus ojos recorren mi cara para estudiar mis respuestas a sus palabras.

—Ya está. Lo has entendido. Ahora entiendes por qué, para cualquier merlín que se haya criado entre humanos como un humano, aunque sea débil, el mayor castigo sería expulsarlo del servicio de la Orden. Obligarlo a ser testigo de su propia regresión.

Despojar a un merlín lo suficientemente poderoso como para ganarse el título de mago del rey de ese mismo título supondría apartarlo de su cargo. Cortar el inmenso poder de conexión del juramento. Es un castigo tan severo que nunca se ha hecho antes.

El calor ardiente que desprende y el veneno de sus ojos me asustan más que su temperamento.

—Pero estamos a dos descendientes despertados de Camlann.

Por eso, cuando Nicholas le contó a su padre lo que te hice, lord Davis amenazó con reemplazarme. Quitarme el título, expulsarme.

Abocarme a la autodestrucción. —Resopla—. Como te dije, unos matones.

El aire se me escapa de los pulmones de golpe, como si me hubiera lanzado a mí por el acantilado.

—No, eso… suena a tortura. Nick no dejaría que eso pasara.

—Es una tortura, no lo dudes. Sin embargo, si la Orden cree que me he vuelto inestable, es exactamente lo que Nicholas tendría que hacer. —Su rostro se torna amargo—. Son las decisiones que toman los reyes, chica misteriosa.

—Hablaré con él. Le diré…

No llego ni a terminar la frase, porque Sel me da la vuelta en un remolino de velocidad y me empuja hacia el camino.

—Demasiado tarde. Vete.

—Sel.

Huelo el crepitar de la invocación y me vuelvo para verlo de pie al borde del abismo mientras el pelo se le mece despacio en las primeras fases de la llama mística; los ojos le brillan como carbones encendidos.

—Nicholas cree que estoy perdiendo la humanidad. Tal vez sea así. No obstante, no he perdido la dignidad —se burla—. No necesito tu ayuda.

Antes de que me dé tiempo a decir nada más, salta por el acantilado y desaparece de la vista para aterrizar con sigilo mucho más abajo.





37

La luz de la luna me ilumina el camino mientras corro de vuelta a la logia. Sin embargo, cuando alcanzo al césped trasero, las nubes se han replegado, sólidas y gruesas como una sábana esponjosa.

Me cuelo por la puerta lateral. Algunos trasnochados siguen despiertos en el gran salón. Subo las escaleras para evitar que se fijen en mí. Cuando por fin llego a la habitación de Nick y me deslizo dentro, la adrenalina que me llevó por el bosque se me escapa del cuerpo y me derrumbo hecha un gui?apo en la cama. No dejo de darle vueltas a las palabras de Sel.

?Es culpa mía?, pienso. ?Solo por estar aquí?.

He pasado de verme perseguida por Sel a ser la razón por la que su título, su humanidad y su propia alma están en peligro. Lo que es peor, la furia caliente que me había acostumbrado a verle se ha convertido en algo más oscuro. La desolación en sus ojos, el odio a sí mismo…

Saco el teléfono, pero encuentro razones para saltar a todos mis contactos recientes. Le envié un mensaje a Alice antes para decirle que no volvería a dormir esta noche. De todas formas, ?qué iba a decirle? ?Por dónde empezar y dónde parar? Le había escrito a mi padre para informarle de que ?todo bien con Patricia?, así que ?cómo decirme que me ha dejado? Se enterará pronto, en cuanto lo llame, y no tengo energías para pensar en ello antes de que ocurra. Nick va en coche a recoger a su padre; además, tengo que esperar a que vuelva para hablarle de las llamas rojas que no sé controlar.

Al final, cualquier conversación requeriría una explicación previa, porque nadie en mi vida conoce todos los hilos que me han llevado hasta aquí.

Cierro los ojos con fuerza, pero las lágrimas se escurren de todos modos y se derraman por el alegre edredón azul y blanco hasta formar una fea mancha.



*

Debo de haberme quedado dormida en la cama de Nick, porque un fuerte portazo me despierta. Me froto la piel húmeda de la mejilla donde la tela arrugada del edredón la ha presionado en pliegues deformes. Un momento después, se produce otro fuerte portazo, esta vez arriba.

Sel.

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