Agita una mano.
—Conozco tus mentiras. Esta no es una de ellas. —Hace una pausa y niega con la cabeza—. ?A esto os habéis dedicado de verdad Nicholas y tú? ?A descubrir la verdad sobre tu madre?
Suelto una lenta respiración.
—Sí.
Sus ojos son inescrutables. Me preparo para que critique nuestro plan o para que insulte a Nick por no reclamar el título por las razones correctas. No hace ninguna de las dos cosas.
—Digamos que tienes razón y que este mago del rey abrió una puerta. Es imposible que los Regentes lo dejasen libre. Encierran a los merlines que sucumben a su sangre. En cuanto empezamos a decaer, nos meten en una prisión vigilada. —Frunce el ce?o—.
Antes de que lo preguntes, he visto las prisiones. Escapar es imposible.
—Pero ?quién iba a tener más interés en vengarse que un merlín inestable, más demonio que humano, que ha sido encarcelado? Si no es el mago del rey, ?podría ser la línea de Morgana?
Frunce más el ce?o.
—Hay demasiadas cosas que no cuadran. Soy el sargento de armas de la división y me han entrenado para ocupar el puesto desde que era un ni?o. Si alguien abrió una puerta en el campus a propósito hace veinticinco a?os y ese número de sabuesos infernales atacó a comunes, ?por qué nunca han compartido esa historia conmigo? ?Sobre todo, si fue un morgana? ?Por qué lord Davis y los maestros merlines me dirían que nunca se había eliminado a un mago del rey si, de hecho, había ocurrido aquí mismo? ?Y al propio merlín de Davis, nada menos?
—Tal vez sea un encubrimiento.
Lo considera, busca los agujeros en mi lógica y luego suspira.
—Sigue habiendo mucha lagunas, pero me lo creería. Si el ataque lo inició uno de los nuestros, explicaría por qué se enterró todo y por qué nunca se me habló de ello. Y eliminarme sí sería la mejor manera de llegar a Nicholas. —Se rasca la barbilla—. Lo que no entiendo es el momento. Si nos atenemos a tu teoría del mago del rey, ?por qué irían a por tu madre casi tres décadas después?
No fue la razón de que despojasen al merlín de su título y no tenía ninguna conexión con la división. Además, ?por qué molestarse en aparecer y encantarte? Si mataron a tu madre, no tendría que necesitar conocerte en absoluto.
Se me caen los hombros. Parece que tenemos todas las piezas del puzle, pero la imagen final no tiene sentido. Lo que significa que tal vez no tengamos todas las piezas. Nos falta algo.
Sel mira el reloj.
—Tenemos tiempo —murmura—. Si nos damos prisa.
Se dirige al armario y se pone las botas en un abrir y cerrar de ojos. Antes de que diga nada, se acerca a la ventana, la desliza y la abre al aire nocturno. Apoya ambas manos en el alféizar y me mira por encima del hombro.
—Ven aquí.
Me pongo de pie y me acerco.
—?Por qué?
—Por razones. —Me agarra por la cintura en un segundo y me echa por encima del hombro hasta que quedo colgada sobre su espalda, de cara a la habitación. Me retuerzo, pero antes de que emita ni una protesta más, me rodea los muslos con un antebrazo de hierro y los aprieta contra su pecho. Todos los puntos donde se toca nuestra piel dejan un rastro de chispas.
—Por favor, dime que no saltarás por esta ventana.
—No saltaré por esta ventana —dice.
Luego se sube a la cornisa, y salta.
38
Aterriza como un merlín, sin hacer ruido, y amortigua la caída con las rodillas. Sin embargo, sus hombros se me clavan en la cadera y mi estómago amenaza con derramarse por su espina dorsal. La clavícula derecha me arde con un profundo dolor.
—?Bájame!
Me habla por encima del hombro.
—?Quieres respuestas o no?
—?Claro que sí!
—Entonces tenemos que apresurarnos.
—?No me llevarás así! —espero y me se?alo el cabestrillo—. No dejaré que me lleves como un saco de patatas.
Se agacha y me deja en el suelo, sin hacer siquiera amago de ayudarme cuando me tambaleo y casi me caigo, desorientada. En vez de eso, respira con frustración por la nariz.
—?Cómo os gustaría que os llevase? ?Qué os complacería, paje Matthews?
Resoplo y lo rodeo. Evalúo las opciones e ignoro su sufrida mirada.
—A caballito.
—?Perdona?
—Ya me has oído.
—Como en la película…
—Cállate.
—Grosera.
—Arrogante.
Se coloca delante de mí y me gira y me estira el brazo no lesionado al mismo tiempo para subirme a caballito a su espalda, como le he pedido. Por instinto, me aferro con todas mis fuerzas y emite un ruido gutural mientras me aparta el antebrazo aplastado contra su nuez.
—Necesito respirar —murmura, antes de que su voz se vuelva sardónica—. No soy un vampiro de verdad.
Aflojo un poco el agarre y alejo sus manos de mi piel, donde la sensación eléctrica me sube por los brazos. Se desplaza hasta sujetarme por los muslos y me cambia de posición como si pesara lo mismo que una pluma.
—Agárrate y mantén la boca cerrada.
—?Por qué tengo que mantener la boca cerrada?
Se ríe y me levanta un poco más.
—Bichos.
Es la única advertencia que recibo antes de que empiece a correr.
La última vez que Sel corrió conmigo por el campus, estaba medio desmayada y aterrorizada por los zorros infernales y las llamas místicas. No recuerdo más que un borrón. Esta vez, la sensación es muy diferente. Esta vez, es estimulante.
Es evidente que es rápido. No tanto como el uchel, pero mucho más que cualquier ser humano.
Me pregunto si hace un esfuerzo adicional para que el viaje sea lo más cómodo posible, porque el hombro apenas me rebota.
El camino de grava, los árboles y las farolas pasan en una mancha de colores. Gira por una carretera asfaltada que serpentea por uno de los barrios históricos donde viven los profesores.
Distingo un atisbo de una mansión de ladrillo de dos pisos al final de una calle sin salida y un segundo después estamos en el patio trasero. Sel me suelta las piernas y me deslizo hacia abajo; esta vez solo me tambaleo un poco.
—?De quién es esta casa? —pregunto mientras avanza a grandes zancadas para agacharse ante la puerta trasera.
Alza un felpudo de goma desgastado, tantea debajo un momento y saca una llave de repuesto
—Aquí es donde crecimos Nicholas y yo.
Miro la casa con nuevos ojos. Y con creciente horror.
—No entraré ahí.
Se burla.
—?Por qué?
—Porque es allanamiento de morada.
Pone los ojos en blanco.
—Crecí aquí. Los Davis me acogieron cuando tenía diez a?os.
—Pero… —balbuceo mientras trato de darle forma a mis dudas —. ?Por qué no esperamos a que Nick y su padre vuelvan del aeropuerto y le preguntamos a lord Davis en persona?
—Porque no me fío de que lord Davis diga la verdad —dice sin más. No hay nada en su tono que indique rencor o despecho. Es una simple declaración.