Levanto la vista. Sel aprieta y relaja los pu?os apoyados en las rodillas. Su respiración es irregular y asfixiada, como la de alguien que se ahoga en tierra firme.
De todas las horribles verdades posibles, esta es una que nunca, jamás, habría imaginado.
39
Jamás consideré que la pérdida de la madre de otra persona estaría ligada a la pérdida de la mía. Ni que esa pérdida iría de la mano de muerte, destrucción y un destino horrible. La madre de Nick, la de Sel, la mía. ?Cuántas madres se ha llevado la Orden?
Quiero decir algo, ofrecerle algo, pero la tensión de su cuerpo y la tormenta que se fragua en su mirada perdida me gritan que huya.
Huye antes de que estalle la bomba, antes de que el edificio explote.
De repente, se levanta. Camina hasta el final de la habitación, con el dorso de la mano apretado contra la boca, como si no confiara en lo que podría salir de él. Necesito hacer uso de todas mis fuerzas para quedarme sentada cuando da una patada a la puerta del armario y la madera se astilla en un agujero con forma de bota.
Me doy cuenta entonces de que estoy siendo testigo de cómo una pena como la mía se abate sobre Sel en una avalancha repentina. El dolor repentino y agudo de la pérdida lo está desgarrando delante de mí. Recuerdo lo que se siente. Recuerdo lo mucho que duele. Las páginas se me caen de la mano.
No recuerdo levantarme. No recuerdo caminar hasta él. Solo sé que lo rodeo por la cintura con el brazo. Todo su cuerpo se convierte en piedra en cuanto lo toco, y el aroma a humo y whiskey se arremolina a nuestro alrededor, pesado y ardiente, pero no lo suelto.
—Lo siento —susurro pegada a su columna vertebral. No contesta, aunque relaja un poco los músculos. Me pregunto cuánto tiempo ha pasado desde que alguien lo ha tocado. Nos quedamos así hasta que se le acompasa la respiración.
Cuando por fin habla, tiene la voz quebrada.
—Una vez me llamaste monstruo.
Dejo caer el brazo y me alejo, con la voz te?ida de desesperación.
—Estaba enfadada. No iba en serio.
Se vuelve y me mira con los ojos enrojecidos. Tras un instante, una sombra le cruza el rostro y esboza una sonrisa de pesar, como si quisiera rega?arme por mentirosa. Busco lágrimas, pero no las ha derramado. Adopta una expresión lejana y atormentada.
—Quizá tengas razón. Al parecer, vengo de uno.
Nunca he oído a Sel hablar así. Está como aturdido, como si no estuviera del todo en la habitación. Quiero consolarlo. No obstante, siento que no me corresponde ofrecerle consuelo por su historia familiar. Sin embargo, soy la razón por la que conoce esa historia.
La razón por la que está delante de mí, vacío y roto.
La culpa me ahoga.
—?Para que engendre un heredero? —susurra, con los ojos entornados.
Me estremezco por la frialdad del lenguaje. La esperanza y la expectativa de que una madre dé a luz a un hijo que sea un arma para la Orden me llena de un horror nauseabundo.
Se estremece y se le agitan las pesta?as, como si acabara de recordar que estoy delante de él. Inhala por la nariz y mira por encima de mi hombro la pila de papeles que tengo detrás. Cuando suelta el aire, vuelve a ser la misma persona fría, calculadora y distante, y su análisis corta como un cuchillo.
—Se ve que me han mentido, supongo que para protegerme. Lo que significa que no hubo ningún uchel ni ninguna misión. La liberaron durante un tiempo y se la llevaron cuando recayó. Imagino que era demasiado peque?o para notar cómo se deterioraba o quizá me cegaba la admiración por sus habilidades.
Verlo desgranar su propia devastación es casi más de lo que puedo soportar. Abro la boca, pero me interrumpe.
—En cualquier caso, está viva. —Se le quiebra la voz por la revelación. Luego vuelve a respirar—. Aunque encerrada; lo ha estado durante a?os, así que no es nuestra culpable. También parece que he heredado su inclinación a la paranoia, así que quizá no haya ningún topo y nunca lo ha habido. En cuanto a tu búsqueda, es posible que tu madre sea una de los testigos.
Ya lo había pensado, por supuesto, pero…
—Sel…
Pasa a mi lado.
—Deberíamos averiguar qué le pasó a tu madre —dice con rotundidad. Se agacha y aparta la declaración jurada para hojear los demás papeles del expediente.
Me arrodillo a su lado y le pongo una mano en el antebrazo; ignoro el peque?o chispazo entre nuestra piel. Se paraliza sin mirarme y los músculos se endurecen bajo mis dedos.
—Sel.
Agrava la voz hasta un registro destinado a asustar e intimidar.
—No. —Distingo la desesperación contenida. Una pausa.
Luego, en voz baja—. Por favor.
Reconozco ese sonido. Es el sonido de aferrarse al borde de un acantilado con las u?as. El sonido de contener a duras penas un dolor tan inmenso que mirarlo, levantarte la piel para examinar lo que hay debajo, supone arriesgarte a caer en una oscuridad de la que sabes que nunca escaparás.
Comprendo entonces que he llegado hasta aquí por mi madre y por la verdad, pero el dolor de existir sin ella, la profunda herida que me abrasa el pecho, no ha mejorado. Solo ha cambiado de forma.
Sin palabras, retiro la mano de su brazo. Se le hunden los hombros, como si acabara de soltar un gran peso, y vuelve a tomar los papeles.
—Aquí. —Toca una pila de papeles recortados—. Son los testigos encantados. Todos estudiantes. Parece que están por orden alfabético.
Los primeros testigos de la pila son todos blancos. Estudiante de psicología. Jugador de fútbol. Actriz de teatro. Entonces, paso la página y todo se detiene cuando veo su cara.
Sel nota que me tiemblan las manos.
—?La has encontrado?
Las palabras no llegan, porque no hay palabras.
Debieron de sacarle la foto de estudiante cuando acababa de llegar al campus, porque sus rasgos están relajados y relucen con la promesa de una aventura futura. Las arrugas de sus mejillas y las comisuras de sus ojos, causadas por la risa y el tiempo, aún no se han formado. Sus afilados ojos marrones miran a la cámara como si la desafiaran a una competición que sabe que ganará. Lleva una permanente lisa, rizada en las puntas. Nada que ver con los rizos cortos que empezó a llevar cuando yo tenía diez a?os.
—Casi había olvidado cómo era —susurro.
La voz de Sel es suave.
—?Qué dice el expediente?
Respiro con vacilación y hojeo el resumen de una página.
—?Testigo once. Faye Ayeola Carter, diecinueve a?os.
Estudiante de segundo. Doble grado en biología y química?.
Sel suelta un silbido bajo.
—?Biología y química? Qué dolor.
Distingo el orgullo silencioso en mi propia voz.
—Una científica en toda regla.
—?Qué más dice?
Sigo leyendo.
—?El descendiente de Owain y el escudero Harris encontraron a Carter y a otros dos comunes (consultar los archivos de Mitchell y Howard) cerca del… ogof y ddraig?? ?Qué es eso?
—?Ogov uh thrah-eeg? —corrige mi pronunciación—. La ?dd?
galesa se pronuncia como la ?th? en inglés. Significa ‘cueva del dragón’. Está en el centro de la red de túneles. Sigue leyendo.
—?Cerca del ogof y ddraig, acorralados por un sabueso.