Después de dar muerte a la criatura, se tomó en custodia a los tres comunes…?.
Sel suspira con frustración.
—Seguro que fueron de buena gana, después de la conmoción de ver a un sabueso infernal totalmente corpóreo. Sospecho que tuvieron que noquearlos. —Lo fulmino con la mirada y se encoge de hombros—. Es el protocolo.
Suelto un suspiro para calmarme.
—?Se tomó en custodia a los tres comunes y se los llevó de vuelta a la logia. Una vez alterados sus recuerdos, se retuvo a Carter y a los otros para asegurar que el encanto había surtido efecto; posteriormente, fueron liberados. Al igual que con el resto de testigos, Carter será vigilada durante su estancia en el campus por miembros de la Orden y se le asignará un merlín de campo cuando se gradúe?.
—?Qué más dice? —Sel se?ala una tabla debajo del resumen escrito.
Me doy cuenta de lo que es casi de inmediato.
—Los registros. Están todos fechados como un cuaderno de bitácora, con columnas para la fecha, la hora, el lugar y una breve sección para las notas. Se?alo una de las primeras filas. ?1 de mayo de 1995. 10:31. Biblioteca de estudiantes, UNC, Chapel Hill.
Trabajo con Carter en un proyecto final en grupo para la clase de Lingüística Avanzada. He pasado varias horas con ella esta semana. Incluso tras algunas preguntas sobre los eventos del campus, no menciona ni recuerda el ataque del mes pasado?.
Sel titubea.
—No solo la observaron, también la pusieron a prueba.
?Cuántas entradas hay?
Paso la página. Vuelvo a pasar. Y vuelvo a pasar.
—Hará decenas de páginas. Al menos una entrada a la semana durante el primer a?o, luego una vez al mes después de la graduación. La vigilaron durante a?os.
—Protección de testigos —murmura—. Más o menos. —Se aclara la garganta y me quita la pila para hojearla hasta el final—.
Veamos qué dice la última entrada.
Trago un nudo en la garganta.
—De acuerdo.
Sel hace una pausa al apoyar el dedo en la última hoja e inclina la cabeza para captar mi atención.
—Es la última página —dice, pero interpreto el significado detrás de las palabras. Se lo que quiere preguntarme. ??Estás preparada??.
El corazón me late en el pecho y la sangre me fluye en los oídos como un océano. ?Estoy preparada? Había empezado la misión preocupada por encontrar la verdad y convencida de que nada sería peor que no saber. Pero ?ahora?
Los ojos de Sel son pacientes, pero recelosos, y no es de extra?ar; acaba de descubrir su propia y horrible verdad.
—Léelo.
—?13 de mayo de 2020. 9:18. Hospital del condado, Bentonville, Carolina del Norte. Carter ha muerto en un atropello con fuga cerca de su casa a las 20:47 de anoche, 12 de mayo. Un vasallo que trabaja en el departamento de policía local me alertó de los acontecimientos. Para confirmar la muerte de Carter, asumí la identidad de un agente de policía. Deja un marido, Edwin Matthews, y una hija adolescente. Tal y como consta en los registros adjuntos, Carter nunca ha mostrado ninguna prueba de haber recuperado los recuerdos o el conocimiento de los incidentes. Por lo tanto, no ha dado lugar, ni en el pasado ni en la actualidad, a que se tomen medidas de contención. Esta es la última entrada en el expediente de la testigo once?.
Sel me pasa el papel, pero lo alejo con la mano. No puedo tocarlo. Me cuesta respirar.
—?Es el merlín que viste?
Bajo la mirada con reticencia a una fotografía recortada en la parte posterior del expediente. En un instante, vuelvo al hospital y nuevos detalles completan los espacios en blanco.
Boca fina, cejas pobladas, ojos azules. La placa que refleja la luz.
Todo en mí se retuerce y se tensa, hasta que siento que mi cuerpo es un nudo de plomo, pesado y venenoso. Se me escapa un gemido doloroso que se transforma en un sollozo ahogado. Solo consigo asentir.
Sel se me acerca, pero cierro los ojos. Después, no vuelve a tocarme.
—Lo siento, Bree.
—Ya está —digo, agotada, mientras un extra?o entumecimiento me invade. Suelto una risotada sin gracia en un resoplido bajo y abro los ojos—. Ahora lo sé.
Creía que, cuando supiera la verdad, todo mejoraría. Que me sentiría bien. Pero no es así. Todo sigue igual de mal.
Me levanto y me dirijo a la puerta.
—Bree, espera. —Sel me sigue—. Percibes el éter, lo ves, lo sientes, pero también resistes el encanto. Si no funciona contigo, quizá tampoco lo hiciera con tu madre.
—Sí. —Se me forma un nudo en la garganta—. Ya lo había pensado.
—?Y?
—?Y qué? —Me doy la vuelta y trato de contener las lágrimas —. ?Es que no lo entiendes? Hizo lo más inteligente. Lo que debería haber hecho yo desde el principio. Se escondió. Cada vez que un descendiente o un escudero fingió ser su amigo y la ?puso a prueba?. Le escondió a todo el mundo lo que sabía durante veinticinco a?os, para este mundo retorcido de ni?atos medievales con sue?os feudalistas nunca la encontrara.
Sel quiere decir algo, pero se lo piensa mejor. Bien. Nada de lo que diga servirá en este momento.
Siento que el pecho va a explotarme.
—Me lo ocultó. Lo intentó. Pero no lo consiguió, porque soy una hija egoísta y tenía que venir a indagar.
—Bree, no eres… —empieza, pero no le dejo terminar.
Vomito las palabras en un arrebato de ira y entre sollozos.
—No quería que encontrara la Orden —gru?o—, porque no quería que me convirtiera en su objetivo. Y lo hice de todos modos.
—Se estremece, aunque no me importa. Me bajo la camisa para dejar a la vista el moratón morado que todavía se me está curando en la clavícula por la prueba de esta noche—. No quería que me hiciera da?o, y lo hice. Irrumpí con apenas la sombra de un plan y sin tener idea de lo que hacía… —Se me corta la voz.
Veo que las inútiles palabras de consuelo que le rondan los labios. Quiere ayudarme, pero no sabe cómo.
Yo sí.
La idea se despliega como una cuerda deshilachada y enmara?ada arrojada a un pozo. Sé que subir por ella es un error, pero, en este momento, todo es mejor que quedarme aquí. Lo que sea.
Las palabras se me escapan en un susurro desesperado.
—Quítamela.
Me mira desconcertado.
—?Qué?
Doy un paso hacia él.
—Ya no quiero esto. —Otro paso—. No quiero sentirlo nunca más.
La comprensión le cambia los rasgos, seguida de una expresión de dolor y asco.
—Bree, no.
—Puedes hacerlo —suplico—. Por favor. No romperé el encanto. Dejaré que ocurra.
Cuando llego hasta él, esboza una mueca de asco.
—No me lo pidas.
—Si no puedo tenerla, no quiero recordarla.
—No lo dices en serio —sisea.
—?Claro que sí!
Se me llenan los ojos de lágrimas.
Respira hondo y se mantiene firme.
—Aunque quisiera… —Niega con la cabeza—. No soy lo bastante poderoso. Cuanto más antiguo o traumático sea el recuerdo, más potente tiene que ser el sustituto. Uno por otro.
?Recuerdos del mismo peso?.