Para mirar, parece.
No es el único. Vaughn, Blake, e incluso Sydney ahora se dedican a observar mi ejercicios y sonreír con suficiencia en una esquina de la sala.
No necesito oír lo que dicen. Sus ojos y sus risas lo comunican con toda claridad; ningún descendiente me seleccionaría.
Cada noche, sigo un ciclo. Me digo que no me importa lo que piensen. Luego, como no estoy acostumbrada a perder, la frustración se apodera de mí, se extiende por mis extremidades y músculos ardientes y me presiono para mejorar y entrenar más.
Más tarde, cuando William me cura las heridas (tres dedos rotos, un codo roto, el ri?ón y las costillas magulladas), recuerdo que no planeo quedarme. Que esta no es mi auténtica vida. Después, el ciclo comienza de nuevo.
Solo Whitty y Greer se apiadan de mí, pero cualquier simpatía que me muestren durante los combates de entrenamiento es captada de inmediato por nuestros entrenadores, que nos castigan a los tres con sentadillas, flexiones o levantamientos de peso.
*
La noche del miércoles es un completo desastre.
—Sydney, te toca. Elige arma.
La chica se acerca al estante y saca la lanza. A estas alturas, sé que Blake y ella están enzarzados en una batalla silenciosa para convertirse en el escudero de Pete, así que no me sorprende que elija la lanza. Nunca seremos amigas, pero después de la prueba de los jabalíes al menos me trataba con respeto.
Ya sé que Owen dirá mi nombre. Lo siento en las entra?as.
—Bree.
Al final de la fila, la risa de Vaughn es un estruendo profundo y burlón.
—Cierra el pico, Schaefer —advierte Gill.
Greer aprovecha la distracción para acercarse.
—Eres más alta que ella y tienes más alcance, pero lo sabe e intentará barrerte.
Asiento con silencioso agradecimiento y me dirijo al estante de armas. Cuando me vuelvo hacia el círculo, Sel se cuela por la puerta abierta y toma asiento en un banco cerca de la pared. Owen explica las reglas.
—Un combate se gana cuando el oponente se rinde o cuando da un paso fuera de la línea.
Entramos en el círculo azul y nos colocamos en posición, con las lanzas en ángulo ante nuestros cuerpos, una empu?adura hacia abajo y la otra hacia arriba. Owen da la se?al.
Sydney carga hacia arriba; lo bloqueo antes de que me dé en las costillas.
Baila hacia atrás. Me lanzo hacia delante para golpearle el hombro. Bloquea. Responde con un barrido bajo. La madera cruje al encontrar mi espinilla y el dolor me llega hasta las rodillas.
Le brillan los ojos con satisfacción. Esperaba la oportunidad y se la he servido en bandeja.
Me incorporo, su lanza vuela hacia mi cuello y me agacho.
Aprovecha su peso en una estocada a mi plexo solar. Bloqueo y aparto el arma a la izquierda de mi cintura. Pierde el equilibrio y me inclino hacia la derecha para que caiga hacia delante. Planta la lanza con fuerza justo antes de la línea azul y detiene el impulso antes de salir fuera del círculo.
Debería haber aprovechado la oportunidad para tirarla a la lona.
Se aparta, pivota sobre el talón y gira la lanza para golpearme la sien. Entro en pánico y me inclino demasiado hacia atrás. Esquivo el ataque, pero caigo con fuerza de culo.
Me pone la lanza en la garganta.
—Ríndete —jadea.
Todo ha pasado muy rápido. Demasiado. La garganta me palpita contra el arma. Sydney me presiona un poco el cuello.
—?Me rindo! —gru?o y aparto su lanza a un lado.
Hace unos días me habría ayudado a levantarme, aunque a rega?adientes.
Ahora sonríe y se aleja. Los demás pajes aplauden sin mucho entusiasmo su actuación.
Maldigo y ruedo hasta ponerme de pie. Cuando recupero la lanza, encuentro los ojos de Sel clavados en mí desde el banco donde está apoyado en las rodillas, con la barbilla en la palma de la mano. Había olvidado que estaba aquí. El calor me sube por la garganta y el pecho cuando me doy cuenta de que me ha visto fracasar estrepitosamente, y con su arma personal preferida.
Greer consigue superar a Blake con la espada de práctica y lo desarma en pocos minutos. Vaughn aprovecha su peso y tama?o para echar a Whitty fuera del círculo después de unos pocos golpes. Whitty maldice y arroja la espada al suelo. Es lo más enfadado que lo he visto nunca.
Gill da por terminada la noche. Su mirada se cruza con la mía cuando recuerda al grupo que podemos usar las salas de entrenamiento todo el tiempo que queramos para practicar antes de la prueba de ma?ana.
Justo cuando me encuentro con Greer en la puerta, siento la mirada de Sel en la espalda. No he hablado con él en toda la semana. Aun así, siento el peso de la expectación en la dirección de sus ojos.
Suspiro.
—?Sabes? Me quedaré un rato. Tú sigue.
Greer levanta una ceja. Mira por encima de mi hombro a Sel, sentado en el banco, y luego vuelve a mí.
—?Seguro?
—Sí, no pasa nada.
Espera hasta que sus pasos desaparecen por el pasillo.
—?Quieres ser escudera? —La voz está a pocos centímetros detrás de mí y grito, aunque a estas alturas ya debería estar acostumbrada a que se me acerque con sigilo.
Frunzo el ce?o, sin saber qué responder. ?Quiero el título? Sí, para ser lo bastante poderosa en la jerarquía como para exigir una audiencia, y la verdad, a los Regentes. ?Quiero luchar en esta guerra como escudera?
—Es una pregunta de sí o no.
—Sí, quiero.
Murmura un asentimiento. Luego se da la vuelta, se quita la chaqueta y la tira en el banco que hay detrás mientras se dirige al círculo central. Se queda ahí de pie, con su habitual camiseta de tirantes negra y pantalones holgados, mientras gira las mu?ecas y estira hasta que los músculos se le marcan en los antebrazos y los bíceps.
—?Qué haces?
—Me he cansado de verte fracasar de manera tan espectacular; es demasiado doloroso. Ven aquí.
—?Qué?
Pone los ojos en blanco.
—Me ofrezco a entrenarte, tontita.
—?Qué ha pasado con ?Briana?? Me gusta más eso que ?tontita?.
—Deja de perder el tiempo.
Tiro la toalla en el cesto de la ropa blanca junto a la puerta.
—Ni de co?a dejaré que me entrenes.
—?Por qué?
—Para empezar, ?por qué quieres hacerlo? Dudo mucho que quieras que lo consiga.
Se inclina para estirar un brazo hasta un tobillo, pero aún distingo los bordes de su sonrisa.
—Digamos que no me gustan mucho los matones y la manera en que atacan las debilidades de los demás. Me complacería ver caer a los tuyos ma?ana.
Levanto la barbilla.
—No te creo.
—Criatura obstinada —resopla en voz baja—. Ven aquí. Hablo en serio. Lo juro.
?Lo juro?. Un voto que Nick también pronuncia. A pesar de sus diferencias, todavía quedan similitudes.
Me dirijo despacio al círculo, paso por encima de la línea blanca y me detengo frente a él.
Cruza los brazos sobre el pecho y me mira con severidad.
—?Sabes por qué te derrotan una y otra vez?