Legendborn (Legendborn #1)

Me evalúa con sus ojos verdes, recorre mis brazos, manos, hombros y mi estatura. Luego, se dirige a la pared del fondo y al estante de armas. Vuelve con dos lanzas de madera de práctica, con bandas de plata, bajo un bíceps firme. Gru?o un poco cuando me deja caer una en las manos.

—Hagas lo que hagas, mantén duro el abdomen.

Durante la siguiente hora, mientras todos los demás practican entre sí, Gillian trabaja conmigo. Me ense?a a embestir, a bajar la lanza hacia la cabeza de mi oponente y a bloquear levantando el arma con ambas manos. Los fuertes golpes me provocan temblores en los codos. Soy lo bastante alta como para que mis ataques la obliguen a estirarse en cada bloqueo. No obstante, es mi única ventaja. Barre el suelo conmigo y acabo de culo la mayoría de las veces.

Cuando Gillian marca un descanso, me duelen las mu?ecas y los hombros.

—Ahora te mostraré cómo moverte para maximizar cada golpe o bloqueo. La posición correcta de los pies proporciona estabilidad y agilidad para que pases deprisa al siguiente movimiento, ya sea ofensivo o defensivo. Piensa en ello como en una danza.

Me apoyo en la lanza, con una mueca por una punzada de dolor en el costado.

—?No debería haber aprendido antes el juego de pies, entonces?

—?Cómo tienes los tobillos?

Giro un pie.

—Me duelen.

—Bien.

Frunzo el ce?o con confusión. Sonríe, toda dientes y crueldad.

—Los bebés aprenden a caminar más rápido en baldosas que en la alfombra. Ahora tienes un incentivo para hacer bien el juego de pies.

Visualizo cómo sería abofetearla, pero la Gillian de mi mente me tira de espaldas antes de que me dé tiempo ni a levantar una mano.

Curva la boca como si supiera exactamente lo que pienso.

Después de ense?arme a equilibrar el peso con la lanza en varias posiciones, me ense?a a moverme hacia delante y hacia atrás sin tropezar ni caer. Los diferentes agarres facilitan o dificultan el movimiento.

Para cuando Nick asoma la cabeza, todas las articulaciones del cuerpo me duelen y se mueven por libre. Me duele el estómago. Me arden los glúteos. Parece que la piel entre mis dedos va a romperse si los estiro demasiado. Me derrumbo en el suelo y miro el reloj; han pasado tres horas y son casi las diez.

—?Cómo va todo, Gill? —pregunta Nick.

La mujer me mira unos segundos.

—Es tan buena como tú. Cuando tenías ocho a?os.

Nick hace una mueca.

—Es su primera noche.

Gillian se encoge de hombros y me quita la lanza de la mano.

Nick me ayuda a levantarme y aguanta mi peso cuando me incorporo sobre los pies doloridos.

—En momentos como este, solo tengo tres palabras que ofrecerte.

—Sí, ?cuáles? —murmuro.

—William te espera.



*

En el viaje de vuelta a casa, me sumo en un sue?o exhausto y narcotizado por el éter. Nick se ofrece a ayudarme para subir las escaleras dos veces antes de que consiga que se vaya.

Las imágenes que sue?o se funden y se mezclan entre sí como el aceite y el agua.

Veo a mi madre, encorvada sobre su mesa, escribiendo. Cuando baja la vista y sonríe, sé que soy una ni?a y que esto es un recuerdo.

Su rostro se funde en un humo azul y blanco que me es familiar.

Llevo una brillante armadura de éter. El metal brilla sobre mis brazos y mi pecho. Unos Regentes sin nombre se arrodillan en el suelo ante mí.

Hombres con túnicas que juegan a ser dioses.

Dirijo la hoja de cristal a sus gargantas.

A mi lado, Nick jadea. Mi armadura coincide con la suya. Soy su escudera. Pero su espada está enfundada. Cuando alcanzo su brazo, se aparta como si fuera una desconocida.

Estoy a cuatro patas en el cementerio, inclinada sobre la tierra y la piedra con las manos manchadas de sangre.

El cementerio se sume en una oscuridad interminable, negra, silenciosa y asfixiante.



*

El domingo duermo otra vez hasta después del mediodía. Nick me escribe mientras estoy dormida:

Tengo que lidiar con asuntos de la Orden. Intentaré escribirte luego. ?Que tengas una buena sesión esta noche!

Justo cuando salgo a comer, Patricia me manda un mensaje para vernos y le digo que no, que tengo que estudiar el examen de Lengua, lo cual es cierto. Llevo días sin tocar un libro.

Esperaba que Patricia me llamase o me enviase más mensajes después de que huyera de la sesión de terapia de ayer.

No esperaba que se presentase en mi residencia.

Estoy tan concentrada en salir para ir a la biblioteca que no me fijo en ella hasta que me llama por mi nombre. Tiene el teléfono en la mano, como si estuviera a punto de llamarme para que bajara a verla.

Suspiro y me acerco.

—No sabía que hacías visitas a domicilio.

Sonríe.

—Normalmente, no las hago.

Dejo que me guíe hasta el césped más allá de la acera. Hoy lleva unas gafas del color azul de la UNC y un chal cerúleo y dorado.

—Déjame adivinar. ?Has venido a decirme que no huya de mis sentimientos?

—En realidad, solo he venido a ver cómo estabas después de lo de ayer. ?Estás bien?

—Estoy bien. —Me subo el bolso al hombro.

Parece querer decir algo más, pero decide no hacerlo. En vez de eso, envuelve los brazos desnudos con más fuerza en el chal.

—Me he dado cuenta de que nuestras sesiones han sido muy poco ortodoxas.

Levanto una ceja.

—?Tú crees?

—Estás sufriendo, Bree. Más de lo que pensaba.

Miro al cielo.

—?No consiste en eso el duelo?

—Creo que sufres un duelo traumático y, si sigues así, con el tiempo, es probable que desarrolles una condición llamada trastorno por duelo complejo persistente. Ataques de pánico, o algo parecido. La ira, la desconfianza ante la gente nueva, la obsesión con las circunstancias de la muerte de tu madre y la incapacidad para seguir adelante. Todos son síntomas clásicos del TDCP.

Suelto una risa hueca y burlona.

—Claro. Lo que tú digas.

Sigue insistiendo.

—La terapia solo funciona si el paciente quiere ayuda con los fantasmas que le persiguen. Creo que, en la sesión de ayer, nos acercamos a tu fantasma.

—?Mi fantasma? —repito, desconcertada.

—Un fantasma emocional es un momento, un acontecimiento o incluso una persona que se cierne sobre nosotros por mucho que corramos para escapar de él o de ellos.

—Claro —digo de forma razonable—. Ya sé la respuesta a esta pregunta. Es el momento en que me enteré de que mi madre había muerto. Ya está, fácil.

—No tan deprisa —dice con una diversión cálida—. ?Quieres saber cómo localizo el fantasma de un paciente, Bree?

Una brisa matutina levanta el borde de su chal y el material le acaricia la mejilla en un suave oleaje.

Lo cierto es que no quiero saberlo.

Sigue adelante de todos modos.

—Escucho lo que no se dice. Los fantasmas son invisibles, después de todo.

—Pues vale.

—No hablas de tu madre.

Abro la boca para decir que sí que lo hago, que acabo de hablar de ella ahora mismo. No obstante, Patricia levanta una mano.

—Hablas de su muerte, pero no de su vida. Es un síntoma típico del tipo de duelo que estás experimentando, la incapacidad de procesar que una persona es más que su ausencia. Que el amor es algo más que la pérdida.

—No está perdida —espeto—. No se ha ido y se ha perdido por ahí. Detesto cuando la gente dice eso.

—?Y qué le ha pasado?

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