Legendborn (Legendborn #1)

Lo siento, no puedo. Mi padre llamará pronto para que le cuente todo lo de anoche. No será bonito.

Hago una mueca. No me imagino lo que dirá lord Davis. Me pregunto si Nick le contará a su padre todo lo que ha pasado con Sel o si le ocultará algunos detalles. A lo mejor espera a que vuelva a la ciudad. Casi llego a las puertas del comedor cuando caigo en la cuenta de que, de los dos, soy la única que tiene motivos para ocultar algo de lo que ocurrió anoche. Nick no sabe lo de las llamas místicas rojas, así que no tiene motivos para censurar su informe.

Me molesta que, aunque sé que protegería mi secreto, no me siento preparada para compartirlo con él. Al menos así no tiene que mentir por mí. Ya lo ha hecho bastante.



*

Con el estómago lleno de dos hamburguesas y una ración de patatas fritas con queso gigante, me dirijo al arboreto para encontrarme con Patricia.

Cuando llego, me sorprende verla sentada con una joven negra apenas unos a?os mayor que yo. Tiene los ojos grandes y oscuros, detrás de unas gafas redondas, la piel rojiza y el pelo aplastado y pegado al cuero cabelludo antes de abrirse en una nube ancha y suave en la coronilla.

—Bree. —Patricia se levanta, y también lo hace la mujer más joven—. Esta es Mariah, una estudiante de tercero y una compa?era practicante.

Miro bien a la chica y la envidia y la curiosidad me muerden por dentro. Se me abren viejas heridas. Sabe qué es la raíz porque su madre le ense?ó. Podría haber sido ella.

—?No se supone que la terapia es confidencial?

Patricia ladea la cabeza.

—Esta no será una sesión normal. Después de lo que pasó ayer en el cementerio, me di cuenta de que necesitaríamos ayuda para llegar al fondo de la historia de tu madre y de la tuya propia. Le he pedido a Mariah que nos acompa?ara hoy para explorar un poco lo que experimentaste durante nuestro paseo por la memoria.

Mantendrá todo lo que digas en secreto. Siento haberte pillado con la guardia baja. —La disculpa parece genuina—. No estaba segura de que Mariah pudiera venir con tan poca antelación. Podemos vernos a solas, si lo prefieres.

No hay enga?o en su rostro, ni una pizca de manipulación. Lo dice en serio. Mariah, por su parte, asiente. Podría echarla si quisiera. Sin embargo, si lo hago, no obtendré respuestas.

—No pasa nada —murmuro.

Mariah sonríe, se adelanta y extiende la palma de la mano.

—Hola, Bree. —Cuando le doy la mano, sus pupilas se ensanchan—. Vaya, la muerte te conoce bien —declara, con la voz entrecortada y baja.

Retiro la mano y un escalofrío me recorre desde la palma hasta el codo recién curado.

—También me alegro de conocerte.

—Perdona —dice y sacude la mano como si se le acabara de mojar—. Soy médium. No quería asustarte.

Abro los ojos como platos.

—?Hablas con los muertos?

—?Qué tal si nos sentamos primero? —interviene Patricia e se?ala la manta que hay cerca del banco, con tres cajas de comida para llevar.

Mariah acepta la sugerencia de Patricia sin discutir, así que supongo que se espera que haga lo mismo. La terapeuta se arrodilla con delicadeza y aparta las piernas y la falda a un lado mientras Mariah se acomoda con las piernas cruzadas. La manta es suave y está desgastada; la hierba y el suelo que hay debajo mantienen el calor del sol de la tarde.

Después de rechazar la oferta de comida, Mariah abre una de las cajas.

—?Eres miembro de la AEN?

—?La AEN?

Sonríe de forma agradable.

—La Asociación de Estudiantes Negros. Nos reunimos para comidas y eventos, tenemos una sala en la Unión, una revista, grupos de actuación, comités. Está bastante bien. Hay muchas maneras de entrar.

—No sabía que había una AEN —murmuro y me remuevo incómoda en la manta. Otro grupo, otro lugar al que pertenecer, solo que este no es un secreto. Recuerdo la voz de mi padre.

?Necesitas una comunidad, Bree?.

Patricia lee mi expresión y me tranquiliza.

—Es la primera semana de clases, Bree. No hace falta que te castigues si no lo has encontrado todo.

La gracia y la calidez de sus rostros me provocan un nudo en la garganta y mi cara se contorsiona en una expresión de agradecimiento que escapa de mi control. Respiro hondo y le sonrío a Patricia. Mariah me cuenta más cosas sobre la AEN y me invita a una reunión la semana que viene; le pregunto qué estudia, porque es la pregunta que todo el mundo en el campus parece hacer primero.

—Historia del Arte —dice entre bocados de carne asada—. A mis padres no les hizo mucha gracia cuando declaré la especialidad, pero este verano he estudiado en París y he conseguido unas prácticas de conservación y archivo en el Museo de Orsay. Eso ayudó.

—Ya me imagino. —No me había planteado estudiar en el extranjero. Los estudiantes del programa no podemos solicitarlo en la UNC, pero hay programas de intercambio para alumnos de secundaria.

—?Y tú?

—Estoy en Admisión Temprana, así que todavía no puedo decantarme por una carrera. Vamos a muchas clases de artes liberales y de iniciación.

Se inclina hacia delante para mirarme bien la cara, con una mueca de preocupación en la boca y los ojos.

—?Eres muy joven! No me había dado cuenta.

Me encojo de hombros.

—Soy alta.

—No —dice y se para con el sándwich a medio camino—. No me refería a eso. Quiero decir a que eres muy joven para estar tan familiarizada con la muerte.

No había oído a nadie decir algo así desde el funeral. Vuelvo a mirar entre las dos y la veo. Lástima. Levanto el muro antes de responder:

—Perdona, ?cómo se supone que piensas ayudarme?

Patricia deja su sándwich a un lado.

—Bree, durante nuestro paseo de ayer me quedaron claras varias cosas. La primera es que tú misma tienes una rama de raíz que te otorga la capacidad de ver la raíz en su estado puro. La segunda es lo que me revelaste en el recuerdo de Louisa, que tienes relación con la Orden de la Mesa Redonda. Si eso es cierto, entonces deduzco que la única razón por la que estás sentada aquí ahora mismo es porque la Orden no es consciente de lo que puedes hacer. ?Estoy en lo cierto?

Me inquieta su mirada, pero asiento.

—Es un alivio —dice con un suspiro—. Nuestra gente ha aprendido por las malas a ocultar nuestras habilidades, incluso cuando trabajábamos en sus casas y cuidábamos de sus bebés.

No lo había considerado y me siento tonta por no haberlo preguntado antes. ?Cómo ocultaban las rasanas lo que eran capaces de hacer, todo el tiempo, a los descendientes, escuderos, pajes y a cualquiera que pronunciara el primer juramento y recibiera la Visión?

Patricia lee mi expresión.

—Podemos volvernos invisibles a sus ojos cuando quieren que lo seamos —dice con sequedad—. El arte raíz conoce sus orígenes, su misión y cómo emplean el éter para luchar contra las criaturas de la encrucijada. También sabemos por experiencia lo que les hacen a los forasteros poderosos. Cómo se los llevan, los encierran o algo peor.

—No le he hablado a nadie de la Orden sobre ti —aseguro—, si es lo que te preocupa.

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